Del
mismo modo que puede haber candidaturas en las que resulte complicado elegir un
favorito porque el corazón se encuentra dividido entre dos o más nombres,
incapaz de escoger entre trabajos que se consideran espléndidos y dignos de
aplauso y premio, este año no sucede lo mismo con los nominados a la mejor
dirección, puesto que hay tres nombres a los que directamente se suprimiría del
listado y los dos restantes, aun pareciendo muy dignas e incluso premiables,
distarían bastante de alzarse a lo alto del podio en caso de figurar entre los
finalistas nombres como los de Tom Hooper por La chica danesa, John Crowley por Brooklyn, incluso Ridley Scott por Marte y, sin duda, Todd Haynes por Carol, algo más que la película del año, desde el primer plano unos
de esos filmes que uno jamás va a olvidar.
LENNY
ABRAHAMSON POR LA HABITACIÓN:
Director
de culto dentro de un círculo muy reducido de seguidores -sobre todo por ese
espantajo sin pies pero con mucha cabeza (literalmente, no por cerebro usado en
la elaboración del guión -Michael Fassbender se oculta todo el metraje bajo una
enorme cabeza de goma-), ese filme tan antipático titulado Frank (2014)-, el irlandés Abrahamson irrumpe en la élite con su
adaptación del éxito editorial La
habitación, cuya adaptación firma la autora del mismo, Emma Donoghue.
Intentando reflejar la psicología y percepción de la realidad del niño
protagonista (un estupendo Jacob Tremblay que hubiese merecido nominación), la
película es una continua distorsión, un cúmulo de encuadres insólitos (y sobre
todo desencuadres), de desenfoques, de planos espantosos en los que nada
resulta nítido, de una fealdad que busca el tremendismo por sí mismo (ese, por
cierto, que tantos halagos despierta cuando lo firma Alejandro G. Iñárritu, ese
por el que está siendo ovacionado Abrahamson) pero que no aporta ningún contenido,
una malísima traslación a imágenes de la psicología del crío que, las cosas
como son, tampoco necesita demasiada explicación porque se capta a las primeras
de cambio. Tal vez sea el propio guión (incluso la historia como tal) el que
pierda el rumbo y el interés que puede haber despertado en la audiencia durante
la segunda parte, pero sin duda se percibe que, al no poder recurrir con
asiduidad a sus truculencias visuales, el director es incapaz de insuflar ritmo
o alguna emoción.
-ALEJANDRO
G. IÑÁRRITU POR EL RENACIDO:
Pondremos su nombre como le gusta firmar desde hace un tiempo, perdiendo
el González, y así nos ahorramos unos tecleos. Si se cumplen los pronósticos y
el mexicano vuelve a hacerse con una estatuilla (por una producción netamente
estadounidense), estaría igualando la hazaña que sólo han conseguido hasta el
momento John Ford y Joseph L. Mankiewicz (poner estos dos nombres al lado del
otro provoca cuando menos espasmos y encogimiento de estómago), dos premios
consecutivos a la mejor dirección, el primero por Las uvas de la ira (1940) y ¡Qué
verde era mi valle! (1941), el segundo por Carta a tres esposas (1949) y Eva
al desnudo (1950). Y todo por un filme que, con menos ínfulas y algo de
control (para empezar, reducir el innecesario metraje de dos horas y media
repitiéndose como el ajo, perdiendo fuerza y capacidad de sorpresa a pasos
agigantados), podría ser apasionante y honestamente épico (pero Iñárritu es de
imposturas, de excesos, de esfuerzos, de retos… ¡y que se noten! ¿Dónde dejó la
sutileza de aquel estremecedor tramo central de Amores perros (2000)?).
