TÍTULO ORIGINAL: Romeos DIRECCIÓN:
Sabine Bernardi GUIÓN: Sabine Bernardi MÚSICA: Roland Appel FOTOGRAFÍA: Moritz
Schulteib MONTAJE: Renata Salazar Ivancan REPARTO: Rick Okon, Maximilian
Befort, Liv Lisa Fries, Felix Brocke, Silke Geertz
Ha corrido mucho últimamente por las redes sociales un mensaje en el que
se pedía un poco más de cultura y conocimiento antes de considerar la historia
protagonizada por Romeo y Julieta como el epítome del romanticismo (en todo
caso, habría que decir que la tragedia medieval entronca con la corriente del
siglo XVIII-XIX en el sentido de sublimar el sufrimiento por amor) y recordaba
el trágico final de la obra en que William Shakespeare inmortalizó a los
amantes de Verona; del mismo modo, casi desde el momento de su estreno, para
apoyar lo que el filme defendía y explicaba, la mayoría de la gente que
reverenciaba Brokeback Mountain (2005)
destacaba y resaltaba que, además, era una historia entre dos hombres (dos
vaqueros, recuérdese –por eso molestó a tantos que no ven más allá de sus
narices-) “muy romántica” o “tan romántica”, poniendo el énfasis en la “n”
final y dejando los ojos casi en blanco, cuando en realidad Ang Lee (en la
medida que le dejaba el guión demasiado extenso y abigarrado y un tanto
complaciente que diluía la crudeza del relato original) retrataba a un cobarde,
alguien incapaz de dar rienda suelta a sus sentimientos para evitar enfrentarse
a los demás, alguien que prometía lo que sabía de antemano que no iba a cumplir
a no ser que se reprodujese el mismo escenario (los dos solos, lejos, ocultos
de la mirada del resto), alguien que destrozaba la vida de varias personas sin
inmutarse (pero, bueno, tal vez hay una querencia muy generalizada a considerar
amor sólo al contrariado, al que sufre: recuérdese el exitazo de Love Story tanto en novela como en
película y acababa como acababa y, por otro lado, no cabe duda que se han
producido verdaderas obras de arte con ese tema como fondo o como principal). Sea
como sea, uno quiere interpretar que la elección del título Romeos implica cierta ironía, ciertas
ganas de reírse de todos los lugares comunes que llevamos en la cabeza (es
inevitable) a la hora de soñar, imaginar, anhelar, iniciar, entablar una
relación amorosa, obviando, negando, olvidando o, sencillamente, mintiéndonos
sobre el destino que espera al amante de Julieta.
La cinta de Sabine Bernardi aborda el complejo asunto de las personas
que solicitan una reasignación de género y acierta en el planteamiento, ya que
opta por el campo de la comedia (sin caer en el disparate ni lo chusco), de la
sencillez, de dejar en un muy segundo plano (casi inexistente: será el espectador
el que lo añada si así lo desea) el discurso integrador, normalizador, las
consignas, la necesidad de que el mundo acepte a cada uno como es, ya que es
algo que se trasluce de sus imágenes; sin embargo, precisamente por ahí es
porque donde aparecen los defectos o, al menos, los escollos que impiden que la
película se desarrolle como debiera, quedándose un tanto en tierra de nadie,
sin escarbar, sin profundizar, incluso a veces transmitiendo una idea demasiado
idílica, alejada de la realidad, poco verosímil e incluso embarullada al
mezclar líneas narrativas, como se diría en román paladino, amagando pero no
dando. Sabiendo dejar fuera elementos que darían lugar a digresiones que
ralentizarían la acción y que no merece la pena explicar a aquel que, por
muchos datos que maneje, nunca los va a entender y que sólo aparecen como
frases aquí y allá (el protagonista es una joven a punto a completar su
reasignación, su apariencia es ya la de un hombre, y como tal se siente atraído
sexualmente por otros hombres, por eso su mejor amiga le reprochará que, para
eso, todo sería más sencillo si continuase siendo mujer –él, dicho con toda la
intención el artículo, se siente y quiere ser hombre; eso no tiene nada que ver
con a quien ama-), el guión se centra en el infierno interior de Lukas (Rick
Okon), no viendo el momento en que le den cita para la operación definitiva,
aún con genitales femeninos pero un hombre de cara a los demás que le han
conocido como tal, cayendo en las redes de una atracción que le supera, siendo
conquistado sin remisión, sabiendo que será rechazado por Fabio (Maximilian
Befort) si conoce la verdad. Por desgracia, la actualidad ha venido una vez más
a desmentir esa aparente convivencia tranquila y evolución de la sociedad y si
bien se comprende la opción que Bernardi toma (e incluso se comparte ya que, en
contra de lo que muchos afirman, no hace falta regodearse en la tragedia para
denunciar, reclamar, defender), al final la cinta queda un tanto cautiva de sí
misma, desaprovechando las posibilidades dramáticas de un comienzo tan rompedor
(un chico que todavía es una chica en una residencia femenina, cuya verdadera
condición sólo conoce la directora del lugar en que trabaja y su mejor amiga
desde la infancia, lesbiana, en la que se percibe un enamoramiento y por eso en
el fondo parece rechazar a Lukas, es una relación que no está todo lo
desarrollada ni bien contada que merecería).
Pero Romeos consigue interesar
e incluso emocionar gracias al buen trabajo de sus dos protagonistas: Rick Okon
adopta con gran sencillez su personaje y sin necesidad de alharacas o grandes
crispaciones, al modo de la modélica e imprescindible interpretación de Hilary
Swank en Boys Don´t Cry (1999),
maneja muy bien el lenguaje corporal para recordar en los momentos en que
conviene que todavía es una mujer y transmite con plausible economía de
recursos su rechazo a sí misma, sus ganas de romper la crisálida y salir
metamorfoseado, hombre como siempre se ha sentido; Maximilian Befort es un gran
acierto ya que es el cuerpo que Lukas desea en todos los aspectos (le gustaría
lucir así de varonil y le gustaría compartir intimidad con él) y utiliza muy
bien su innegable atractivo como gallito del corral, luciéndolo a la mínima ocasión,
poniendo el caramelo al alcance del niño que no se atreve a morderlo porque
prevé las consecuencias, apareciendo ante los ojos anhelantes de Lukas como la
perfección a la que él aspira y como la culminación de sus deseos sexuales y
sentimentales. Todas las fallas que tiene la construcción del guión y los
bandazos un tanto bruscos e incomprensibles que dan los personajes los sortean
los dos actores con bastante pericia al transmitir mucha verdad, muchas
emociones contenidas, mucha tensión en ese beso que tarda en llegar y que ambos
desean, en sus sonrisas, en sus cruces de miradas, en esos momentos en que todo
podría estallar; y aunque Befort tiene la parte más difícil porque lucha contra
el estereotipo y el carácter un tanto modélico que le han otorgado, sin
explotar su lado oscuro, sus miedos, el porqué de su coraza, sabe salir airoso
y conquistar al público.
Por los defectos de escritura, Romeos
no alcanza la trascendencia que podría, el verdadero acierto, y en muchos
aspectos queda como una cinta más dirigida sobre todo al público homosexual,
cuando su planteamiento, su contenido, su honestidad (que la tiene), su mensaje
(sin miedo a la palabra cuando no es peyorativa ni implica reduccionismo o
lavado de cerebro) es universal (otra cosa es que no siempre es capaz de
hacerlo comprensible).
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