viernes, 19 de agosto de 2016

"HELLO, MY NAME IS DORIS": LA VETERANÍA ES UN GRADO (Y UN DELEITE)




TÍTULO ORIGINAL: Hello, My Name Is Doris DIRECCIÓN: Michael Showalter GUIÓN: Michael Showalter, Laura Terruso (basado en el corto Doris & The Intern de la segunda) MÚSICA: Brian H. Kim FOTOGRAFÍA: Brian Burgoyne MONTAJE: Robert Nassau REPARTO: Sally Field, Max Greenfield, Beth Behrs, Wendi McLendon-Covey, Stephen Root, Elizabeth Reaser, Tyne Daly

   La mayoría de los actores interrogados sobre la cuestión afirma que es complicado (cuando no prácticamente imposible) poder trazar una carrera al cien por cien, que primero hay que alcanzar una determinada posición para poder elegir proyectos, que en pocas ocasiones se tiene verdadera autonomía y capacidad plena de decisión, que, a pesar de todo, no siempre funciona el olfato a la hora de decantarse por una oferta u otra, que el resultado final depende de muchos factores que a uno se le escapan salvo que tenga auténtico poder (y, aun así, puede equivocarse en sus previsiones), que la experiencia no impide que se cometan errores, que la carrera se construye sobre la marcha sin ser totalmente consciente de ello (Fernando Fernán Gómez declaró que él se había limitado a aceptar aquello que le ofrecían). En uno de los discursos de agradecimiento peor recibidos de la historia (se limitó a ser espontánea, a no fingir su infinita alegría, a gozar el momento que, según sus propias palabras, no había sabido aprovechar o asimilar cinco años antes cuando ganó su primer Oscar), Sally Field, pletórica con su segunda estatuilla, al margen del se quiera o no histórico “me queréis”, reconoció que parte del shock se debía a que ella no había llevado “una carrera muy ortodoxa” y por eso no era consciente de que su trabajo pudiese ser tan bien valorado por la comunidad hollywoodiense. Galardonada en el Festival de Cannes por la misma interpretación que le granjeó su primer premio de la Academia -Norma Rae (1979)-, al margen de algún título imbuido de (merecido) prestigio como Ausencia de malicia (1981) y de un éxito como Los caraduras (1977) -y su secuela Vuelven los caraduras (1980)-, con un pasado televisivo que incluía la muy popular La novicia voladora (1967-1970) -The Flying Nun, usaremos el título que le pusieron en los países de habla hispana en que fue emitida- o Sybill (1977), mini serie en la que compartía créditos con Joanne Woodward y Brad Davis y por la que recibió un Emmy, Sally Field no parecía la candidata adecuada para convertirse en una actriz con dos Oscar obtenidos en apenas cinco años y por sus dos únicas nominaciones (marca sólo igualada posteriormente por Hilary Swank, al margen de que Field ya probó lo que es aplaudir a otra ganadora -cuando optó como secundaria por Lincoln (2012) y el triunfo fue para Anne Hathaway-), no deja de ser comprensible su desbordante emoción ante lo que debió vivir como toda una hazaña. Desde ese momento, su carrera siguió siendo igual de errática, como la de tantas actrices que entran en la cuarentena -ella los cumplió, precisamente, al año siguiente de arrasar con En un lugar del corazón (1984)-, esa edad peligrosa en la que escasean los personajes interesantes (salvo que te llames Meryl Streep, ya lo dijo Glenn Close), en un Hollywood que siempre ha sido ingrato con los veteranos que le han dado (y dan) esplendor, alternando éxitos cinematográficos -Magnolias de acero (1989), Forrest Gump (1994)-, con sonados fracasos -No sin mi hija (1991) por la que fue propuesta para un Razzie-, apariciones televisivas destacadas como invitada o protagonista -Urgencias (1994-2009) y Cinco hermanos (2006-2011), sus otros dos Emmy- y la que parece inevitable participación en alguna saga de superhéroes -heredando de Rosemary Harris el rol de la tía May en los filmes más recientes sobre Spiderman-.
