TÍTULO ORIGINAL: Spotlight
DIRECCIÓN: Tom McCarthy GUIÓN: Josh Singer, Tom McCarthy MÚSICA: Howard Shore
FOTOGRAFÍA: Masanobu Takayanagi MONTAJE: Tom McArdle REPARTO: Michael Keaton,
Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Brian d´Arcy James, Liev Schreiber, John
Slattery, Stanley Tucci
Trazar la imagen fílmica del periodista (o
de cualquier otra profesión) en pocas palabras supone caer en reduccionismos y
estereotipos (muchos de los cuales, sin duda, proceden de las propias películas
-o han sido tomados del natural pero se exageran, se caricaturizan, se
distorsionan de tal manera que pierden verosimilitud-), dejando fuera muchos
matices y excepciones que, con el tiempo, han llegado a convertirse en
categorías, puesto que dependiendo del género o de la importancia del personaje
en la historia, según el punto de vista que adopte el guión y la intención que
el director imprima a cada imagen (basta un encuadre u otro para que la
percepción del público pase de la admiración al odio y viceversa), podemos
encontrarlos de todos los pelajes y condiciones. Y aunque en demasiadas
ocasiones se le convierte en elemento negativo, corrosivo, ambicioso, falto de
ética, interferencia, en colisión con el héroe, lo cierto es que el ejercicio
del periodismo ha aparecido en la pantalla como sinónimo de lucha contra la
injusticia, altavoz de los desfavorecidos, perseguidor de delitos, cuestionador
de los poderosos, asumido por personas que ponen por delante los intereses de
los demás, que creen y defienden un oficio honesto, ecuánime, deontológico,
insobornable, aunque las noticias puedan afectar la carrera de cada uno, aunque
ciertos vasos comunicantes sigan teniendo flujo, aunque los que se sientan en
los despachos olvidan la profesión (si es que la ejercieron, más allá de ir escalando
posiciones) o la desconocen, aunque los balances económicos, los índices de
audiencia, las campañas de publicidad, las ideologías, marquen el rumbo que
siguen (de un tiempo a esta parte, por desgracia, habría que decir deriva) los
medios de comunicación. Tras la agradable sorpresa que supuso La verdad (2015), cinta vibrante con una
magnífica (lo que no supone ninguna novedad) Cate Blanchett y un estupendo
Robert Redford como pieza de encaje con un cine que no debería resultar tan
lejano, Tom McCarthy da un paso de gigante (era el único punto flaco de la
película citada: James Vanderbilt, debutante en esas lides, carecía a ratos de
la fuerza necesaria detrás de la cámara) en la recuperación de un modo de
narrar, de una atmósfera, de un aliento, de una clara toma de partido que no
necesita expresarse porque se sustenta en hechos, en pruebas, en testimonios, en
lo que se denuncia, es decir, haciendo un periodismo de altura e impecable en el
que los adjetivos los pone el receptor.
A la hora de abordar Spotlight, es inevitable evocar Todos
los hombres del presidente (1976) -a la que se hacía un guiño desde La verdad con la presencia de Redford-,
filme modélico de Alan J. Pakula que supo contar una historia casi en caliente,
estando aún muy reciente el suceso, con las heridas sin cerrar, sintiéndose
todavía los efectos de la onda expansiva, pero narrándola desde la más pura
asepsia informativa, tomando como punto de partida el imprescindible libro
escrito por Bob Woodward y Carl Bernstein, los investigadores y esclarecedores
de lo que se conoce como “el Watergate” (así, a secas, aunque a veces se le
añade lo de “escándalo”), con la misma ética y pundonor que aplicaron a sus
textos, a la constatación de datos, a la búsqueda de fuentes, con el mismo
rigor con el que arrinconaron sus ideologías para que no les cegase el
entendimiento (error que cometió Mary Mapes, el personaje al que Blanchett da
vida en La verdad, quien no cuestionó
como debía unos documentos que, si bien no mentían, no tenían validez como
prueba indiscutible). Bernstein y Woodward contaron su hazaña (porque lo fue)
sin darse importancia, como si les hubiera pasado a otros, ese fue el tono en
que Pakula la trasladó a imágenes, apoyado en un espléndido reparto y en un
guión que, si bien se vio obligado a sintetizar excesivamente todo lo sucedido,
se desarrollaba al modo del pequeño copo de nieve que termina provocando un
alud y sabía implicar al espectador al dibujar certeramente a los personajes
sin traicionar la prosa nada manierista, elaborada pero sin excesos literarios,
en realidad un reportaje muy largo novelado lo justo para acceder al mayor
público posible. Tom McCarthy y Josh Singer optan por seguir ese camino en el
sólido guión que han construido para Spotlight,
pero rizando el rizo puesto que lo que les importa, aquello en cuyo epicentro
nos introducen es la propia investigación periodística llevada a cabo por el
equipo que sirve para titular la película, podría decirse que es la verdadera
protagonista puesto que todos los personajes actúan, se comportan, se explican
por su relación con la misma, apenas hay algún esbozo de sus vidas personales,
aspectos que inciden de una u otra forma en cómo abordar y afrontar el asunto
que se traen entre manos (y los que no, importan bastante poco, las cosas como
son, aunque por fortuna no ocupan demasiado metraje).
