viernes, 2 de agosto de 2013

"HANNAH ARENDT": SER PENSANTE Y ESCRIBIENTE


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Hannah Arendt DIRECCIÓN: Margarethe von Trotta GUIÓN: Pam Katz, Margarethe von Trotta MÚSICA: André Mergenthaler FOTOGRAFÍA: Caroline Champetier MONTAJE: Bettina Böhler REPARTO: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentisch, Ulrich Noethen, Michael Degen


   Se dice que lo importante no es cómo llegar sino el hecho de lograrlo; de una forma u otra, podríamos decir lo mismo para hablar del conocimiento: no importa cuál sea nuestro primer contacto con algo o alguien, con la obra de un artista, pensador, cualquier oficio que aporte algo a la sociedad, mientras éste se produzca. Lo deseable es que ese encuentro tenga continuidad, despierte nuestro interés, nos provoque preguntas, curiosidad, queramos saber más, incluso para contradecir esa primera noticia, ya que no cabe duda de que lo audiovisual bebe en la Historia para reinventarla, tergiversarla o directamente crearla a su parecer obviando la verdad (e incluso lo verosímil) pero, al menos, ayuda a que sucesos, personajes, circunstancias se hagan populares. Los dibujos animados que alegraron las sobremesas de los sábados durante mucho tiempo tenían una base literaria (a veces más respetada que otras en las que tan sólo servía como mera inspiración) que motivaron que multitud de niños quisiesen leer las aventuras de Heidi, Marco, Ulises, los tres mosqueteros, Phileas Fogg, Tom Swayer, Ulises y el mismísimo don Quijote de La Mancha; por eso es una excelente noticia que el cine se haya fijado en una de las intelectuales imprescindibles para comprender el siglo XX (y los que hayan de venir), una filósofa que nunca se conformó con la versión oficial, que siempre intentó despejar incógnitas, comprender el porqué de determinados comportamientos, analizar lo que le rodeaba, escudriñar en la condición humana desde cualquier ángulo posible, siendo fiel a sí misma y a sus impulsos, renegando de los estereotipos más arraigados, de las explicaciones sin cimientos, de lo aceptado sin plantear debate. Y, por si esto fuera poco, la cinta de Margarethe von Trotta es seria, muy documentada, llena de admiración hacia su protagonista pero sin santificarla o caer en lo hagiográfico, presentándola con sus dudas, sus inseguridades, sus debilidades, mostrando y abundando en su faceta humana (indisociable en realidad de su labor como estudiosa) constituyendo un ejercicio ciertamente riguroso que, al mismo tiempo, logra captar el interés del público como obra cinematográfica, equilibrando el pensamiento de su biografiada con su peripecia vital con mano maestra, sin trivializar a Hannah Arendt pero poniéndola al alcance de los menos iniciados.

   La película acierta de pleno con el período elegido (uno de los problemas más comunes de este tipo de filmes es intentar abarcar una vida completa o buscar el episodio más escabroso o más susceptible de ser convertido en, digámoslo así, trama de ficción) puesto que se centra en los años que han convertido a Hannah Arendt en la figura que es, primero por la convulsión vivida y las reacciones airadas que provocó su trabajo, y porque con el tiempo lo escrito en ese momento ha quedado como la columna vertebral de su legado, de sus escritos, de su filosofía, de su manera de entender el mundo. Hablamos de los años comprendidos entre 1961 a 1964 cuando ella misma se ofreció a The New Yorker para cubrir el juicio al nazi Adolf Eichmann que tuvo lugar en Jerusalén; sentía la necesidad de reencontrarse con sus raíces (alemana de origen judío que abandonó su país tras un breve encarcelamiento cuando el nacionalsocialismo llegó al poder, que vio cómo el régimen le retiraba su nacionalidad en 1937 y fue apátrida hasta que en 1951 fue declarada estadounidense) y de ver cara a cara a uno de los responsables de la conocida como “solución final”, el exterminio de judíos, especialmente en Polonia, encargado del transporte de los deportados a campos de concentración. Como pensadora inquieta y permanente, como filósofa sagaz y sin freno, según escuchaba los testimonios del juicio y, sobre todo, una vez Eichmann se defendió de los cargos hablando de la obediencia debida y de la imposibilidad de negarse a llevar a cabo las órdenes que recibía, Arendt comenzó a cuestionarse muchos de los lugares comunes utilizados para hablar del nazismo, percibió la endeblez de determinados calificativos que se aceptaban sin más pero que encubrían parte de la realidad, comprendió que flaco favor se hacía a la memoria de tantos asesinados si no se ponía en la picota a los responsables pero analizando los hechos con rigor y desapasionamiento para obtener resultados verdaderamente válidos y valiosos. Pero, como tantas veces sucede, el que no corea el discurso aceptado como correcto, el que quiere ir más allá y alza su propia voz es recibido como contrarrevolucionario, traidor, cómplice de los enemigos, aquellos que reclaman pluralidad, democracia, que denuncian comportamientos fascistas y totalitarios, caen en lo mismo que denuestan y anatemizan, persiguen y linchan (en algunos casos no sólo moral y verbalmente) a aquel que con su sensatez y clarividencia obliga a replantearse, sin escuchar lo que no les interesa, quedándose sólo en la superficie para desprestigiar al “diferente” (aunque de otra manera y en otro ámbito, y tratando un asunto especialmente sensible en el que resulta complicado actuar cerebralmente y no tomar partido apasionado e incluso irreflexivo –se trata de proteger a una niña de los supuestos abusos sexuales de un adulto-, habla también de esto la nueva cinta de Thomas Vinterberg, la muy interesante La caza (2012), tomando el revelo de la espléndida Furia (1936), con la que Fritz Lang debutó en EEUU, por desgracia todavía vigente en más de un aspecto).

