TÍTULO ORIGINAL: Hannah Arendt DIRECCIÓN:
Margarethe von Trotta GUIÓN: Pam Katz, Margarethe von Trotta MÚSICA: André
Mergenthaler FOTOGRAFÍA: Caroline Champetier MONTAJE: Bettina Böhler REPARTO:
Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentisch, Ulrich Noethen,
Michael Degen
Se dice que lo importante no es cómo llegar sino el hecho de lograrlo;
de una forma u otra, podríamos decir lo mismo para hablar del conocimiento: no
importa cuál sea nuestro primer contacto con algo o alguien, con la obra de un
artista, pensador, cualquier oficio que aporte algo a la sociedad, mientras éste
se produzca. Lo deseable es que ese encuentro tenga continuidad, despierte
nuestro interés, nos provoque preguntas, curiosidad, queramos saber más,
incluso para contradecir esa primera noticia, ya que no cabe duda de que lo
audiovisual bebe en la Historia para reinventarla, tergiversarla o directamente
crearla a su parecer obviando la verdad (e incluso lo verosímil) pero, al
menos, ayuda a que sucesos, personajes, circunstancias se hagan populares. Los
dibujos animados que alegraron las sobremesas de los sábados durante mucho
tiempo tenían una base literaria (a veces más respetada que otras en las que
tan sólo servía como mera inspiración) que motivaron que multitud de niños
quisiesen leer las aventuras de Heidi, Marco, Ulises, los tres mosqueteros,
Phileas Fogg, Tom Swayer, Ulises y el mismísimo don Quijote de La Mancha; por
eso es una excelente noticia que el cine se haya fijado en una de las
intelectuales imprescindibles para comprender el siglo XX (y los que hayan de
venir), una filósofa que nunca se conformó con la versión oficial, que siempre
intentó despejar incógnitas, comprender el porqué de determinados
comportamientos, analizar lo que le rodeaba, escudriñar en la condición humana
desde cualquier ángulo posible, siendo fiel a sí misma y a sus impulsos,
renegando de los estereotipos más arraigados, de las explicaciones sin
cimientos, de lo aceptado sin plantear debate. Y, por si esto fuera poco, la
cinta de Margarethe von Trotta es seria, muy documentada, llena de admiración
hacia su protagonista pero sin santificarla o caer en lo hagiográfico,
presentándola con sus dudas, sus inseguridades, sus debilidades, mostrando y
abundando en su faceta humana (indisociable en realidad de su labor como
estudiosa) constituyendo un ejercicio ciertamente riguroso que, al mismo
tiempo, logra captar el interés del público como obra cinematográfica,
equilibrando el pensamiento de su biografiada con su peripecia vital con mano
maestra, sin trivializar a Hannah Arendt pero poniéndola al alcance de los
menos iniciados.
La película acierta de pleno con el período elegido (uno de los problemas
más comunes de este tipo de filmes es intentar abarcar una vida completa o
buscar el episodio más escabroso o más susceptible de ser convertido en,
digámoslo así, trama de ficción) puesto que se centra en los años que han
convertido a Hannah Arendt en la figura que es, primero por la convulsión
vivida y las reacciones airadas que provocó su trabajo, y porque con el tiempo lo
escrito en ese momento ha quedado como la columna vertebral de su legado, de
sus escritos, de su filosofía, de su manera de entender el mundo. Hablamos de
los años comprendidos entre 1961 a 1964 cuando ella misma se ofreció a The New Yorker para cubrir el juicio al
nazi Adolf Eichmann que tuvo lugar en Jerusalén; sentía la necesidad de
reencontrarse con sus raíces (alemana de origen judío que abandonó su país tras
un breve encarcelamiento cuando el nacionalsocialismo llegó al poder, que vio
cómo el régimen le retiraba su nacionalidad en 1937 y fue apátrida hasta que en
1951 fue declarada estadounidense) y de ver cara a cara a uno de los responsables
de la conocida como “solución final”, el exterminio de judíos, especialmente en
Polonia, encargado del transporte de los deportados a campos de concentración.