-THOMAS
MCCARTHY POR SPOTLIGHT:
Un
tipo de dirección sobria, clásica, invisible, si se quiere a ratos distante y
fría (aunque un servidor no podía despegar la mirada de la pantalla se
comprende que haya quien sienta que la película se queda a medio gas, puesto
que prima lo periodístico sobre lo humano -aunque lo que remueve en su fondo
sea una ciénaga que empantana la sensibilidad y humanidad de cualquier persona de
buena voluntad-), un trabajo poco lucido en apariencia (esas que tantas veces
-ya se ve- se glorifica), una mímesis del cineasta con las imágenes para que
nada perturbe al espectador, un prodigio de contención, una perfecta traslación
del estilo documental más aséptico, un espléndido reportaje, una crónica que no
necesita adjetivos.
-ADAM
MCKAY POR LA GRAN APUESTA:
Un
señor que ha dirigido a Will Ferrell en títulos tan horrorosos y olvidables (o
no, por las pesadillas que provocan) como El
reportero (2004), Pasado de vueltas (2006)
o Los amos de la noticia (2013) tiene
todo el derecho del mundo a querer dar un giro a su carrera y cambiar
radicalmente de tono… o eso se presupone hasta que caes en la cuenta de que La gran apuesta, llena de muecas,
presuntos gags, ritmo alocado (más bien precipitado y embarullado, complicando aún
más el complejo guión para todo aquel inexperto en el asunto que se trata -y
que jamás comprenderá por mucho que lo estudie, aunque algunos artículos
consiguen que uno capte lo fundamental-), crispada desde la primera secuencia
hasta la última, recurriendo a trucos vistos hasta la saciedad (y mejor
empleados: cualquier comparación con Scorsese provoca arcadas), con actores
disfrazados y hablando y moviéndose en el tono más grotesco posible (sólo se
salvan las grandes Marisa Tomei y Melissa Leo), La gran apuesta podría estar interpretada por Will Ferrell y se
notaría poco la diferencia (no en vano anda por ahí Steve Carell empeñado en
convencernos de que tiene condiciones para el drama -aunque al menos levanta el
pie del acelerador si lo comparamos con su estomagante aparición (jamás
interpretación) en Foxcatcher (2014)
por la que fue sonrojante candidato al Oscar en la pasada edición- y un
Christian Bale cada día más empeñado en ser coronado como el histrión más
irritante de la historia).
-GEORGE
MILLER POR MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA:
Una planificación
portentosa eleva una saga que se regodeaba en lo cutre hasta las cotas más
esplendorosas del cine de acción, una puesta en escena muy cuidada que no
coarta ni embellece la estética reconocible, el sello de identidad de la
franquicia pero aúna todos los elementos para impactar con la fotografía, con
el montaje, con el vestuario, con el maquillaje, porque todo se ve, se siente, se
respira, el espectador queda inmerso en el caos pero sabe qué personajes están
aquí y cuáles allá, quién viene por la derecha y quién intenta escabullirse por
la izquierda, da lo que promete, es decir, entretenimiento porque Miller ofrece
mucho a lo que atender pero sin apabullar ni atropellar, narrando con su cámara,
ofreciendo algunas secuencias legendarias (y no todas, precisamente, son las
más trepidantes: un servidor se queda con el primer encontronazo entre Charlize
Theron y Tom Hardy -y otros personajes- cuando éste aún arrastra una pesada
cadena). Tiene algunas virtudes más pero, por no repetirnos, las dejaremos para
el momento del repaso a los filmes candidatos al premio gordo.
Sin referencia ninguna, raro en mi, aburrido y sin saber que ver se me ocurrió hace apenas una semana ver "esa" nueva versión de Mad Max... Y como dice Sandra en su comentario en Facebook fue tal la atracción a ese mundo caótico, frenético, agónico, y visualmente atractivo que ha sido una de las más gratas sorpresas cinematográficas que me he llevado (lo sé, pecador soy por no haber visto aún Carol ni La chica danesa" ☺️). A la espera de tu opinión en la las candidatas a mejor película...
ResponderEliminar