domingo, 18 de agosto de 2013

"EXPEDIENTE WARREN: THE CONJURING": ¡QUE REINVENTEN ELLOS!


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: The Conjuring DIRECCIÓN: James Wan GUIÓN: Chad Hayes, Carey Hayes MÚSICA: Joseph Bishara FOTOGRAFÍA: John R. Leonetti MONTAJE: Kirk M. Morri REPARTO: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ron Livingston, Lili Taylor, Shanley Caswell, Hayley McFarland, Joey King, Mackenzie Foy


   Volvemos al eterno debate entre la evolución lógica y deseable de cualquier expresión artística y la permanente impostura de algunos de reinventar géneros, atribuyéndose el estatus de creadores, menospreciando, olvidando o plagiando -confiando en la poca memoria y nulo conocimiento de muchos consideradores admiradores- a los clásicos, a los que les precedieron, a los que realmente abrieron caminos, exploraron nuevos campos, influyeron en los sucesores (y, en realidad, ahora se aplaude a muchos que no dejan de copiarse a sí mismos –intentando repetir el éxito que en un momento alcanzaron- o son tan sólo copia de la copia de la copia –y así casi hasta el infinito-). Y lo que la mayoría olvida es que, para enriquecer un género, para traicionarlo (en el sentido de innovar), para revolucionarlo, hay que ser muy fiel a su historia, a sus convenciones, a su pasado; sólo de ese modo se comprenden y valoran las aportaciones, los añadidos, las novedades, las vueltas de tuerca. El máximo acierto de Expediente Warren es ofrecer un producto de gran calidad que huele a aquellas cintas de los años 70 del siglo XX que tantos adeptos ganaron para el cine de terror (no en vano su acción comienza justo en 1970) sin jugar la baza de la nostalgia o adoptar un forzado tono documental como si lo que viésemos estuviese rodado en aquel momento: se limita a contar la historia con el tono y realismo de las grandes cintas de aquel momento, evitando las truculencias exageradas, sin desaforar en movimientos de cámara o abuso de las tinieblas para ocultar carencias, sin confiarlo todo a los efectos especiales, creando una atmósfera ominosa, opresiva, acongojante, terrorífica, que nos hunde en la butaca y nos corta la respiración en varios momentos.

   James Wan es consciente del buen material que maneja y se coloca detrás de la cámara para ser un testigo más, dejando que los actores nos transmitan las sensaciones adecuadas en cada momento, dosificando elementos con gran precisión y tino, coadyuvado por una excelente dirección artística, una fotografía esplendorosa que sabe oscurecerse cuando corresponde, que juega con las penumbras para desasosegarnos, una música cuidada y medida alejada de los estándares más trillados y tramposos y un guión que es un prodigio en su composición, acumulando datos, cruzando diferentes líneas narrativas, no dejando cabos sueltos pero sin enredarse en justificaciones incoherentes o innecesarias, haciendo que la memoria del espectador, su conocimiento de las cintas a las que evoca sea un elemento activo durante toda la proyección, pudiendo anticipar alguna sorpresa (lo que no evita el sobresalto, sino que lo exacerba) y dejándonos con la boca abierta ante la sencillez y normalidad con que introduce el mundo demoníaco, jugando con miedos y sensaciones que todos hemos sentido (¿Quién hay detrás de la puerta? ¿Quién se esconde bajo la cama? ¿Qué son esos ruidos del sótano?). Todo lo anterior no significa que Wan se limite a filmar, pero no está empeñado en dejar su huella en cada secuencia: sencillamente, consiente en que el mayor lucimiento sea para lo que hay en pantalla, siendo éste el mejor elogio para un trabajo cuidadoso que sostiene la película con una firmeza que no se veía hacía bastante en este género y que se echaba mucho de menos.

   Al igual que El exorcista (1973), La profecía (1976), Al final de la escalera (1980) o Terror en Amityville (1979) –inevitable citarla, ya que los Warren investigaron los trágicos sucesos que allí tuvieron lugar y así podemos aprovechar para renegar del absurdo remake de 2005 –aquí estrenada como La morada del miedo- en el que Ryan Reynolds –el ex señor Johansson, más inexpresivo aún que Scarlett- no paraba de lucir palmito –torso y abdominales- mientras se quejaba del frío que hacía en la casa-, Expediente Warren parte de lo cotidiano, de lo familiar, de lo íntimo, para crear terror, involucrando además los aspectos personales del famoso matrimonio de investigadores, los cuales (sobre todo ella) se ven sacudidos y atacados por las fuerzas a las que se oponen. Es precisamente por la importancia y fuerza de este aspecto por lo que son tan necesarios actores como los aquí convocados, los cuales con gran economía de recursos transmiten dudas, pavores, amor, necesidad de mantener una rutina que sirva como escudo: Lili Taylor se despoja de su habitual aire de suficiencia, de su aureola de musa indie que tanta antipatía desprende, para ser una madre que tiembla, que teme por los suyos, que se va transformando sutilmente según la posesión de que es objeto se hace más patente (junto a ella se vive uno de los momentos que hace gritar al mismo tiempo a una sala llena y para ello sólo hacen falta unas manos dando una palmada y cómo la Taylor ha conseguido que su personaje nos preocupe); Ron Livingston aporta frescura y naturalidad, sin cargar las tintas aunque vive en una casi permanente encrucijada tanto espiritual como sentimental, haciendo creíbles todos los bandazos de carácter que tiene su rol al enfrentarse a fuerzas que le superan; Patrick Wilson pone su habitual efectividad y medido hieratismo para que Ed Warren tenga el empaque necesario y aparezca como la única solución posible, aportando un lado vulnerable ya que quiere evitar que su mujer se involucre más de lo debido o que su hija se vea afectada (e incluso pueda morir) por la labor que desarrollan sus progenitores; Vera Farmiga es la columna vertebral del filme, llevando a cabo una interpretación espeluznante, conmovedora, absolutamente colosal, nueva muestra de su inacabable talento (y quitándonos el mal sabor de boca, no por su culpa sino por los desaciertos del guión y de la construcción de su rol, de Motel Bates (2013), donde nada resulta creíble, mucho menos que la señora Bates tenga sus rasgos), siendo capaz de actuar en diferentes registros al mismo tiempo (como madre, como exorcista, como referente, como ejemplo, dolida, valiente, temerosa: es prodigioso cómo todo ese universo, ese carácter poliédrico, esas ambigüedades anidan y cobran sentido en la mirada de la actriz).

   Expediente Warren es de esos títulos que se inscriben con letras de oro en la historia de un género y que aceptan las revisiones que uno deseé, puesto que no se basa en fuegos de artificio o en extraños giros de guión, en efectismos que, si acaso, sólo funcionan una vez (y no hemos hablado de Annabelle, la muñeca, pero es mejor que cada uno la descubra por sí mismo; eso sí, vayan preparados porque el escalofrío está garantizado).

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