Como pensadora inquieta y permanente, como filósofa sagaz y sin freno, según
escuchaba los testimonios del juicio y, sobre todo, una vez Eichmann se
defendió de los cargos hablando de la obediencia debida y de la imposibilidad
de negarse a llevar a cabo las órdenes que recibía, Arendt comenzó a
cuestionarse muchos de los lugares comunes utilizados para hablar del nazismo,
percibió la endeblez de determinados calificativos que se aceptaban sin más
pero que encubrían parte de la realidad, comprendió que flaco favor se hacía a
la memoria de tantos asesinados si no se ponía en la picota a los responsables
pero analizando los hechos con rigor y desapasionamiento para obtener
resultados verdaderamente válidos y valiosos. Pero, como tantas veces sucede,
el que no corea el discurso aceptado como correcto, el que quiere ir más allá y
alza su propia voz es recibido como contrarrevolucionario, traidor, cómplice de
los enemigos, aquellos que reclaman pluralidad, democracia, que denuncian
comportamientos fascistas y totalitarios, caen en lo mismo que denuestan y
anatemizan, persiguen y linchan (en algunos casos no sólo moral y verbalmente)
a aquel que con su sensatez y clarividencia obliga a replantearse, sin escuchar
lo que no les interesa, quedándose sólo en la superficie para desprestigiar al “diferente”
(aunque de otra manera y en otro ámbito, y tratando un asunto especialmente
sensible en el que resulta complicado actuar cerebralmente y no tomar partido
apasionado e incluso irreflexivo –se trata de proteger a una niña de los
supuestos abusos sexuales de un adulto-, habla también de esto la nueva cinta
de Thomas Vinterberg, la muy interesante La
caza (2012), tomando el revelo de la espléndida Furia (1936), con la que Fritz Lang debutó en EEUU, por desgracia
todavía vigente en más de un aspecto).
Al hablar de la banalidad del mal y resaltar la mediocridad de
personajes como Eichmann, incapaz de pensar por sí mismo, sin raciocinio para
plantearse dilemas morales, Arendt llegaba a la médula de por qué era posible
un lavado de cerebro colectivo de semejantes dimensiones, advertía de qué tipo
de discursos no había que consentir, alertaba sobre la facilidad con que se
pudren millones de cestos si no detectamos en un muy primigenio estadio la
manzana podrida o susceptible de estarlo, pero topó con la oposición
generalizada de los que sólo ven la vida como una sucesión de blancos y negros,
de los que no comprenden (o no quieren comprender) que es en los múltiples
grises en los que aparece el verdadero peligro; por traerlos al tema cinematográfico,
recibió la incomprensión, ira, vejaciones, insultos que en su vida (desde
ciertos sectores tan sólo, todo hay decirlo) provocó La vida es bella (1997) porque, según parece, se tomaba a broma el
Holocausto (honestamente, hay que tener muy duro el corazón y muy impermeable
el cerebro para sacar esa conclusión) o los ataques recibidos por El hundimiento (2004), una de las cintas
más escalofriantes y terroríficas de la historia, una obra maestra en su forma
de diseccionar el horror y sus hacedores, acusada de complicidad con el nazismo
porque en una secuencia se veía a Hitler acariciando la cabeza de uno de sus
perros y eso era humanizarlo y hacerlo simpático, cuando, al igual que hace
Hannah Arendt en sus escritos, lo que se busca es intentar comprender (no con
connivencia, no en el sentido de complicidad, de aceptar) cómo un ser humano
puede despojarse de sus atributos en ciertos momentos y que sus acciones no le pasen
factura, antes bien, le resulten necesarias. Por desgracia, hoy en día, algo de
más de cincuenta años después de la publicación de Eichmann en Jerusalén. Informe sobre la banalidad del mal son
muchos los que reaccionan igual de airados y ofendidos por textos que, en
realidad, los defienden, ya que no aceptan ningún asomo de autocrítica, de lo
que se hace mal y en lugar de evitar que se cometan injusticias, tal y como
señalaba Arendt, se coadyuva a que estas tengan lugar, ya que es mucho más
sencillo mirar hacia otro lado o salvarse cada uno aunque eso suponga la caída
de los propios, de los que se supone son camaradas.
Barbara Sukowa hace una encarnación (es más que una interpretación) de
esas que sólo pueden ser calificadas como legendarias: transmite con
apabullante sencillez el proceso mental de esta gran mujer, sus imperiosos
deseos por comprender, por llamar a las cosas por el nombre más preciso
posible, su entereza a pesar del linchamiento moral, anímico, académico y personal, el
juego cómplice que mantiene con su esposo, su verdadero y casi único apoyo, el
segundo, un ex comunista que se enfrentó a Stalin casi desde el principio, una
gran creación de Axel Milberg, quien sabe mantenerse en el plano deseable y dar
otra dimensión a lo que entendemos por química en las secuencias que comparte
con Sukowa. Es un absoluto regalo que una cinta como ésta logre crear tensión
sin hacer concesiones ni caer en el maniqueísmo (el mismo que denuncia) ni
vulgarizar el material y los personajes originales, sea legible para cualquier
tipo de espectador (incluso toca su relación primero como discípula, después como amante, siempre de idolatría hasta que toman caminos muy diferentes con Heidegger) y siembre la semilla para que la filosofía de Arendt no se
pierda y sea comprendida bajo el prisma correcto.
Como puedes saber tanto de cine por Dios, es leerte y percibir la pasión que sientes por el
ResponderEliminarLlevo viéndolo desde antes de tener uso de razón (si es que ahora lo tengo... a veces lo dudo, jejejee).
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