martes, 22 de noviembre de 2016

"UN TRAIDOR COMO LOS NUESTROS": LA IMPORTANCIA DE (NO) LLAMARSE SUSANNE






TÍTULO ORIGINAL: Our Kind of Traitor DIRECCIÓN: Susanna White GUIÓN: Hossein Amini (basado en la novela homónima de John le Carré) MÚSICA: Marcelo Zarvos FOTOGRAFÍA: Anthony Dod Mantle MONTAJE: Tariq Anwar, Lucia Zuccheti REPARTO: Ewan McGregor, Stellan Skarsgard, Damian Lewis, Naomie Harris, Mariya Fomina, Dolya Gavanski, Velibor Topic

   John le Carré tuvo fortuna desde sus inicios como novelista, puesto que le bastaron tres años y tres títulos para conseguir éxito y prestigio (es muy reseñable este último, tan escurridizo cuando se trata de laurear y reconocer méritos de un autor dedicado a un género popular y, por eso mismo, considerado menor por muchos eruditos y guardianes de las esencias intelectuales que niegan sistemáticamente al resto) y tan sólo un bienio más para iniciar una relación con la gran pantalla que, con mejores o peores resultados artísticos y económicos, con intermitencias, continúa viento en popa e incluso ha experimentado en los últimos años un fructífero renacer (al que no es ajena la televisión, medio que, como veremos en seguida, amplificó su repercusión y conocimiento y contribuyó a reforzar su imagen de escritor de calidad). La novela que convenció a propios y extraños, la que todavía hoy es un clásico vigente que se reedita constantemente y sigue vendiéndose a más ritmo que muchas novedades, un referente del género de espionaje que se considera pocas veces igualado (incluso ha sido un hándicap para su propio autor: todo lo que ha publicado posteriormente se mide por este rasero, a veces injusta e innecesariamente) y apenas superado (de hecho, fue considerada en 2006 por Publishers Weekly como la mejor novela de espionaje de todos los tiempos), una auténtica revolución y evolución en el modo de narrar ese tipo de historias cuyos ecos y secuelas (cuando no vulgares imitaciones o copias descaradas) todavía se perciben hoy, la fama de le Carré se cimienta sobre El espía que surgió del frío, publicada en 1963 y adaptada al cine en 1965 bajo la batuta de Martin Ritt con un espléndido Richard Burton al frente del reparto. Aunque, ciñéndonos a lo audiovisual, no cabe duda de que la eclosión del ex diplomático reconvertido en novelista, su máxima popularidad entre audiencias de lo más variado, el momento en que se convirtió en todo un fenómeno global más allá de sus cifras de ventas (aunque éstas aumentaron espectacularmente porque se sumaron lectores de nuevo cuño e incluso muchos que hasta el momento no se habían interesado demasiado por el autor y/o el género) fue cuando la BBC adaptó el libro que en España se conoce como El topo aunque la serie se emitió en nuestro país traduciendo literalmente el título original, es decir, Calderero, sastre, soldado, espía (1979), un triunfo absoluto que aún permanece como obra maestra e imbatida con un Alec Guiness simplemente magistral.
   Fue precisamente el remake cinematográfico de El topo llevado a cabo con mimo y sumo acierto por Tomas Alfredson en 2011 (sin olvidar la contundencia de la que perdurará como una de sus obras más destacadas y perfectas, El jardinero fiel, transformada en vibrante y exitosa película por Fernando Meirelles con un emocionante Ralph Fiennes y una inolvidable -y oscarizada- Rachel Weisz), fue esa adaptación que recuperaba una forma de hacer y narrar, un fantástico homenaje al cine de otra época (notorio principalmente en la puesta en escena, en la dirección artística, en la impactante fotografía de Hoyte Van Hoytema), fue ese filme de espías al modo de los de siempre rodado con aliento clásico y brío contemporáneo el que situó de nuevo a le Carré en el disparadero y a sus novelas en los despachos de los ejecutivos, productores y creadores audiovisuales. Y, así, llegó El hombre más buscado (2014) que no aportaba demasiado al universo del escritor (todo lo contrario al trivializar, perturbar y retorcer la historia original hasta casi hacerla irreconocible), reseñable en la medida en que proporcionó la última ocasión en que el gran Philip Seymour Hoffman fue protagonista (y volvió a demostrar su grandeza al aportar humanidad, desgarro, abatimiento, sentimientos a lo que era poco más que un arquetipo, un rol desdibujado, un pálido reflejo de la creación de le Carré), y, sobre todo, una de las miniseries mejor recibidas de este año que va llegando a su fin, un éxito explosivo llamado El infiltrado que ha valido a su directora, Susanne Bier, el Emmy por su esmerado, virtuoso y a ratos bello trabajo detrás de la cámara, manteniendo el pulso (ese que a uno le parece pierde en sus normalmente interesantes pero con problemas de acabado películas -siempre dejan un regusto amargo, la sensación de que podrían