jueves, 27 de junio de 2013

"POPULAIRE": A LA VELOCIDAD DEL RAYO


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Populaire DIRECCIÓN: Régis Roinsard GUIÓN: Régis Roinsard, Daniel Presley, Romain Compingt MÚSICA: Rob D´Orlando, Emanuel D´Orlando FOTOGRAFÍA: Guillaume Schiffman MONTAJE: Laure Gardette, Sophie Reine REPARTO: Romain Duris, Déborah François, Bérénice Bejo, Shaun Benson, Mélanie Bernier, Miou-Miou

 

   La baza de la nostalgia es muy complicada de jugar porque, por mucho terreno abonado que se tenga, supone colocarse bajo los auspicios de una época pretérita que, para bien o para mal, se tiene mitificada, ponerse a la sombra de artistas a los que sigue admirando, que continúan presentes (por eso siguen influyendo en lo que se hace ahora), establecer de antemano comparaciones que pueden no resultar beneficiosas, quedarse en la mera copia, en el triste remedo, no aportar nada y resultar un mero producto con visos comerciales que no satisface ni al público que conoció los referentes ni al actual, más preocupado por otras cosas (o que al desconocer los referentes cree que alguien acaba de inventar un nuevo género o, sencillamente, no comprende los códigos). Por mucho que uno siga siendo un espectador compulsivo de cine, no puede evitar añorar esos momentos en que la cartelera estaba plagada de títulos apetecibles, satisfactorios, que se convertían en favoritos casi desde el mismo momento del estreno, o pensar cómo debió ser la cotidianidad de un espectador de los años 40-50 cuando lo genial era la tónica habitual en gran parte de la producción cinematográfica; sin embargo, a muchos les sigue produciendo urticaria que aparezca una película como las de antes (uno prefiere decir “como las de siempre”, ya que son las que realmente permanecen) porque la consideran pasada, reflejo de un estilo que quedó atrás y unas cuantas zarandajas más. De ese modo, fue muy mal recibida una cinta fresca, dinámica, con lo mejor de la comedia hollywoodiense de las décadas de los 50 y 60 (sobre todo en lo que a factura técnica se refiere), un divertimento al modo de los filmes que dieron justa fama a la pareja Doris Day-Rock Hudson con unos Ewan McGregor y Renée Zellweger como dignos herederos: Abajo el amor (2003); en cuanto a lo de saber captar ese aire, el espíritu de aquel momento, la elegancia y sana diversión de obras que, por encima de todo, buscan entretener, gustar (algo totalmente lícito e incluso deseable cuando se hace con honestidad, oficio y talento), parece que el cine francés ha sabido encontrar un filón (aunque ya Jonathan Demme quiso revitalizar la Nouvelle Vague con aquel imposible remake de Charada (1963) titulado La verdad sobre Charlie (2002), una de las cosas más horrorosas que jamás se verán en una pantalla) y así nos vamos congratulando con regalos como Amelie (2001) o la reciente The Artist (2011), sólo por citar dos de las cumbres.

   Populaire se inscribe sin duda dentro de esta corriente que, sin reparos ni prejuicios, mira hacia atrás y evoca una estética, una manera de hacer y narrar, un costumbrismo que aún sirve para definirnos, una crítica velada y simpática a determinados comportamientos, convenciones y tradiciones que, al hacerse en voz baja y sin darle importancia, primando la carcajada o la sonrisa (según convenga al tono de la cinta) y buscando la complicidad del público, aún cala más hondo y deja más poso que discursos engolados y vacuos transmutados en película (algo, por cierto, a lo que tiene mucha querencia el país vecino). Sólo visualmente, la ópera prima de Régis Roinsard es un prodigio por su forma de combinar colores, por una dirección artística que se nota mimada, por lo placentera que es a la vista, por cómo se ha trabajado el envoltorio sin descuidar el contenido, cómo los decorados, los vestidos, los objetos ayudan a definir los personajes y se integran a la perfección en la historia, convirtiéndose en elementos necesarios para una mejor y más rápida comprensión de lo que sucede. Sería injusto olvidarse en este momento de la cuidadosa labor de dirección que, al margen de saber colocar cada detalle en su lugar y darle el espacio adecuado, sabe articular cada movimiento y no descuidar ninguna pieza logrando unas escenas de conjunto en las que hasta el figurante más alejado del objetivo de la cámara ha recibido indicaciones de cómo debe moverse y actuar, dotando de gran credibilidad cada plano (son especialmente reseñables los momentos del casting de secretarias y, por supuesto, los relativos a las diferentes competiciones de mecanografía), regalando sorpresas en forma de miradas, gestos, reacciones de los que rodean a los protagonistas.

  Sin llegar a la rudeza y acidez de la estupenda Spellbound (2002) –tampoco es su intención- y superando la hilaridad de Very Important Perros (2000) –ejemplo de película que no soporta una revisión: todo lo que resultó curioso en el primer visionado se convierte en innecesario y rutinario, con la excepción de algunos gags-, Populaire sirve para que nos riamos de tanto certamen sin sentido, de tanto concurso o búsqueda del récord más absurdo, convirtiendo el casi permanente tecleo de las máquinas de escribir en el mejor diapasón para no perder el ritmo (algo sólo comparable a la inteligencia aplicada por Dario Marianelli para crear la banda sonora de Expiación (2007), una joya a la altura de la obra maestra de Joe Wright). Para poder trabajar en dos niveles, para que la aparente banalidad, el mero divertimento, no perjudiquen los rasgos humanos, la historia que nos interesa y conmueve, además de un guión muy bien equilibrado, se precisa unos intérpretes capaces de alternar lo cómico, incluso lo grotesco, con lo sutil, lo necesariamente aparatoso con lo prácticamente imperceptible y en ese terreno, como en tantos otros, Populaire obtiene una nota muy alta: Romain Duris construye con saber y tiento, sin lugares comunes ni brocha gorda, el rol con más aristas, el más complicado por caricaturesco, saliendo muy airoso del empeño; Bérénice Bejo demuestra que sólo necesita aparecer para comunicar el pasado de su personaje, para transmitir páginas de guión con una sola mirada; pero, sin duda, la estrella de la función, porque así lo necesita la película, es Déborah François, quien demuestra unos recursos ilimitados, derrochadora de encanto, sabia a la hora de administrar morisquetas, inmensa comediante, camelando a los espectadores, consiguiendo que empaticen con ella desde el primer momento, convirtiéndose en una heroína inolvidable.

   Es un gusto cuando películas como ésta devuelven las ganas por ir a una sala, el placer por ver cine, la diversión que deja un grato recuerdo, la intención de repetir (y qué pocas ocasiones tenemos de decir eso en los últimos tiempos).

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