Evitaremos las
precisiones sobre cuándo es correcto hablar de “secuela” o “segunda parte” (o
el número que corresponda), matizaciones prolijas que ya fueron objeto de este
blog no hace mucho (al escribir sobre Ahora
me ves 2) y, tan sólo, nos limitaremos a pasar un buen rato con este
programa doble que reúne dos películas nacidas tras el éxito de las que las
precedieron, ambas pueden verse sin necesidad de conocer las anteriores, tan
sólo forman parte de la misma serie, hablando en el sentido más clásico, más allá
de retomar unos personajes y hacer referencias a lo que parte del público
conoce -menciones al pasado que aparecen en muchas narraciones sin que exista
una previa (véase a Henry James, por tomar un nombre de los muchos posibles)-,
son historias independientes (las novelas de Poirot, por ejemplo, pueden leerse
descolocadas, de hecho Agatha Christie tuvo poco o nada en cuenta la cronología
-no digamos si nos centramos en Miss Marple-, nadie diría que Asesinato en el Orient Express es
continuación de El misterioso caso de
Styles o la parte octava de la misma).
-BUSCANDO A DORY:
HACIENDO MEMORIA
TÍTULO ORIGINAL: Finding Dory DIRECCIÓN: Andrew Stanton,
Angus MacLane GUIÓN: Andrew Stanton, Victoria Strouse MÚSICA: Thomas Newman FOTOGRAFÍA:
Jeremy Lasky MONTAJE: Axel Geddes REPARTO (voces): Ellen DeGeneres, Albert
Brooks, Ed O´Neill, Hayden Rolence, Kaitlin Olson, Ty Burrell, Diane Keaton,
Eugene Levy, Idris Elba, Dominic West
Tampoco
volveremos a la eterna dicotomía entre Disney y Pixar, sobre todo desde que, a
pesar de conservar autonomía y nombre propio, la segunda fue comprada por la
primera, en gran medida porque sigue sin entenderse ese afán de tantos en
obligar a elegir cuando, dependiendo de qué título en concreto estemos
hablando, con ambos estudios se puede disfrutar por el mero hecho de hacerlo, que
es de lo que se trata, que es lo que ha convertido en clásica e imperecedera
-pese a quien pese- a esa animación que varias generaciones llevan heredando de
la anterior y que tiene tantos adeptos entre los pequeños como entre los
adultos, hablamos de Disney, claro, igualmente de Warner, Hanna-Barbera o la
MGM con Tom y Jerry. Y porque, se diga lo que se diga, no se puede negar la
influencia, el magisterio, la huella de Disney en cualquiera de las aventuras
de Toy Story, en la exageradamente aplaudida Up (2009) o en Buscando a
Nemo (2003), como alguien señaló en su día una divertida actualización de Bambi (1942), filme, por cierto, que
jamás ha provocado en quien escribe ningún entusiasmo, más allá del inevitable
encogimiento de corazón (y la emisión de alguna lágrima) cuando llega la
secuencia más popular y de las carcajadas que siempre despierta el conejo
Tambor, quien viene de perlas para lo que se pretende señalar.
Uno de los
máximos aciertos de Disney ha sido desde siempre la creación de unos personajes
secundarios que en más de una ocasión roban la función y se hacen más populares
que los protagonistas: no conviene olvidar que los siete enanitos son, por así
decirlo, la anécdota (bendita anécdota) de la historia que se está contando,
que es la de Blancanieves; Pepito Grillo, Timoteo, Jack y Gus, la propia
Campanilla, el impagable Baloo, la perversa pero fascinante Cruella de Vil, el
hilarante trío formado por Fauna, Flora y Primavera, todos nacieron como
acompañamiento a las estrellas, de ahí que todas den título a sus filmes
respectivos -con excepción de Mowgli en El
libro de la selva (1967)-, pero sin duda consiguieron merecida fama y que
sus nombres sean evocados con muchas sonrisas y algún suspiro admirativo. Esta dinámica
se repitió en la llamada segunda época de Disney, en el resurgir propiciado por
joyas como La sirenita (1989), La bella y la bestia (1991), Aladdín (1992) y El rey león (1994), con hallazgos como Sebastián, Lumière y Din
Don, el inolvidable Genio o Timón y Pumba. Y Pixar supo desde el principio
poner el acento en unos secundarios potentes, carismáticos, magníficamente
definidos, ahí están el resto de juguetes más allá de Woody y Buzz Lightyear
(con una querencia particular por el Sr. Patata), la maravillosa Boo y, por
supuesto, Dory.