haber alcanzado cotas más altas, Oscar de Hollywood por En un mundo mejor (2010) incluido-), manejando el grado de tensión con firmeza, atendiendo y desarrollando los diferentes aspectos y tonos que el escritor mezcla en las dosis perfectas, sin olvidar detenerse en y poner en primer plano ese factor humano que heredó de Graham Greene y al que aportó su propio sello, elemento básico para que el lector/espectador se sienta implicado (ya escribió alguien hace tiempo que, aunque Greene no publicase una novela así llamada -El factor humano- hasta 1979, gran parte de su producción podría ser titulada del mismo modo porque ese es el ingrediente fundamental de sus historias -algo, por cierto, muy británico, recuérdese cómo también está en la base y en el epicentro de gran parte de la filmografía hichtcockiana-). Y si bien es cierto que El infiltrado se estrenó en Reino Unido en febrero y que Un traidor como los nuestros empezaba su carrera comercial en mayo (es decir, poco han podido copiar de lo visto en televisión -tal vez algún remontaje, tratamiento de la fotografía, aspectos técnicos que puedan retocarse en la sala de montaje y edición-), es inevitable ver la película como nacida a raíz de la miniserie, como un añadido, como una coda, como algo que se pone bajo la sombra de una obra que la supera en casi todos los aspectos y con la que no aguanta la comparación, como tampoco lo hace con El topo, filme elegante y de ritmo reposado, cualidades de las que adolece la dirección de Susanna White. Artífice junto a Justin Chadwick de Casa desolada (2005), esplendorosa adaptación televisiva de la novela homónima de Charles Dickens, la serie que descubrió a Carey Mulligan (quien, salvando su portentosa interpretación en la no menos brillante An education (2009), nunca ha vuelto a estar mejor), curtida en televisión -ha filmado capítulos para Masters of Sex o Boardwalk Empire, codirigió Generation Kill (2008), se hizo cargo de la decepcionante Parade´s End (2012)- la realizadora británica sólo había rodado una película destinada a la gran pantalla -la innecesaria continuación de La niñera mágica (2005), La niñera mágica y el Big Bang (2010), si bien es cierto que resultaba más entretenida y menos desastrosa que su predecesora-, pero tampoco en esta ocasión parece haber encontrado el producto adecuado en el que demostrar sus indudables virtudes, quedando su estilo desvirtuado al amalgamar sin precisión ni solvencia lo que el guión tampoco sabe concretar ni explicar, las historias de le Carré tienen muchas capas y siempre es un reto sintetizarlas en unas cuantas secuencias, en acciones o diálogos.
   Ewan McGregor aporta su solvencia, su sencillez y solidez interpretativas, su potente carisma (inevitable, pero atenuado y adecuado a un personaje necesariamente anodino, un tipo corriente, alguien del motón), forma una pareja creíble con Naomie Harris, hay química en ese matrimonio en posible proceso de demolición que no duda en formar frente común y solidario ante el huracán que supone la irrupción en sus grises, mortecinas y un tanto patéticas vidas de un magnético Stellan Skarsgard que supera en todo momento los trazos de brocha gorda que transforman al Dilma de la novela original en un compendio de lugares comunes y estereotipos, Damian Lewis vuelve a dar muestras de su capacidad camaleónica, cambiando su forma de hablar y moverse una vez más, algo que no será novedoso para los espectadores de, por ejemplo, Hermanos de sangre (2001), Homeland en sus tres primeras temporadas o Wolf Hall (2015) en la que ha encarnado un Enrique VIII pleno de vigor, una presencia arrolladora que estaba a punto de borrar al impactante Thomas Cromwell que interpretado por Mark Rylance se ha hecho legendario en lo que a televisión se refiere, Damian Lewis se merienda la pantalla y a sus compañeros de reparto desde el comedimiento, el subtexto, por sus miradas y silencios, por su inteligencia como actor, por su sabiduría para llegar hasta el alma de los personajes, pero ese despliegue (unido a la estupenda labor del resto) no es suficiente para que el espectador se sienta atraído por una historia que discurre entre lo rutinario y lo forzadamente enérgico, Susanna White pisa demasiado y a destiempo el acelerador, no consigue ni aproximarse al alto voltaje de le Carré ni al modo (insuperable, al menos en esta ocasión) en que El topo o El infiltrado han dejado claro que este autor aún tiene mucho que decir y hacernos gozar (y pensar, porque siempre hay tela en la que rascar si uno quiere más allá del imprescindible entretenimiento, aunque aquí todo se ofrezca con un tono ramplón, tosco, sin matices, sin desarrollo, precipitado, incluso por momentos absurdo, muy lejos del original literario).   

No hay comentarios:

Publicar un comentario