domingo, 14 de febrero de 2016

"SPOTLIGHT": DE PENSAMIENTO, PALABRA, OBRA U OMISIÓN






TÍTULO ORIGINAL: Spotlight DIRECCIÓN: Tom McCarthy GUIÓN: Josh Singer, Tom McCarthy MÚSICA: Howard Shore FOTOGRAFÍA: Masanobu Takayanagi MONTAJE: Tom McArdle REPARTO: Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Brian d´Arcy James, Liev Schreiber, John Slattery, Stanley Tucci

   Trazar la imagen fílmica del periodista (o de cualquier otra profesión) en pocas palabras supone caer en reduccionismos y estereotipos (muchos de los cuales, sin duda, proceden de las propias películas -o han sido tomados del natural pero se exageran, se caricaturizan, se distorsionan de tal manera que pierden verosimilitud-), dejando fuera muchos matices y excepciones que, con el tiempo, han llegado a convertirse en categorías, puesto que dependiendo del género o de la importancia del personaje en la historia, según el punto de vista que adopte el guión y la intención que el director imprima a cada imagen (basta un encuadre u otro para que la percepción del público pase de la admiración al odio y viceversa), podemos encontrarlos de todos los pelajes y condiciones. Y aunque en demasiadas ocasiones se le convierte en elemento negativo, corrosivo, ambicioso, falto de ética, interferencia, en colisión con el héroe, lo cierto es que el ejercicio del periodismo ha aparecido en la pantalla como sinónimo de lucha contra la injusticia, altavoz de los desfavorecidos, perseguidor de delitos, cuestionador de los poderosos, asumido por personas que ponen por delante los intereses de los demás, que creen y defienden un oficio honesto, ecuánime, deontológico, insobornable, aunque las noticias puedan afectar la carrera de cada uno, aunque ciertos vasos comunicantes sigan teniendo flujo, aunque los que se sientan en los despachos olvidan la profesión (si es que la ejercieron, más allá de ir escalando posiciones) o la desconocen, aunque los balances económicos, los índices de audiencia, las campañas de publicidad, las ideologías, marquen el rumbo que siguen (de un tiempo a esta parte, por desgracia, habría que decir deriva) los medios de comunicación. Tras la agradable sorpresa que supuso La verdad (2015), cinta vibrante con una magnífica (lo que no supone ninguna novedad) Cate Blanchett y un estupendo Robert Redford como pieza de encaje con un cine que no debería resultar tan lejano, Tom McCarthy da un paso de gigante (era el único punto flaco de la película citada: James Vanderbilt, debutante en esas lides, carecía a ratos de la fuerza necesaria detrás de la cámara) en la recuperación de un modo de narrar, de una atmósfera, de un aliento, de una clara toma de partido que no necesita expresarse porque se sustenta en hechos, en pruebas, en testimonios, en lo que se denuncia, es decir, haciendo un periodismo de altura e impecable en el que los adjetivos los pone el receptor.
   A la hora de abordar Spotlight, es inevitable evocar Todos los hombres del presidente (1976) -a la que se hacía un guiño desde La verdad con la presencia de Redford-, filme modélico de Alan J. Pakula que supo contar una historia casi en caliente, estando aún muy reciente el suceso, con las heridas sin cerrar, sintiéndose todavía los efectos de la onda expansiva, pero narrándola desde la más pura asepsia informativa, tomando como punto de partida el imprescindible libro escrito por Bob Woodward y Carl Bernstein, los investigadores y esclarecedores de lo que se conoce como “el Watergate” (así, a secas, aunque a veces se le añade lo de “escándalo”), con la misma ética y pundonor que aplicaron a sus textos, a la constatación de datos, a la búsqueda de fuentes, con el mismo rigor con el que arrinconaron sus ideologías para que no les cegase el entendimiento (error que cometió Mary Mapes, el personaje al que Blanchett da vida en La verdad, quien no cuestionó como debía unos documentos que, si bien no mentían, no tenían validez como prueba indiscutible). Bernstein y Woodward contaron su hazaña (porque lo fue) sin darse importancia, como si les hubiera pasado a otros, ese fue el tono en que Pakula la trasladó a imágenes, apoyado en un espléndido reparto y en un guión que, si bien se vio obligado a sintetizar excesivamente todo lo sucedido, se desarrollaba al modo del pequeño copo de nieve que termina provocando un alud y sabía implicar al espectador al dibujar certeramente a los personajes sin traicionar la prosa nada manierista, elaborada pero sin excesos literarios, en realidad un reportaje muy largo novelado lo justo para acceder al mayor público posible. Tom McCarthy y Josh Singer optan por seguir ese camino en el sólido guión que han construido para Spotlight, pero rizando el rizo puesto que lo que les importa, aquello en cuyo epicentro nos introducen es la propia investigación periodística llevada a cabo por el equipo que sirve para titular la película, podría decirse que es la verdadera protagonista puesto que todos los personajes actúan, se comportan, se explican por su relación con la misma, apenas hay algún esbozo de sus vidas personales, aspectos que inciden de una u otra forma en cómo abordar y afrontar el asunto que se traen entre manos (y los que no, importan bastante poco, las cosas como son, aunque por fortuna no ocupan demasiado metraje).
