TÍTULO ORIGINAL: A Monster Calls DIRECCIÓN:
J.A. Bayona GUIÓN: Patrick Ness (basado en su novela homónima según idea
original de Siobhan Dowd) MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Óscar Faura
MONTAJE: Jaume Martí, Bernat Vilaplana REPARTO: Lewis MacDougall, Sigourney
Weaver, Felicity Jones, Liam Neeson (voz del monstruo), Toby Kebbell, Ben Moor,
James Melville
Se
piden disculpas de antemano porque, hasta cierto punto, el presente texto es un
refrito de otros anteriormente publicados, pero sólo recurriendo a lo que se
escribió tras leer la novela que inspira la película que hoy nos ocupa podrá
explicarse con más precisión lo experimentado durante la proyección y
poniéndolo en común con lo ya comentado cuando se estrenó Lo imposible (2012) podrá sustentarse con mayor solidez el
discurso. Se implora el perdón de los lectores en especial porque, sin perder
de vista el imprescindible tono profesional, sin renunciar al ejercicio
periodístico ni a las características de un género que también hunde sus raíces
en lo literario, en esta reseña habrá más referencias personales de las
habituales (más allá de las precisas para desarrollar el criterio empleado en
el juicio que se emite, imprescindibles por otra parte para que el análisis sea
propio, la expresión de un parecer concreto que es lo que, al menos así se
aprendió y se sigue haciendo día a día, debe constituir una crítica, un
constante recordatorio de que la objetividad -que, de por sí, no existe- no
tiene cabida en un análisis particular, aunque no deba perderse de vista la
ecuanimidad, atender a los hechos probados e irrefutables, no faltar a la
verdad y reconocer las implicaciones, los intereses, las obligatoriedades bajo
las que se difunde lo que se presenta como libre y sin ataduras), referencias
que aluden al estado de ánimo con que uno se enfrentó al texto original de
Patrick Ness, el resultante al terminar la lectura, ánimo que hacía albergar unas expectativas que
no se han cumplido, en parte por razones de estilo del director ya apreciadas
(pero poco valoradas) en su anterior filme.
Por
ir por orden, conviene fechar el momento en que se escribió para el blog
hermano de éste (El arpa de Bécquer) una entrada titulada Lo que se oculta en el almario en la que se hablaba sobre la
experiencia lectora vivida entre las páginas de Un monstruo viene a verme de Patrick Ness (publicado por Nube de Tinta
y traducido por Carlos Jiménez Arribas), fue el 20 de agosto de 2014, justo
cuando a mi padre le detectaban algo extraño en el estómago que resultó ser un
tumor que, antes incluso de desarrollar todo su veneno cancerígeno, le
ocasionaría la muerte en poco más de dos meses, aún no se podía prever tan
precipitado y desolador (y cercano) desenlace, pero algo anidaba en mi interior
que la lectura espoleó, unido al permanente recuerdo de la prematura muerte de
la madre de Pablo, precedida de una agonía prolongada y sin solución: “Recorrer
Un monstruo viene a verme me hizo
regresar a ese prodigioso, mesurado, vívido, turbador, emocionante y
sobrecogedor texto al que Pablo quiso que pusiera voz, esa crónica doliente y
comedida, equilibrada y sentida, en que rememoró los últimos meses de vida de
su madre, esa ausencia tan presente, ese dolor callado por el que no me atrevo
a preguntar (tal vez por miedo a que mi propio dolor aumente, tal vez por
incapacidad para contenerlo y atenuarlo, tal vez por cobardía a no estar a la
altura, tal vez porque no es necesario ya que hay conexiones, vínculos, apoyos,
cariños que no precisan de palabras sino de acciones, de permanencias, de
certezas); pero en ese texto también está la herencia vital y emocional
recibida, el ejemplo impagable de alguien que le enseñó (y a mí a través de las
palabras de su hijo, de los sentimientos convocados en cada frase, de la viveza
expresiva con que Nidos de gaviotas
sacude al lector –multiplicada cuando, además, hay que darle vida en voz alta-)
a apreciar, valorar, buscar y amplificar las posibilidades de ser feliz,
expectativas tan o más importantes y enriquecedoras que el en ocasiones mero
disfrute, un poco al modo de esa canción de Alberto Cortez que tanto me gusta
en la que afirma “prefiero, más que llegar, pensar que ya voy llegando”. Y, una
vez más, su empaque, su sensibilidad, su acertado análisis me ha dado empuje,
alas, movimiento, al igual que lo hace Conor [el protagonista], quien tan sólo
desea llamar a las cosas por su nombre, comprender que no es malvado por desear
que el dolor termine, que puede sonar egoísta pero que cuando sólo es posible
una verdad lo mejor es decirla, asumirla, gritarla, porque eso nos prepara para
afrontar lo que, sin duda, ha de venir después, aunque fue inevitable sentir en
toda su magnitud el escalofrío que me atenazó el otro día cuando vi a mi padre
sentado esperando el metro y le encontré demasiado delgado, mayor,
empequeñecido, pendiente de unas próximas pruebas médicas, y todo se me mezcló
y anticipé esa orfandad que, en realidad, siempre llevamos a cuestas. Por eso
le dije a Pablo que, aunque es una maravilla, hay que esperar el momento
adecuado para leer Un monstruo viene a
verme, magnífico compendio de esos terrores de los que jamás podremos
desprendernos, lectura que revuelve, turba, pero nos engrandece, nos hace mirar
con ojos aún más enamorados a las personas que lo merecen”. Y acepto que haya
quien (como me dijo Pablo cuando, por fin, lo leyó un tiempo después) encuentre
la historia de Ness demasiado tramposa, obvia si se quiere, exageradamente
dramática, sin tonos medios, pero el caso es que me funcionó, entré en su
dinámica, fui incapaz de evitar la inmersión, fui acumulando dolor, pavor,
angustia, hasta llegar al estallido final e incontenible: “(…) [el libro] ha
conseguido que lo terminase faltándome el aire, cabeceando, sufriendo (aunque
disfrutando con el modo en que está escrito, con la mucha sensibilidad que el
autor destila), intentando contener las lágrimas, dando rienda suelta a un
miedo ancestral que te hace sentir vulnerable, siempre niño, momento al que, se
diga lo que se diga, nunca llegas realmente preparado: el de perder a tus
progenitores”.