Spotlight
cuenta cómo The Boston Globe destapó
los abusos sexuales cometidos de manera sistemática durante tres décadas por
miembros de la Archidiócesis de la ciudad, cómo se había silenciado a las
víctimas (menores de edad), cómo se había mirado hacia otro lado, cómo se
mantenía en el seno de la Iglesia a los culpables, la investigación (galardonada
con el premio Pulitzer) mostró tan sólo la punta del iceberg puesto que, a
partir de su publicación el 6 de enero de 2002, escándalos similares afloraron en
otros lugares del mundo, arrojando una cifra estremecedora de eclesiásticos
acusados y de niños forzados y violados. Autor de una ópera prima deliciosa y
emotiva como Vías cruzadas (2003) y
de una sutil pero firme denuncia sustentada en y agigantada por un
impresionante Richard Jenkins -The
Visitor (2007)-, los siguientes pasos de McCarthy como director han sido
películas más impersonales o con vocación comercial, debiendo su mayor fama y
prestigio a su participación en el guión de la sobrevalorada Up (2009) -aunque él no participó en la
escritura final, tal vez no es responsable del modo en que se estiró la
anécdota más allá de lo deseable-; ahora regresa con una película que puede
parecer o pecar de fría, de distante, a la que diríase a ratos le falta
humanidad, es tremendamente expositiva, no recurre al thriller o al drama en su
sentido más puro, evita impregnarse de cualquier género que pueda sonar a ficción,
lo cifra todo al contenido, a los datos, a aquello que no por sabido resulta
menos doloroso, pero es por esa aparente carencia de implicación por lo que
resulta absolutamente demoledora, implacable, certera, aguda, es un magnífico
ejercicio de contención que McCarthy sabe manejar con gran solvencia y momentos
de maestría (nunca un Noche de paz ha
provocado tantos escalofríos, pánico, lágrimas, angustia, impotencia, pocas
veces unas voces angelicales e inocentes han lacerado nuestro corazón de ese
modo y han servido para señalar la ignominia de los que se creen elegidos por
Dios y, por lo tanto, actúan con impunidad y al margen de lo que sancionan como
pecado).
Que Spotlight
no sea una película de personajes no implica que los actores no ejecuten
trabajos loables; si bien es cierto que no tienen las posibilidades de
lucimiento que ofrecerían sus roles en un libreto escrito de otro modo, todos
contribuyen a la verosimilitud, imprimen verdad, se desdibujan para que la
historia sea contada en los términos precisos, se entregan con generosidad a
sus cometidos y, en pequeños detalles, en gestos, en silencios, en maneras de
coger el teléfono, en la toma frenética de notas, aquí y allá asoma la
pulcritud de un trabajo que no siempre se recompensa como merece al no ser
ostentoso ni notorio. Michael Keaton olvida todas las muecas y la exageración
exigida por Iñárritu en Birdman (2014),
pero precisamente por ello la Academia ha optado por ignorarle en las
candidaturas a los Oscar, cuando da una lección de madurez interpretativa que
este cronista nunca creyó posible; Mark Ruffalo tiene el personaje más goloso y
aprovecha muy bien sus momentos sin excederse, demostrando su versatilidad, su
naturalidad, siendo el máximo representante del espectador, indignándose en
ocasiones, lanzando preguntas al aire, implicándose en la historia; Rachel
McAdams cumple con efectividad haciendo algo muy complicado (escuchar) y
demostrando que sabe hacerlo con clase y oficio; Stanley Tucci equilibra con
brío y su brillantez habitual un rol que podría despeñarse por el barranco de
lo grotesco; Brian d´Arcy James y Liev Schreiber aportan empaque; John Slattery
encarna a la perfección (incluso llega a emocionar al que esto escribe) al
periodista honesto, que defiende los valores que alientan el oficio, representa
a ese profesional con años de experiencia a su espalda, curtido en mil
batallas, que no baja la guardia y defiende el fuerte todos los días, sin duda
alguien digno de llamarse Ben Bradlee Jr. (y, de nuevo, cerrando el círculo
llegamos al Watergate, en cuyo esclarecimiento tanto tuvo que ver Ben Bradlee
senior -Jason Robards obtuvo su primer Oscar por darle vida en Todos los hombres del presidente-).
McCarthy no ha querido hacer una película de héroes, ha preferido hablar de sus
hechos que son los que los convierten en tales ante los ojos de los demás, ha
narrado sin grandilocuencia para no desviar la atención resultando tremendamente
elocuente por mucho que moleste a todos esos cómplices voluntarios, sea porque
así se reconocen, sea por el modo de actuar o callar (esto no son
especulaciones, no son opiniones, no son suspicacias, no son hipótesis, ¿cómo
seguís al lado de aquellos que vulneran derechos y emponzoñan aquello en lo que
decís creer, esos que olvidan los mandamientos y la doctrina que se supone
deberían defender y ejemplificar?).
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