TÍTULO ORIGINAL: Hello, My Name Is Doris
DIRECCIÓN: Michael Showalter GUIÓN: Michael Showalter, Laura Terruso (basado en
el corto Doris & The Intern de la
segunda) MÚSICA: Brian H. Kim FOTOGRAFÍA: Brian Burgoyne MONTAJE: Robert Nassau
REPARTO: Sally Field, Max Greenfield, Beth Behrs, Wendi McLendon-Covey, Stephen
Root, Elizabeth Reaser, Tyne Daly
La
mayoría de los actores interrogados sobre la cuestión afirma que es complicado (cuando
no prácticamente imposible) poder trazar una carrera al cien por cien, que primero
hay que alcanzar una determinada posición para poder elegir proyectos, que en
pocas ocasiones se tiene verdadera autonomía y capacidad plena de decisión,
que, a pesar de todo, no siempre funciona el olfato a la hora de decantarse por
una oferta u otra, que el resultado final depende de muchos factores que a uno
se le escapan salvo que tenga auténtico poder (y, aun así, puede equivocarse en
sus previsiones), que la experiencia no impide que se cometan errores, que la
carrera se construye sobre la marcha sin ser totalmente consciente de ello
(Fernando Fernán Gómez declaró que él se había limitado a aceptar aquello que
le ofrecían). En uno de los discursos de agradecimiento peor recibidos de la
historia (se limitó a ser espontánea, a no fingir su infinita alegría, a gozar
el momento que, según sus propias palabras, no había sabido aprovechar o
asimilar cinco años antes cuando ganó su primer Oscar), Sally Field, pletórica
con su segunda estatuilla, al margen del se quiera o no histórico “me queréis”,
reconoció que parte del shock se debía a que ella no había llevado “una carrera
muy ortodoxa” y por eso no era consciente de que su trabajo pudiese ser tan
bien valorado por la comunidad hollywoodiense. Galardonada en el Festival de
Cannes por la misma interpretación que le granjeó su primer premio de la
Academia -Norma Rae (1979)-, al
margen de algún título imbuido de (merecido) prestigio como Ausencia de malicia (1981) y de un éxito
como Los caraduras (1977) -y su
secuela Vuelven los caraduras (1980)-,
con un pasado televisivo que incluía la muy popular La novicia voladora (1967-1970) -The Flying Nun, usaremos el título que le pusieron en los países de
habla hispana en que fue emitida- o Sybill
(1977), mini serie en la que compartía créditos con Joanne Woodward y Brad
Davis y por la que recibió un Emmy, Sally Field no parecía la candidata
adecuada para convertirse en una actriz con dos Oscar obtenidos en apenas cinco
años y por sus dos únicas nominaciones (marca sólo igualada posteriormente por
Hilary Swank, al margen de que Field ya probó lo que es aplaudir a otra
ganadora -cuando optó como secundaria por Lincoln
(2012) y el triunfo fue para Anne Hathaway-), no deja de ser comprensible su
desbordante emoción ante lo que debió vivir como toda una hazaña. Desde ese
momento, su carrera siguió siendo igual de errática, como la de tantas actrices
que entran en la cuarentena -ella los cumplió, precisamente, al año siguiente
de arrasar con En un lugar del corazón (1984)-,
esa edad peligrosa en la que escasean los personajes interesantes (salvo que te
llames Meryl Streep, ya lo dijo Glenn Close), en un Hollywood que siempre ha
sido ingrato con los veteranos que le han dado (y dan) esplendor, alternando
éxitos cinematográficos -Magnolias de
acero (1989), Forrest Gump (1994)-,
con sonados fracasos -No sin mi hija (1991)
por la que fue propuesta para un Razzie-, apariciones televisivas destacadas
como invitada o protagonista -Urgencias (1994-2009)
y Cinco hermanos (2006-2011), sus
otros dos Emmy- y la que parece inevitable participación en alguna saga de
superhéroes -heredando de Rosemary Harris el rol de la tía May en los filmes
más recientes sobre Spiderman-.
