La elección de la Academia en lo que a candidatos a los premios de
interpretación masculina se refiere es una de las más pobres y ramplonas que se
recuerda en mucho tiempo, apareciendo tan sólo tres o cuatro nombres que
ofrezcan méritos para tal distinción, existiendo muy pocas interpretaciones que
puedan ser consideradas como tales y que merezcan quedar para la posteridad.
INTERPRETACIÓN MASCULINA
PROTAGONISTA
-STEVE
CARELL POR FOXCATCHER:
Causa auténtico estupor que, como tantas veces, sean los propios actores
los que sancionen, encumbren y recompensen actuaciones grotescas, abundancia de
muecas, histrionismos desaforados, esfuerzos físicos o alardes de
caracterización bajo los cuales no hay ni un mero atisbo de veracidad. Steve
Carell, quien a fuerza de querer un cómico diferente transformó lo que fue en
sus inicios un agradable laconismo, un sorprendente hieratismo en contención
forzada e irritante, en puro guiño a base de pretender no hacer ni uno, intenta
graduarse como actor dramático con algo que difícilmente puede calificarse sin
caer en el insulto: estomagante hasta decir basta, recargando cada movimiento,
colocándose de perfil para que se compruebe la transformación llevada a cabo
(aunque parece más un muñeco de Spitting Image que una persona), intentando
remedar a Marlon Brando en El Padrino,
en definitiva, alguien indigno de ocupar una plaza en cualquier terna convocada
para elegir la que se considera mejor interpretación del año.
-BRADLEY
COOPER POR EL FRANCOTIRADOR:
Una agradable sorpresa, puesto que, aunque contaba en las primeras quinielas,
su candidatura parecía haber perdido fuelle en las semanas previas a que las
nominaciones se hicieran públicas en favor del Jake Gyllenhaal de Nightcrawler (quien hubiese merecido
también un lugar en esta mención previa al Oscar, especialmente teniendo en
cuenta al citado Carell). Sin prisas pero sin pausas, sin pretender venderse
como más de lo que es, sin meterse en camisas de once varas, Bradley Cooper va
conformándose una interesante carrera, destacando por encima de cintas
aburridas y/o pretenciosas, merendándose con su naturalidad y adecuación a los
roles encomendados a compañeros/-as de reparto mucho más valorados/-as
(conviene, en este caso, utilizar ambos géneros, ¿verdad, Jennifer Lawrence?),
dejándose moldear por el maestro Eastwood para reflejar con gran economía de
recursos, con sumo acierto, poniendo un nudo en la garganta, incomodando y
revolviendo, el drama moral, la dicotomía de un héroe que no quiere serlo de
ese modo, que se plantea preguntas, que obedece órdenes mientras se va
envenenando con el humor purulento que supura su cerebro.
-BENEDICT CUMBERBATCH POR THE IMITATION GAME:
En estos últimos años se ha convertido en un actor necesario,
imprescindible, heredero de la grandeza de esos intérpretes clásicos capaces de
cualquier alarde sin que se notase el esfuerzo, camaleones que sólo necesitan
su voz, su rostro, su cuerpo para transformarse de un fotograma al siguiente,
para resultar diferentes en cada película, para sorprender con un nuevo matiz,
para seguir sacando de su chistera prodigios sin fin que se traducen en encarnaciones
tan abracadabrantes como la que lleva a cabo dando vida a Alan Turing. La manera
en que transmite cómo esa mente prodigiosa piensa, analiza, sopesa, crea, investiga,
procesa, su tendencia a la misantropía, su febril dedicación a su trabajo, su
enfermiza soledad, su sufrimiento emocional porque no sabe dar rienda suelta a
sus sentimientos, su cárcel mental porque es consciente de que hacerlos
públicos provocará su caída (tal y como le sucedió: acusado de los mismos
cargos que Oscar Wilde, su homosexualidad –todavía ilegal en el Reino Unido en
1952- le sentenció a la castración química), sus momentos cómicos por
inesperados, por ridículos, por la seriedad con que lo hace todo, lo que
Benedict Cumberbatch logra en este film es, sencillamente, inmejorable y
antológico.
-MICHAEL
KEATON POR BIRDMAN:
Es el nombre a reivindicar, el de repente gran actor, el intérprete
tantas veces zarandeado, criticado, la estrella que se apagó incluso antes de
brillar con fuerza, un falso prestigio agigantado por ser el epicentro de una
de las cintas más alabadas y encumbradas de los últimos tiempos (lo que no
implica que uno comparta el entusiasmo, todo lo contrario). Dentro de la
tesitura que plantea Iñárritu, del tono rimbombante exigido, del disparate y la
exageración como caldo de cultivo, al margen de lo reseñado en su momento sobre
Emma Stone, es cierto que Keaton se refrena en algunos momentos, se contiene,
intenta graduar, pero no puede evitar dejarse llevar por la corriente imparable
de gritos, aspavientos y demás ostentaciones que desvirtúan cualquier verismo.
