domingo, 20 de noviembre de 2016

"UN MONSTRUO VIENE A VERME": ¿DÓNDE ESTÁN MIS LÁGRIMAS?






TÍTULO ORIGINAL: A Monster Calls DIRECCIÓN: J.A. Bayona GUIÓN: Patrick Ness (basado en su novela homónima según idea original de Siobhan Dowd) MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Óscar Faura MONTAJE: Jaume Martí, Bernat Vilaplana REPARTO: Lewis MacDougall, Sigourney Weaver, Felicity Jones, Liam Neeson (voz del monstruo), Toby Kebbell, Ben Moor, James Melville

   Se piden disculpas de antemano porque, hasta cierto punto, el presente texto es un refrito de otros anteriormente publicados, pero sólo recurriendo a lo que se escribió tras leer la novela que inspira la película que hoy nos ocupa podrá explicarse con más precisión lo experimentado durante la proyección y poniéndolo en común con lo ya comentado cuando se estrenó Lo imposible (2012) podrá sustentarse con mayor solidez el discurso. Se implora el perdón de los lectores en especial porque, sin perder de vista el imprescindible tono profesional, sin renunciar al ejercicio periodístico ni a las características de un género que también hunde sus raíces en lo literario, en esta reseña habrá más referencias personales de las habituales (más allá de las precisas para desarrollar el criterio empleado en el juicio que se emite, imprescindibles por otra parte para que el análisis sea propio, la expresión de un parecer concreto que es lo que, al menos así se aprendió y se sigue haciendo día a día, debe constituir una crítica, un constante recordatorio de que la objetividad -que, de por sí, no existe- no tiene cabida en un análisis particular, aunque no deba perderse de vista la ecuanimidad, atender a los hechos probados e irrefutables, no faltar a la verdad y reconocer las implicaciones, los intereses, las obligatoriedades bajo las que se difunde lo que se presenta como libre y sin ataduras), referencias que aluden al estado de ánimo con que uno se enfrentó al texto original de Patrick Ness, el resultante al terminar la lectura,  ánimo que hacía albergar unas expectativas que no se han cumplido, en parte por razones de estilo del director ya apreciadas (pero poco valoradas) en su anterior filme.
   Por ir por orden, conviene fechar el momento en que se escribió para el blog hermano de éste (El arpa de Bécquer) una entrada titulada Lo que se oculta en el almario en la que se hablaba sobre la experiencia lectora vivida entre las páginas de Un monstruo viene a verme de Patrick Ness (publicado por Nube de Tinta y traducido por Carlos Jiménez Arribas), fue el 20 de agosto de 2014, justo cuando a mi padre le detectaban algo extraño en el estómago que resultó ser un tumor que, antes incluso de desarrollar todo su veneno cancerígeno, le ocasionaría la muerte en poco más de dos meses, aún no se podía prever tan precipitado y desolador (y cercano) desenlace, pero algo anidaba en mi interior que la lectura espoleó, unido al permanente recuerdo de la prematura muerte de la madre de Pablo, precedida de una agonía prolongada y sin solución: “Recorrer Un monstruo viene a verme me hizo regresar a ese prodigioso, mesurado, vívido, turbador, emocionante y sobrecogedor texto al que Pablo quiso que pusiera voz, esa crónica doliente y comedida, equilibrada y sentida, en que rememoró los últimos meses de vida de su madre, esa ausencia tan presente, ese dolor callado por el que no me atrevo a preguntar (tal vez por miedo a que mi propio dolor aumente, tal vez por incapacidad para contenerlo y atenuarlo, tal vez por cobardía a no estar a la altura, tal vez porque no es necesario ya que hay conexiones, vínculos, apoyos, cariños que no precisan de palabras sino de acciones, de permanencias, de certezas); pero en ese texto también está la herencia vital y emocional recibida, el ejemplo impagable de alguien que le enseñó (y a mí a través de las palabras de su hijo, de los sentimientos convocados en cada frase, de la viveza expresiva con que Nidos de gaviotas sacude al lector –multiplicada cuando, además, hay que darle vida en voz alta-) a apreciar, valorar, buscar y amplificar las posibilidades de ser feliz, expectativas tan o más importantes y enriquecedoras que el en ocasiones mero disfrute, un poco al modo de esa canción de Alberto Cortez que tanto me gusta en la que afirma “prefiero, más que llegar, pensar que ya voy llegando”. Y, una vez más, su empaque, su sensibilidad, su acertado análisis me ha dado empuje, alas, movimiento, al igual que lo hace Conor [el protagonista], quien tan sólo desea llamar a las cosas por su nombre, comprender que no es malvado por desear que el dolor termine, que puede sonar egoísta pero que cuando sólo es posible una verdad lo mejor es decirla, asumirla, gritarla, porque eso nos prepara para afrontar lo que, sin duda, ha de venir después, aunque fue inevitable sentir en toda su magnitud el escalofrío que me atenazó el otro día cuando vi a mi padre sentado esperando el metro y le encontré demasiado delgado, mayor, empequeñecido, pendiente de unas próximas pruebas médicas, y todo se me mezcló y anticipé esa orfandad que, en realidad, siempre llevamos a cuestas. Por eso le dije a Pablo que, aunque es una maravilla, hay que esperar el momento adecuado para leer Un monstruo viene a verme, magnífico compendio de esos terrores de