Por
lo tanto, uno iba predispuesto y preparado para la inundación ocular, más aún
cuando, fuese para alabarla o para reprobarla, todo el mundo parecía coincidir
en que la película era lacrimógena hasta la extenuación, pero, como se escribió
en octubre de 2012 tras visionar Lo
imposible, “queriendo evitar lo obvio, lo tremendista, lo elemental, todo
el conjunto mantiene una frialdad excesiva que provoca distancia y cierto
hastío”, sin olvidar que “aunque esto pueda resultar contradictorio, está tan
maravillosamente dirigida, tan impecablemente rodada, que el envoltorio engulle
todo lo demás con más fuerza que la ola que se abate sobre los turistas”. Y esa
es la rémora de Bayona cuando no tiene a una Belén Rueda impresionante y descarnada
en liza, cuando no se apoya en un inteligente guión que tomaba los ingredientes
necesarios de cada género, que buscaba -y conseguía- conmovernos desde lo
inquietante, lo opresivo, lo desconocido, lo inexplicable, que rehuía con
acierto poner en primer plano lo puramente emocional, lo fieramente humano, para
ir descubriendo poco a poco y de la manera más conveniente para el
funcionamiento de un preciso mecanismo de relojería el corazón que hacía latir
la historia con una intensidad que, por desgracia, ha ido desvaneciéndose en
los siguientes proyectos de Bayona, especialmente en Un monstruo viene a verme porque ni siquiera actrices de la
contundencia y magnificencia de Felicity Jones y, sobre todo, Sigourney Weaver
(sus grandes momentos son desperdiciados por precipitación, por reducción a la
mínima expresión, por encuadres que le dan escasa oportunidad para el
lucimiento) pueden imprimir verismo y alma a lo que parece un relleno entre las
virtuosas (y un tanto planas aunque respeten el espíritu de la letra que las
alienta) secuencias de animación, Patrick Ness (como tantos autores metidos a
adaptadores de su obra para un medio de expresión diferente) ha traicionado a
su(s) criatura(s) dejándola en el esqueleto, en algo a medio gas, en un pálido
reflejo de aquello que tanto impactó, seísmo particular e íntimo que sólo se
reconoce gracias a la esplendorosa voz de Liam Neeson y al casi debutante Lewis
MacDougall -sólo tiene un crédito anterior: Pan:
Viaje a Nunca Jamás (2015)-, nueva demostración de lo bien que elige y
mejor dirige Bayona a sus actores infantiles, él sí reaviva la llama que
inspiró a quien suscribe frases como las que siguen: “Conor es uno de esos
niños tristes que conmocionan por la naturalidad con que se envuelven en esa
coraza, como si fuese su única posibilidad de supervivencia, niños que, aunque
no comprenden por qué (no es que de mayor se entienda mejor, pero nos
inventamos salvavidas, asideros, metáforas, escondrijos que, por mucha
imaginación que tenga un crío, no sirven de nada a una corta edad puesto que, a
la hora de la verdad, se impone el pragmatismo infantil, su necesidad de
concretar, su confusión cuando se comparan con otros chavales y se notan
diferentes –reveladoras, en este caso, las escenas que tienen lugar en la
escuela: las burlas de algunos compañeros, la insólita solidaridad de otros, la
conmiseración de los profesores-), optan por seguir camino sin hacer patente su
congoja, rumiando su rabia, acumulando inquina, alimentando su encono,
despreciando las bonitas e inanes palabras de los adultos, mirando con ojos que
hacen auténticas prospecciones en el ánimo de los mayores, desmontando la
ficción, decolorando el tinte rosa que quieren imprimir al horizonte, cercenando
cualquier vía de escape”. Nadie duda de sus facultades detrás de la cámara,
técnicamente hablando, de su puesta en escena sencilla a pesar del aparataje
que precisa, de los efectos necesarios, de la grandilocuencia debida y que sabe
controlar para evitar el disparate, en ese sentido puede hacer una buena labor
en la nueva cinta del universo jurásico creado por Michael Crichton, otra cosa
es si habrá emociones reales como las vividas de la mano de Spielberg (con en
el que en tantas ocasiones se le compara, normalmente para fustigar al maestro,
paralelismo insostenible si se conoce de verdad -y disfruta- la obra del tantas
veces llamado Rey Midas de Hollywood) o todo quedará en una exhibición un tanto
hueca y a ratos impersonal, virtuosismo técnico y poco más.
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