-EDDIE
REDMAYNE POR LA TEORÍA DEL TODO:
El único contrincante que Michael Keaton puede encontrar en el camino
que algunos le han alfombrado hacia el Oscar (por desgracia, salvo sorpresas
cada vez menos frecuentes, Cumberbatch parece condenado a ser un convidado de
piedra –y a buen seguro, si el maestro de ceremonias lo precisa, será un
magnífico cómplice, participará con entusiasmo en la gala-). Eddie Redmayne
aplica mesura, buen gusto, prudencia, dosificación, asume el personaje, lo
incorpora a su cuerpo (una coreografía impactante le va deformando, los
estragos de la enfermedad degenerativa se van plasmando poco a poco), no se
queda en lo imitativo: emociona, impacta, sobrecoge, todo con esa elegancia británica
que tantas alegrías continúa dando en lo que a lo audiovisual se refiere.
INTERPRETACIÓN MASCULINA
SECUNDARIA:
-ROBERT
DUVALL POR EL JUEZ:
Con su séptima nominación, con el Oscar conseguido por Gracias y favores (1983), el veterano y
estupendo actor confirma que lo suyo con la Academia es un casi permanente desacuerdo,
puesto que suele ser seleccionado, e incluso premiado, por filmes que apenas
merecen ser recordados (con la excepción de El
Padrino (1972) y Apocalypse Now (1979),
ambas dirigidas por Coppola), en los que hasta su interpretación resulta
deslucida y sin brío. En este drama judicial que podría ser más intenso e
interesante si prescindiese de todo lo “humano” con lo que intenta alejarse de
una tradición y marcar diferencias, Duvall apenas tiene ocasión para dejar
clara su categoría en dos o tres secuencias, quedando muy por debajo de su
oponente (un estupendo y recuperado Robert Downey Jr., quien olvida sus tics
más irritantes, el abandono que tantos réditos le ha dado en taquilla, para
imprimir personalidad y hondura a un personaje muy esquemático –como el resto,
como la totalidad del guión-).
-ETHAN
HAWKE POR BOYHOOD:
Lo inane del modo en que Linklater cuenta la historia, lo poco que en
realidad le interesan los personajes porque se trata de captar el paso del
tiempo y lo poco interesante que en general es la existencia cotidiana de
cualquiera (algo que infinidad de cineastas y escritores han transformado en
apasionante sin disfraces ni engolamientos), ayuda muy poco a Ethan Hawke,
actor que incluso con buenos personajes suele naufragar por su clamorosa
incapacidad para resultar creíble, escudado en una permanente y muy forzada
sonrisa, muy lejos de la grata sorpresa que supuso en El club de los poetas muertos (1989).
-EDWARD
NORTON POR BIRDMAN:
En alguna ocasión se le ha considerado heredero de Marlon Brando (hay
mucho osado –por no decir otra cosa- que escribe lo primero que se le ocurre) y
él está empeñado en demostrarlo reproduciendo todo lo negativo del enorme actor
con tendencia a autoparodiarse, a desbarrar, a chirriar, un torrente
incontenible para bien y para mal, olvidando interpretaciones superlativas,
llenas de matices, con tiempo para el grito y con cabida para el susurro, con
gusto por la sensibilidad -causa pavor pensar que Norton quisiera reproducir lo
alcanzado por Brando en Un tranvía
llamado Deseo (1951), La ley del
silencio (1954) o El Padrino (1972)-.
Si durante el resto del metraje supiese pisar el freno (pero es algo imposible
ya que Iñárritu quiere que el plano secuencia no se quiebre a fuerza de que
todo el mundo corra, golpee, vocee), tendrían sentido y podrían apreciarse sus
momentos febriles, desatados, histéricos, pero como está en pose y tensión
desde el principio (imitando también a De Niro, aprendió lo malo de ambos
cuando coincidió con ellos en The Score (2001))
tan sólo provoca hartazgo.
-MARK
RUFFALO POR FOXCATCHER:
Un actor versátil y muy efectivo que tampoco tiene suerte con la
Academia, puesto que su primera nominación le llegó por intentar salvar los
muebles al tener que bailar con la parte más fea de Los chicos están bien (2011) y ahora se ve obligado a defender esta
candidatura por ser el personaje más desdibujado e incomprensiblemente poco y
mal desarrollado de una cinta muy pagada de sí misma a la que sólo parece
importarle el concepto, la composición, no el dibujo de personajes ni la
historia que hay detrás (puestos a buscar una nominación en el apartado
interpretativo, sólo Channing Tatum sería merecedor de la misma, precisamente
al que se ha dejado fuera de cualquier mención porque se le sigue viendo como
un cuerpo, una presencia, alguien al que no se valora –ni considera- como
actor, cuando ya ha dado muestras en varias ocasiones de poseer más facultades
que otros).
-J. K. SIMMONS POR WHIPLASH:
Aunque con carácter protagónico, el rol que assume Simmons es uno de los
clásicos que sólo compitiendo en esta categoría tiene verdaderas opciones de
llevarse el gato al agua (como parece claro que hará, tal y como ha sucedido en
casi todos los galardones, menciones y demás que se llevan repartiendo en estos
meses). Manteniendo el tipo con oficio y temple, Simmons, otro de esos
veteranos a los que gusta recompensar en algún momento, poco más puede hacer
que darlo todo en su primera aparición, dibujar su personaje con precisión con
un par de frases, una sonrisita socarrona que hiela la sangre, una mirada
penetrante y taladradora, un cuerpo tenso como una vara con la que golpear
rostros y cuerpos, una voz con la que zahiere y avergüenza sin remisión, porque
el resto es una mera repetición de todo ello hasta el infinito y más allá.
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