los que jamás podremos desprendernos, lectura que revuelve, turba, pero nos engrandece, nos hace mirar con ojos aún más enamorados a las personas que lo merecen”. Y acepto que haya quien (como me dijo Pablo cuando, por fin, lo leyó un tiempo después) encuentre la historia de Ness demasiado tramposa, obvia si se quiere, exageradamente dramática, sin tonos medios, pero el caso es que me funcionó, entré en su dinámica, fui incapaz de evitar la inmersión, fui acumulando dolor, pavor, angustia, hasta llegar al estallido final e incontenible: “(…) [el libro] ha conseguido que lo terminase faltándome el aire, cabeceando, sufriendo (aunque disfrutando con el modo en que está escrito, con la mucha sensibilidad que el autor destila), intentando contener las lágrimas, dando rienda suelta a un miedo ancestral que te hace sentir vulnerable, siempre niño, momento al que, se diga lo que se diga, nunca llegas realmente preparado: el de perder a tus progenitores”.
   Por lo tanto, uno iba predispuesto y preparado para la inundación ocular, más aún cuando, fuese para alabarla o para reprobarla, todo el mundo parecía coincidir en que la película era lacrimógena hasta la extenuación, pero, como se escribió en octubre de 2012 tras visionar Lo imposible, “queriendo evitar lo obvio, lo tremendista, lo elemental, todo el conjunto mantiene una frialdad excesiva que provoca distancia y cierto hastío”, sin olvidar que “aunque esto pueda resultar contradictorio, está tan maravillosamente dirigida, tan impecablemente rodada, que el envoltorio engulle todo lo demás con más fuerza que la ola que se abate sobre los turistas”. Y esa es la rémora de Bayona cuando no tiene a una Belén Rueda impresionante y descarnada en liza, cuando no se apoya en un inteligente guión que tomaba los ingredientes necesarios de cada género, que buscaba -y conseguía- conmovernos desde lo inquietante, lo opresivo, lo desconocido, lo inexplicable, que rehuía con acierto poner en primer plano lo puramente emocional, lo fieramente humano, para ir descubriendo poco a poco y de la manera más conveniente para el funcionamiento de un preciso mecanismo de relojería el corazón que hacía latir la historia con una intensidad que, por desgracia, ha ido desvaneciéndose en los siguientes proyectos de Bayona, especialmente en Un monstruo viene a verme porque ni siquiera actrices de la contundencia y magnificencia de Felicity Jones y, sobre todo, Sigourney Weaver (sus grandes momentos son desperdiciados por precipitación, por reducción a la mínima expresión, por encuadres que le dan escasa oportunidad para el lucimiento) pueden imprimir verismo y alma a lo que parece un relleno entre las virtuosas (y un tanto planas aunque respeten el espíritu de la letra que las alienta) secuencias de animación, Patrick Ness (como tantos autores metidos a adaptadores de su obra para un medio de expresión diferente) ha traicionado a su(s) criatura(s) dejándola en el esqueleto, en algo a medio gas, en un pálido reflejo de aquello que tanto impactó, seísmo particular e íntimo que sólo se reconoce gracias a la esplendorosa voz de Liam Neeson y al casi debutante Lewis MacDougall -sólo tiene un crédito anterior: Pan: Viaje a Nunca Jamás (2015)-, nueva demostración de lo bien que elige y mejor dirige Bayona a sus actores infantiles, él sí reaviva la llama que inspiró a quien suscribe frases como las que siguen: “Conor es uno de esos niños tristes que conmocionan por la naturalidad con que se envuelven en esa coraza, como si fuese su única posibilidad de supervivencia, niños que, aunque no comprenden por qué (no es que de mayor se entienda mejor, pero nos inventamos salvavidas, asideros, metáforas, escondrijos que, por mucha imaginación que tenga un crío, no sirven de nada a una corta edad puesto que, a la hora de la verdad, se impone el pragmatismo infantil, su necesidad de concretar, su confusión cuando se comparan con otros chavales y se notan diferentes –reveladoras, en este caso, las escenas que tienen lugar en la escuela: las burlas de algunos compañeros, la insólita solidaridad de otros, la conmiseración de los profesores-), optan por seguir camino sin hacer patente su congoja, rumiando su rabia, acumulando inquina, alimentando su encono, despreciando las bonitas e inanes palabras de los adultos, mirando con ojos que hacen auténticas prospecciones en el ánimo de los mayores, desmontando la ficción, decolorando el tinte rosa que quieren imprimir al horizonte, cercenando cualquier vía de escape”. Nadie duda de sus facultades detrás de la cámara, técnicamente hablando, de su puesta en escena sencilla a pesar del aparataje que precisa, de los efectos necesarios, de la grandilocuencia debida y que sabe controlar para evitar el disparate, en ese sentido puede hacer una buena labor en la nueva cinta del universo jurásico creado por Michael Crichton, otra cosa es si habrá emociones reales como las vividas de la mano de Spielberg (con en el que en tantas ocasiones se le compara, normalmente para fustigar al maestro, paralelismo insostenible si se conoce de verdad -y disfruta- la obra del tantas veces llamado Rey Midas de Hollywood) o todo quedará en una exhibición un tanto hueca y a ratos impersonal, virtuosismo técnico y poco más.

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