TÍTULO ORIGINAL: The Wolverine DIRECCIÓN: James Mangold GUIÓN: Mark
Bomback, Scott Frank MÚSICA: Marco Beltrami FOTOGRAFÍA: Ross Emery MONTAJE: Michael
McCusker REPARTO: Hugh Jackman, Tao Okamoto, Rila Fukushima, Hiroyuki Sanada,
Svetlana Khodchenkova, Brian Tee
Bryan Singer llegó a la dirección de la primera película sobre los X-Men
sin apenas conocer el cómic y su acercamiento fue el de un neófito que no tiene
ideas preconcebidas pero quiere pasárselo bien; el resultado satisfizo a los
seguidores de los personajes de Marvel, a los que los rechazaban (por ser fans
de la primigenia Patrulla X) y a los que, al igual que él, no los conocían más
que de nombre (o ni eso). X-Men (2000)
y X-Men 2 (2003) revitalizaron las
adaptaciones cinematográficas de las historias de los superhéroes, primando la
aventura, la peripecia, la acción, sabiendo construir personajes muy sólidos y
atractivos, sin necesidad de recurrir a filosofías, oscurantismos y demás
complejos con los que intentar dar una pátina que no es la pertinente, porque
ya se ha señalado muchas veces que las creaciones originales ya tenían esos
mimbres, esas dudas, esas luchas internas, pero por encima de todo importaba la
diversión, y eso fue lo que potenciaron los guionistas, al mismo tiempo que,
sin cargar las tintas pero integrándolo como elemento necesario, parte de la
trama, y no como digresión ampulosa y estrambótica (tomando la palabra en su
dimensión literaria) al más puro estilo Christopher Nolan, se exploraba y
profundizaba en la personalidad de los héroes cuando no estaban salvando al
mundo. Cuando estaba en marcha el proyecto del tercer título de la saga (de lo
que lo era a todas luces, de lo que había nacido con esa intención), se decidió
que Bryan Singer era el idóneo para insuflar nueva savia al mito de Superman
(decisión que, a priori, parecía muy acertada) y dejó el timón de X-Men. La decisión final (2006) en manos
de Brett Ratner, quien, para venir de donde venía y si miramos lo decepcionante
que resultó Superman Returns (2006),
salvó los muebles todo lo que pudo. Y mientras llegaba lo que era natural: el
regreso de Singer a los X-Men para (crucemos los dedos) recuperar las esencias
y devolver el brío a lo que ha ido deviniendo en cintas para adolescentes con
bastante poca gracia.
En ese ínterin, olfateando el dinero, los productores pusieron a
circular en solitario a uno de los caracteres más carismáticos, ya que a las
muchas virtudes que tenía el dibujo en sí, se añadieron las características del
actor que lo encarnaba y, de este modo, llegamos al segundo filme protagonizado
por Lobezno, al que sólo puede dar vida el fantástico Hugh Jackman. Actor polivalente,
dotado de facultades excepcionales, un verdadero showman, con un atractivo
físico que sabe jugar muy bien, conquistando a todo el mundo con su simpatía
natural, sabiendo que tiene que demostrar más que otros para que se le valore, aceptando
las convenciones de la industria pero sacando gran partido de ellas. Sólo
alguien que dota sus interpretaciones de un peso específico, que construye sus personajes
con tino y cuidado, puede salir airoso y transformar la secuencia en
inolvidable en cada uno de los posibles niveles de lectura (o de sensación
provocada) de su ya por derecho propio mítico baño a lo pionero en Australia (2008), extrayendo el mejor
tono paródico y divirtiéndose con ello. Porque si algo no puede negársele a
Jackman es su manera de entregarse, de involucrarse, de jugársela: no toma el
camino fácil, no se limita a poner la mano para recoger el cheque, y eso dota
de gran veracidad a Lobezno porque asume todas las piruetas, las carreras, los
saltos, las peleas como algo totalmente necesario y, a pesar de los efectos, los
trucos, los especialistas, al final siempre queda algún plano que demuestra que
el actor ha hecho su trabajo y, eso sí, luciendo el torso todo lo que sea
posible y justificable (e incluso cuando no) porque sabe que parte de los que
pasan por taquilla sólo quieren deleitarse con su físico, sin poner cuidado en
nada más.
En ese sentido, Lobezno inmortal se
sabe vehículo para el lucimiento de la estrella (es otra cosa que agradecer:
Jackman se lo pasa bien, se divierte, adopta un tono reconcentrado las dos o
tres veces que hace falta para que el personaje tenga más de una dimensión,
pero no intenta hacer pasar por Shakespeare lo que es Marvel) y en eso se
queda; por otro lado, habría que exigir a James Mangold (quien, además, goza de
un predicamento ganado muy fácilmente, sin haber hecho verdaderos méritos para
gozar de ese estatus) un poquito más de fuerza, de ganas, de alentar el
material que tiene y no dejarlo todo al carisma de su actor y a centrifugar la
acción cada pocos minutos. Aunque esta cinta es, tan sólo, un receso, un
descanso, una transición, mientras llega lo esperado, lo que se comentaba al
principio, el reencuentro entre los X-Men y Bryan Singer (aún hay que esperar a
2014, hasta mayo en concreto –al menos para el estreno en EEUU-); precisamente
lo mejor de la película que ahora nos ocupa es el anuncio de lo que viene, la
promesa de que volvemos a los orígenes, una breve pero espléndida secuencia que
tiene lugar durante los títulos de crédito y de la que no diremos más, tan sólo
rogar al público que, ya que paga una entrada (y nada barata la mayoría de las
veces), se mantenga en su butaca hasta que se enciendan las luces o, si los del
cine parecen tener prisa y las dan demasiado pronto, hasta que concluyan “los
cartelitos” (así irán abriendo boca…).
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