Y
ahora llega uno de esos productos que justifican una carrera (por muy etéreo e
irreal que pueda ser el concepto tal y como hemos visto), que se sustentan en
el carisma, en la veteranía, en la capacidad de auto parodia, en la solvencia
cómica que intérpretes de su talla y trayectoria adquieren con el paso del
tiempo (algunos la han tenido desde siempre, otros la desarrollan con la
experiencia, llegan a ese punto en que se pueden reír de todo, empezando por
ellos mismos -ahí están las grandes damas británicas pasándoselo de miedo y haciendo
gozar a las plateas-), ahora se ha estrenado en España uno de esos títulos que
callan la boca a los agoreros que dicen que sólo interesan protagonistas
jóvenes, que el público rechaza lo que considera caduco, que las películas con “gente
mayor” no interesan, un filme que, sin pretensiones ni rimbombancia,
simplemente con un espíritu jovial y de buen rollo, demuestra a los jerarcas de
los estudios lo que se pierden menospreciando y desperdiciando a quien aún
tiene mucho que ofrecer, tanto a los espectadores como a los bolsillos de sus
chaquetas. ¿Hubiese sido Los padres de él
(2004) fue el fenómeno que fue sin la incorporación al reparto de Dustin
Hoffman y Barbra Streisand? ¿Por qué una serie como Grace y Frankie ha despertado tanta expectación de no ser por el
reencuentro de Jane Fonda y Lily Tomlin (la lástima es que los guiones no estén
a la altura)? ¿No fue Cocoon (1985)
un taquillazo en todo el mundo? ¿No buscan siempre un nombre de prestigio que
dé categoría a los repartos de cintas de acción? ¿Qué sería Hello, My Name Is Doris de no estar
Sally Field al frente? Pues tal vez seguiría siendo una cinta muy simpática,
pero difícilmente pasaría de eso (a no ser que la protagonizase alguien de su
talla, es decir, la Diane Keaton de Cuando
menos te lo esperas (2003) o por ahí), porque el modo en que la actriz se
adueña del personaje es arrebatador, le imprime encanto, atractivo, empatía,
ternura en las dosis adecuadas, añade una necesaria estridencia en algunos
momentos, un sentido del ridículo a prueba de bombas (incluso cuando es
consciente de que así puede resultar), es irresistible, se gana las simpatías
del público, le pone de su lado, roza el patetismo sin despeñarse por él,
provoca carcajadas y, sobre todo, muchas sonrisas (que son las que permanecen).
Michael Showalter, director, actor y guionista más volcado en el medio televisivo,
partiendo de un corto escrito y dirigido por Laura Terruso (que actúa como
coguionista), pone el foco en lo fundamental, sabe que la película hunde sus
cimientos en el carisma de la protagonista y en la química jocosa y por momentos
esperpéntica que debe conseguir con su compañero de reparto, réplica perfecta
es la que Sally Field encuentra en Max Greenfield, un estupendo intérprete que
rompe el estereotipo, confiere carácter a un rol que por momentos puede parecer
(y en parte debe ser) esquemático, mera excusa para el desarrollo del principal,
un actor que pone su físico al servicio de la comedia, que se ajusta a la
perfección con el tono a veces naif, otros ensoñador, siempre romántico con que
Doris se enfrenta al mundo, el que ella transforma en real por muy disparatado
e imposible que parezca al resto. Gustaría ver más en pantalla a la siempre
estupenda Tyne Daly, aunque prolongar la presencia de los secundarios iría en contra
de uno de los grandes méritos de esta película: su velocidad, su maquinaria
perfectamente engrasada, su honestidad con el espectador, se plantea en los
primeros minutos y no engaña ni se va por las ramas, regalando una Sally Field
para regocijarse, para solazarse, para adorar, para respetar, para querer (como
en su día la quisieron los miembros de la Academia).
No hay comentarios:
Publicar un comentario