TÍTULO ORIGINAL: The Conjuring DIRECCIÓN: James Wan GUIÓN: Chad Hayes,
Carey Hayes MÚSICA: Joseph Bishara FOTOGRAFÍA: John R. Leonetti MONTAJE: Kirk
M. Morri REPARTO: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ron Livingston, Lili Taylor,
Shanley Caswell, Hayley McFarland, Joey King, Mackenzie Foy
Volvemos al eterno debate entre la evolución lógica y deseable de
cualquier expresión artística y la permanente impostura de algunos de
reinventar géneros, atribuyéndose el estatus de creadores, menospreciando,
olvidando o plagiando -confiando en la poca memoria y nulo conocimiento de
muchos consideradores admiradores- a los clásicos, a los que les precedieron, a
los que realmente abrieron caminos, exploraron nuevos campos, influyeron en los
sucesores (y, en realidad, ahora se aplaude a muchos que no dejan de copiarse a
sí mismos –intentando repetir el éxito que en un momento alcanzaron- o son tan
sólo copia de la copia de la copia –y así casi hasta el infinito-). Y lo que la
mayoría olvida es que, para enriquecer un género, para traicionarlo (en el
sentido de innovar), para revolucionarlo, hay que ser muy fiel a su historia, a
sus convenciones, a su pasado; sólo de ese modo se comprenden y valoran las
aportaciones, los añadidos, las novedades, las vueltas de tuerca. El máximo
acierto de Expediente Warren es ofrecer
un producto de gran calidad que huele a aquellas cintas de los años 70 del
siglo XX que tantos adeptos ganaron para el cine de terror (no en vano su
acción comienza justo en 1970) sin jugar la baza de la nostalgia o adoptar un
forzado tono documental como si lo que viésemos estuviese rodado en aquel
momento: se limita a contar la historia con el tono y realismo de las grandes
cintas de aquel momento, evitando las truculencias exageradas, sin desaforar en
movimientos de cámara o abuso de las tinieblas para ocultar carencias, sin
confiarlo todo a los efectos especiales, creando una atmósfera ominosa,
opresiva, acongojante, terrorífica, que nos hunde en la butaca y nos corta la
respiración en varios momentos.
James Wan es consciente del buen material que maneja y se coloca detrás
de la cámara para ser un testigo más, dejando que los actores nos transmitan
las sensaciones adecuadas en cada momento, dosificando elementos con gran precisión
y tino, coadyuvado por una excelente dirección artística, una fotografía
esplendorosa que sabe oscurecerse cuando corresponde, que juega con las penumbras
para desasosegarnos, una música cuidada y medida alejada de los estándares más
trillados y tramposos y un guión que es un prodigio en su composición,
acumulando datos, cruzando diferentes líneas narrativas, no dejando cabos
sueltos pero sin enredarse en justificaciones incoherentes o innecesarias,
haciendo que la memoria del espectador, su conocimiento de las cintas a las que
evoca sea un elemento activo durante toda la proyección, pudiendo anticipar
alguna sorpresa (lo que no evita el sobresalto, sino que lo exacerba) y
dejándonos con la boca abierta ante la sencillez y normalidad con que introduce
el mundo demoníaco, jugando con miedos y sensaciones que todos hemos sentido
(¿Quién hay detrás de la puerta? ¿Quién se esconde bajo la cama? ¿Qué son esos
ruidos del sótano?). Todo lo anterior no significa que Wan se limite a filmar,
pero no está empeñado en dejar su huella en cada secuencia: sencillamente,
consiente en que el mayor lucimiento sea para lo que hay en pantalla, siendo
éste el mejor elogio para un trabajo cuidadoso que sostiene la película con una
firmeza que no se veía hacía bastante en este género y que se echaba mucho de
menos.
Al igual que El exorcista (1973),
La profecía (1976), Al final de la escalera (1980) o Terror en Amityville (1979) –inevitable citarla,
ya que los Warren investigaron los trágicos sucesos que allí tuvieron lugar y
así podemos aprovechar para renegar del absurdo remake de 2005 –aquí estrenada
como La morada del miedo- en el que
Ryan Reynolds –el ex señor Johansson, más inexpresivo aún que Scarlett- no
paraba de lucir palmito –torso y abdominales- mientras se quejaba del frío que
hacía en la casa-, Expediente Warren parte
de lo cotidiano, de lo familiar, de lo íntimo, para crear terror, involucrando
además los aspectos personales del famoso matrimonio de investigadores, los
cuales (sobre todo ella) se ven sacudidos y atacados por las fuerzas a las que
se oponen. Es precisamente por la importancia y fuerza de este aspecto por lo
que son tan necesarios actores como los aquí convocados, los cuales con gran
economía de recursos transmiten dudas, pavores, amor, necesidad de mantener una
rutina que sirva como escudo: Lili Taylor se despoja de su habitual aire de
suficiencia, de su aureola de musa indie que tanta antipatía desprende, para ser
una madre que tiembla, que teme por los suyos, que se va transformando
sutilmente según la posesión de que es objeto se hace más patente (junto a ella
se vive uno de los momentos que hace gritar al mismo tiempo a una sala llena y para
ello sólo hacen falta unas manos dando una palmada y cómo la Taylor ha
conseguido que su personaje nos preocupe); Ron Livingston aporta frescura y
naturalidad, sin cargar las tintas aunque vive en una casi permanente
encrucijada tanto espiritual como sentimental, haciendo creíbles todos los
bandazos de carácter que tiene su rol al enfrentarse a fuerzas que le superan;
Patrick Wilson pone su habitual efectividad y medido hieratismo para que Ed
Warren tenga el empaque necesario y aparezca como la única solución posible,
aportando un lado vulnerable ya que quiere evitar que su mujer se involucre más
de lo debido o que su hija se vea afectada (e incluso pueda morir) por la labor
que desarrollan sus progenitores; Vera Farmiga es la columna vertebral del
filme, llevando a cabo una interpretación espeluznante, conmovedora,
absolutamente colosal, nueva muestra de su inacabable talento (y quitándonos el
mal sabor de boca, no por su culpa sino por los desaciertos del guión y de la
construcción de su rol, de Motel Bates (2013),
donde nada resulta creíble, mucho menos que la señora Bates tenga sus rasgos),
siendo capaz de actuar en diferentes registros al mismo tiempo (como madre,
como exorcista, como referente, como ejemplo, dolida, valiente, temerosa: es
prodigioso cómo todo ese universo, ese carácter poliédrico, esas ambigüedades
anidan y cobran sentido en la mirada de la actriz).
Expediente Warren es de esos
títulos que se inscriben con letras de oro en la historia de un género y que
aceptan las revisiones que uno deseé, puesto que no se basa en fuegos de
artificio o en extraños giros de guión, en efectismos que, si acaso, sólo
funcionan una vez (y no hemos hablado de Annabelle, la muñeca, pero es mejor
que cada uno la descubra por sí mismo; eso sí, vayan preparados porque el
escalofrío está garantizado).
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