   Al hablar de la banalidad del mal y resaltar la mediocridad de personajes como Eichmann, incapaz de pensar por sí mismo, sin raciocinio para plantearse dilemas morales, Arendt llegaba a la médula de por qué era posible un lavado de cerebro colectivo de semejantes dimensiones, advertía de qué tipo de discursos no había que consentir, alertaba sobre la facilidad con que se pudren millones de cestos si no detectamos en un muy primigenio estadio la manzana podrida o susceptible de estarlo, pero topó con la oposición generalizada de los que sólo ven la vida como una sucesión de blancos y negros, de los que no comprenden (o no quieren comprender) que es en los múltiples grises en los que aparece el verdadero peligro; por traerlos al tema cinematográfico, recibió la incomprensión, ira, vejaciones, insultos que en su vida (desde ciertos sectores tan sólo, todo hay decirlo) provocó La vida es bella (1997) porque, según parece, se tomaba a broma el Holocausto (honestamente, hay que tener muy duro el corazón y muy impermeable el cerebro para sacar esa conclusión) o los ataques recibidos por El hundimiento (2004), una de las cintas más escalofriantes y terroríficas de la historia, una obra maestra en su forma de diseccionar el horror y sus hacedores, acusada de complicidad con el nazismo porque en una secuencia se veía a Hitler acariciando la cabeza de uno de sus perros y eso era humanizarlo y hacerlo simpático, cuando, al igual que hace Hannah Arendt en sus escritos, lo que se busca es intentar comprender (no con connivencia, no en el sentido de complicidad, de aceptar) cómo un ser humano puede despojarse de sus atributos en ciertos momentos y que sus acciones no le pasen factura, antes bien, le resulten necesarias. Por desgracia, hoy en día, algo de más de cincuenta años después de la publicación de Eichmann en Jerusalén. Informe sobre la banalidad del mal son muchos los que reaccionan igual de airados y ofendidos por textos que, en realidad, los defienden, ya que no aceptan ningún asomo de autocrítica, de lo que se hace mal y en lugar de evitar que se cometan injusticias, tal y como señalaba Arendt, se coadyuva a que estas tengan lugar, ya que es mucho más sencillo mirar hacia otro lado o salvarse cada uno aunque eso suponga la caída de los propios, de los que se supone son camaradas.

   Barbara Sukowa hace una encarnación (es más que una interpretación) de esas que sólo pueden ser calificadas como legendarias: transmite con apabullante sencillez el proceso mental de esta gran mujer, sus imperiosos deseos por comprender, por llamar a las cosas por el nombre más preciso posible, su entereza a pesar del linchamiento moral, anímico, académico y personal, el juego cómplice que mantiene con su esposo, su verdadero y casi único apoyo, el segundo, un ex comunista que se enfrentó a Stalin casi desde el principio, una gran creación de Axel Milberg, quien sabe mantenerse en el plano deseable y dar otra dimensión a lo que entendemos por química en las secuencias que comparte con Sukowa. Es un absoluto regalo que una cinta como ésta logre crear tensión sin hacer concesiones ni caer en el maniqueísmo (el mismo que denuncia) ni vulgarizar el material y los personajes originales, sea legible para cualquier tipo de espectador (incluso toca su relación primero como discípula, después como amante, siempre de idolatría hasta que toman caminos muy diferentes con Heidegger) y siembre la semilla para que la filosofía de Arendt no se pierda y sea comprendida bajo el prisma correcto.

2 comentarios:

  1. Como puedes saber tanto de cine por Dios, es leerte y percibir la pasión que sientes por el

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  2. Llevo viéndolo desde antes de tener uso de razón (si es que ahora lo tengo... a veces lo dudo, jejejee).

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