   Y ahora llega uno de esos productos que justifican una carrera (por muy etéreo e irreal que pueda ser el concepto tal y como hemos visto), que se sustentan en el carisma, en la veteranía, en la capacidad de auto parodia, en la solvencia cómica que intérpretes de su talla y trayectoria adquieren con el paso del tiempo (algunos la han tenido desde siempre, otros la desarrollan con la experiencia, llegan a ese punto en que se pueden reír de todo, empezando por ellos mismos -ahí están las grandes damas británicas pasándoselo de miedo y haciendo gozar a las plateas-), ahora se ha estrenado en España uno de esos títulos que callan la boca a los agoreros que dicen que sólo interesan protagonistas jóvenes, que el público rechaza lo que considera caduco, que las películas con “gente mayor” no interesan, un filme que, sin pretensiones ni rimbombancia, simplemente con un espíritu jovial y de buen rollo, demuestra a los jerarcas de los estudios lo que se pierden menospreciando y desperdiciando a quien aún tiene mucho que ofrecer, tanto a los espectadores como a los bolsillos de sus chaquetas. ¿Hubiese sido Los padres de él (2004) fue el fenómeno que fue sin la incorporación al reparto de Dustin Hoffman y Barbra Streisand? ¿Por qué una serie como Grace y Frankie ha despertado tanta expectación de no ser por el reencuentro de Jane Fonda y Lily Tomlin (la lástima es que los guiones no estén a la altura)? ¿No fue Cocoon (1985) un taquillazo en todo el mundo? ¿No buscan siempre un nombre de prestigio que dé categoría a los repartos de cintas de acción? ¿Qué sería Hello, My Name Is Doris de no estar Sally Field al frente? Pues tal vez seguiría siendo una cinta muy simpática, pero difícilmente pasaría de eso (a no ser que la protagonizase alguien de su talla, es decir, la Diane Keaton de Cuando menos te lo esperas (2003) o por ahí), porque el modo en que la actriz se adueña del personaje es arrebatador, le imprime encanto, atractivo, empatía, ternura en las dosis adecuadas, añade una necesaria estridencia en algunos momentos, un sentido del ridículo a prueba de bombas (incluso cuando es consciente de que así puede resultar), es irresistible, se gana las simpatías del público, le pone de su lado, roza el patetismo sin despeñarse por él, provoca carcajadas y, sobre todo, muchas sonrisas (que son las que permanecen).
   Michael Showalter, director, actor y guionista más volcado en el medio televisivo, partiendo de un corto escrito y dirigido por Laura Terruso (que actúa como coguionista), pone el foco en lo fundamental, sabe que la película hunde sus cimientos en el carisma de la protagonista y en la química jocosa y por momentos esperpéntica que debe conseguir con su compañero de reparto, réplica perfecta es la que Sally Field encuentra en Max Greenfield, un estupendo intérprete que rompe el estereotipo, confiere carácter a un rol que por momentos puede parecer (y en parte debe ser) esquemático, mera excusa para el desarrollo del principal, un actor que pone su físico al servicio de la comedia, que se ajusta a la perfección con el tono a veces naif, otros ensoñador, siempre romántico con que Doris se enfrenta al mundo, el que ella transforma en real por muy disparatado e imposible que parezca al resto. Gustaría ver más en pantalla a la siempre estupenda Tyne Daly, aunque prolongar la presencia de los secundarios iría en contra de uno de los grandes méritos de esta película: su velocidad, su maquinaria perfectamente engrasada, su honestidad con el espectador, se plantea en los primeros minutos y no engaña ni se va por las ramas, regalando una Sally Field para regocijarse, para solazarse, para adorar, para respetar, para querer (como en su día la quisieron los miembros de la Academia).  

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