   Spotlight cuenta cómo The Boston Globe destapó los abusos sexuales cometidos de manera sistemática durante tres décadas por miembros de la Archidiócesis de la ciudad, cómo se había silenciado a las víctimas (menores de edad), cómo se había mirado hacia otro lado, cómo se mantenía en el seno de la Iglesia a los culpables, la investigación (galardonada con el premio Pulitzer) mostró tan sólo la punta del iceberg puesto que, a partir de su publicación el 6 de enero de 2002, escándalos similares afloraron en otros lugares del mundo, arrojando una cifra estremecedora de eclesiásticos acusados y de niños forzados y violados. Autor de una ópera prima deliciosa y emotiva como Vías cruzadas (2003) y de una sutil pero firme denuncia sustentada en y agigantada por un impresionante Richard Jenkins -The Visitor (2007)-, los siguientes pasos de McCarthy como director han sido películas más impersonales o con vocación comercial, debiendo su mayor fama y prestigio a su participación en el guión de la sobrevalorada Up (2009) -aunque él no participó en la escritura final, tal vez no es responsable del modo en que se estiró la anécdota más allá de lo deseable-; ahora regresa con una película que puede parecer o pecar de fría, de distante, a la que diríase a ratos le falta humanidad, es tremendamente expositiva, no recurre al thriller o al drama en su sentido más puro, evita impregnarse de cualquier género que pueda sonar a ficción, lo cifra todo al contenido, a los datos, a aquello que no por sabido resulta menos doloroso, pero es por esa aparente carencia de implicación por lo que resulta absolutamente demoledora, implacable, certera, aguda, es un magnífico ejercicio de contención que McCarthy sabe manejar con gran solvencia y momentos de maestría (nunca un Noche de paz ha provocado tantos escalofríos, pánico, lágrimas, angustia, impotencia, pocas veces unas voces angelicales e inocentes han lacerado nuestro corazón de ese modo y han servido para señalar la ignominia de los que se creen elegidos por Dios y, por lo tanto, actúan con impunidad y al margen de lo que sancionan como pecado).
   Que Spotlight no sea una película de personajes no implica que los actores no ejecuten trabajos loables; si bien es cierto que no tienen las posibilidades de lucimiento que ofrecerían sus roles en un libreto escrito de otro modo, todos contribuyen a la verosimilitud, imprimen verdad, se desdibujan para que la historia sea contada en los términos precisos, se entregan con generosidad a sus cometidos y, en pequeños detalles, en gestos, en silencios, en maneras de coger el teléfono, en la toma frenética de notas, aquí y allá asoma la pulcritud de un trabajo que no siempre se recompensa como merece al no ser ostentoso ni notorio. Michael Keaton olvida todas las muecas y la exageración exigida por Iñárritu en Birdman (2014), pero precisamente por ello la Academia ha optado por ignorarle en las candidaturas a los Oscar, cuando da una lección de madurez interpretativa que este cronista nunca creyó posible; Mark Ruffalo tiene el personaje más goloso y aprovecha muy bien sus momentos sin excederse, demostrando su versatilidad, su naturalidad, siendo el máximo representante del espectador, indignándose en ocasiones, lanzando preguntas al aire, implicándose en la historia; Rachel McAdams cumple con efectividad haciendo algo muy complicado (escuchar) y demostrando que sabe hacerlo con clase y oficio; Stanley Tucci equilibra con brío y su brillantez habitual un rol que podría despeñarse por el barranco de lo grotesco; Brian d´Arcy James y Liev Schreiber aportan empaque; John Slattery encarna a la perfección (incluso llega a emocionar al que esto escribe) al periodista honesto, que defiende los valores que alientan el oficio, representa a ese profesional con años de experiencia a su espalda, curtido en mil batallas, que no baja la guardia y defiende el fuerte todos los días, sin duda alguien digno de llamarse Ben Bradlee Jr. (y, de nuevo, cerrando el círculo llegamos al Watergate, en cuyo esclarecimiento tanto tuvo que ver Ben Bradlee senior -Jason Robards obtuvo su primer Oscar por darle vida en Todos los hombres del presidente-). McCarthy no ha querido hacer una película de héroes, ha preferido hablar de sus hechos que son los que los convierten en tales ante los ojos de los demás, ha narrado sin grandilocuencia para no desviar la atención resultando tremendamente elocuente por mucho que moleste a todos esos cómplices voluntarios, sea porque así se reconocen, sea por el modo de actuar o callar (esto no son especulaciones, no son opiniones, no son suspicacias, no son hipótesis, ¿cómo seguís al lado de aquellos que vulneran derechos y emponzoñan aquello en lo que decís creer, esos que olvidan los mandamientos y la doctrina que se supone deberían defender y ejemplificar?).  

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