El mejor ejemplo
de por qué decimos aquello de “tener memoria de pez”, la fantástica Dory es el
clásico personaje cómico que alivia tensiones y aporta carácter a un
protagonista que sólo vive su conflicto, personaje que debe ser enriquecido y
matizado por los que le rodean. Gracias a un ingenioso guión y a la ironía que
aportaba la voz de Ellen DeGeneres (en España, Anabel Alonso hizo una
espléndida creación potenciando ingenuidad y entusiasmo), Dory se convirtió en
el auténtico motor de Buscando a Nemo,
conquistando a millones de espectadores de cualquier edad, reclamando su propia
película, queriendo contar su propia historia. Conservando el tono jocoso, el
ritmo trepidante y la agudeza para crear situaciones (algunas recurrentes y
otras episódicas) que divierten, sin pretensiones vanas (y precisamente por
ello sorprendiendo más de lo que podría esperarse), sin traicionar el espíritu
original, entregando un entretenimiento refrescante, Andrew Stanton no pierde
pie y mantiene el equilibrio entre la mera repetición de fórmula y la frescura
de lo novedoso (aunque no lo sea), saliendo muy airoso del reto -ojalá pueda
dejar de lado las secuelas (después de la decepcionante por más que fuera
laureada hasta el infinito y más allá tercera historia de Toy Story, uno espera
con cierto hastío la cuarta anunciada para 2018) y firmar una historia propia
tan impresionante y mágica como Wall.E
(2008)-.
-EXPEDIENTE WARREN:
EL CASO ENFIELD: CINE BIEN APROVECHADO (Y ASUMIDO)
TÍTULO ORIGINAL: The Conjuring 2 DIRECCIÓN: James Wan GUIÓN:
Carey Hayes, Chad Hayes, James Wan, David Leslie Johnson MÚSICA: Joseph Bishara
FOTOGRAFÍA: Don Burgess MONTAJE: Kirk M. Morri REPARTO: Patrick Wilson, Vera
Farmiga, Frances O´Connor, Madison Wolfe, Lauren Esposito, Benjamin Haigh
El mayor miedo
que esta película podía provocar era saber si estaría a la altura de su
precursora, de aquel Expediente Warren (2013)
que tanto hizo por la revitalización del género de terror al hacerlo regresar a
sus esencias, a lo sugestivo, a lo cotidiano, recuperando la atmósfera ominosa
y reconocible (y por eso mucho más pavorosa) de los clásicos de los años 70,
mostrando lo justo, sin truculencias, atacando directamente la imaginación de
los espectadores, recurriendo a los miedos más ancestrales e inevitables. James
Wan ha jugado sobre seguro al reproducir el tono, el ritmo, la estructura de la
anterior, al no ceder a las posibles tentaciones sanguinolentas, al no dejarse
arrastrar por el efectismo más palmario y absurdo (consigue algunos sobresaltos
precisamente porque, al dar pistas de que llega el motivo para el mismo, al
hacerlo patente, al final éste llega por un lugar diferente al esperado y, así,
la sorpresa es tal y no una reacción al susto más obvio, al golpe en la banda
sonora, a la brusquedad en el montaje), en definitiva, ha conseguido otra
película que se ve con creciente tensión, con angustia, sintiéndose partícipe
del horror.
El escenario es
ya un acierto, la dirección artística, es impresionante, el modo en que James Wan juega con los espacios y presenta la
casa en la que sucede gran parte del metraje consigue crear esa sensación de realidad
que hace más verosímil (y por lo tanto más temible) lo que allí sucede, nos
hace temblar sólo con un juguete que llega de vuelta hacia la habitación desde
la que se lanzó, dosifica el ritmo con enorme efectividad para hacer contener
la respiración en un minuto y temblar (e incluso gritar) al siguiente, integra
las secuencias que requieren mayores efectos con enorme naturalidad, sólo
necesita iluminar de determinada manera un cuadro (y colocar frente al mismo a la
estupenda Vera Farmiga) para que sintamos un escalofrío recorrer nuestro
cuerpo. Con una Frances O´Connor que vuelve a demostrar las excelencias de la
escuela británica de interpretación (sobre todo para quien la tenga reciente
por The Missing (2014), en un rol muy
diferente -sólo similar en el hecho de ser una madre preocupada por el destino
de sus hijos-), el tándem formado por Patrick Wilson (es ya un nombre
imprescindible para el género) y Vera Farmiga brilla con luz propia porque
desprenden una química impactante, son realmente un matrimonio que lleva muchos
años trabajando en unión y que se preocupan el uno por el otro: su juego de
miradas, lo que sus cuerpos comunican, sus enfrentamientos, sus complicidades,
todo en ellos destila verdad y, sobre todo, empatía, superior incluso a la que
despiertan las víctimas (ellos también lo son, de ahí que nos importen). El mejor
homenaje que podía hacérsele al cine de terror que adoró una generación era
demostrar su vigencia e insuflarle nuevos ánimos: eso es lo que ha conseguido
James Wan, confiemos en que haga bueno el refrán de que no hay dos sin tres,
complete lo que podría ser una magnífica trilogía y olvidemos pastiches como la
estrepitosamente fallida Annabelle (2014),
decepción antológica, casi tanto como ya lo son las dos películas protagonizadas
por el matrimonio Warren.
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