sábado, 13 de agosto de 2016

PROGRAMA DOBLE: "BUSCANDO A DORY" / "EXPEDIENTE WARREN: EL CASO ENFIELD"



   Evitaremos las precisiones sobre cuándo es correcto hablar de “secuela” o “segunda parte” (o el número que corresponda), matizaciones prolijas que ya fueron objeto de este blog no hace mucho (al escribir sobre Ahora me ves 2) y, tan sólo, nos limitaremos a pasar un buen rato con este programa doble que reúne dos películas nacidas tras el éxito de las que las precedieron, ambas pueden verse sin necesidad de conocer las anteriores, tan sólo forman parte de la misma serie, hablando en el sentido más clásico, más allá de retomar unos personajes y hacer referencias a lo que parte del público conoce -menciones al pasado que aparecen en muchas narraciones sin que exista una previa (véase a Henry James, por tomar un nombre de los muchos posibles)-, son historias independientes (las novelas de Poirot, por ejemplo, pueden leerse descolocadas, de hecho Agatha Christie tuvo poco o nada en cuenta la cronología -no digamos si nos centramos en Miss Marple-, nadie diría que Asesinato en el Orient Express es continuación de El misterioso caso de Styles o la parte octava de la misma).


-BUSCANDO A DORY: HACIENDO MEMORIA


TÍTULO ORIGINAL: Finding Dory DIRECCIÓN: Andrew Stanton, Angus MacLane GUIÓN: Andrew Stanton, Victoria Strouse MÚSICA: Thomas Newman FOTOGRAFÍA: Jeremy Lasky MONTAJE: Axel Geddes REPARTO (voces): Ellen DeGeneres, Albert Brooks, Ed O´Neill, Hayden Rolence, Kaitlin Olson, Ty Burrell, Diane Keaton, Eugene Levy, Idris Elba, Dominic West

   Tampoco volveremos a la eterna dicotomía entre Disney y Pixar, sobre todo desde que, a pesar de conservar autonomía y nombre propio, la segunda fue comprada por la primera, en gran medida porque sigue sin entenderse ese afán de tantos en obligar a elegir cuando, dependiendo de qué título en concreto estemos hablando, con ambos estudios se puede disfrutar por el mero hecho de hacerlo, que es de lo que se trata, que es lo que ha convertido en clásica e imperecedera -pese a quien pese- a esa animación que varias generaciones llevan heredando de la anterior y que tiene tantos adeptos entre los pequeños como entre los adultos, hablamos de Disney, claro, igualmente de Warner, Hanna-Barbera o la MGM con Tom y Jerry. Y porque, se diga lo que se diga, no se puede negar la influencia, el magisterio, la huella de Disney en cualquiera de las aventuras de Toy Story, en la exageradamente aplaudida Up (2009) o en Buscando a Nemo (2003), como alguien señaló en su día una divertida actualización de Bambi (1942), filme, por cierto, que jamás ha provocado en quien escribe ningún entusiasmo, más allá del inevitable encogimiento de corazón (y la emisión de alguna lágrima) cuando llega la secuencia más popular y de las carcajadas que siempre despierta el conejo Tambor, quien viene de perlas para lo que se pretende señalar.
   Uno de los máximos aciertos de Disney ha sido desde siempre la creación de unos personajes secundarios que en más de una ocasión roban la función y se hacen más populares que los protagonistas: no conviene olvidar que los siete enanitos son, por así decirlo, la anécdota (bendita anécdota) de la historia que se está contando, que es la de Blancanieves; Pepito Grillo, Timoteo, Jack y Gus, la propia Campanilla, el impagable Baloo, la perversa pero fascinante Cruella de Vil, el hilarante trío formado por Fauna, Flora y Primavera, todos nacieron como acompañamiento a las estrellas, de ahí que todas den título a sus filmes respectivos -con excepción de Mowgli en El libro de la selva (1967)-, pero sin duda consiguieron merecida fama y que sus nombres sean evocados con muchas sonrisas y algún suspiro admirativo. Esta dinámica se repitió en la llamada segunda época de Disney, en el resurgir propiciado por joyas como La sirenita (1989), La bella y la bestia (1991), Aladdín (1992) y El rey león (1994), con hallazgos como Sebastián, Lumière y Din Don, el inolvidable Genio o Timón y Pumba. Y Pixar supo desde el principio poner el acento en unos secundarios potentes, carismáticos, magníficamente definidos, ahí están el resto de juguetes más allá de Woody y Buzz Lightyear (con una querencia particular por el Sr. Patata), la maravillosa Boo y, por supuesto, Dory.
   El mejor ejemplo de por qué decimos aquello de “tener memoria de pez”, la fantástica Dory es el clásico personaje cómico que alivia tensiones y aporta carácter a un protagonista que sólo vive su conflicto, personaje que debe ser enriquecido y matizado por los que le rodean. Gracias a un ingenioso guión y a la ironía que aportaba la voz de Ellen DeGeneres (en España, Anabel Alonso hizo una espléndida creación potenciando ingenuidad y entusiasmo), Dory se convirtió en el auténtico motor de Buscando a Nemo, conquistando a millones de espectadores de cualquier edad, reclamando su propia película, queriendo contar su propia historia. Conservando el tono jocoso, el ritmo trepidante y la agudeza para crear situaciones (algunas recurrentes y otras episódicas) que divierten, sin pretensiones vanas (y precisamente por ello sorprendiendo más de lo que podría esperarse), sin traicionar el espíritu original, entregando un entretenimiento refrescante, Andrew Stanton no pierde pie y mantiene el equilibrio entre la mera repetición de fórmula y la frescura de lo novedoso (aunque no lo sea), saliendo muy airoso del reto -ojalá pueda dejar de lado las secuelas (después de la decepcionante por más que fuera laureada hasta el infinito y más allá tercera historia de Toy Story, uno espera con cierto hastío la cuarta anunciada para 2018) y firmar una historia propia tan impresionante y mágica como Wall.E (2008)-.

-EXPEDIENTE WARREN: EL CASO ENFIELD: CINE BIEN APROVECHADO (Y ASUMIDO)


TÍTULO ORIGINAL: The Conjuring 2 DIRECCIÓN: James Wan GUIÓN: Carey Hayes, Chad Hayes, James Wan, David Leslie Johnson MÚSICA: Joseph Bishara FOTOGRAFÍA: Don Burgess MONTAJE: Kirk M. Morri REPARTO: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Frances O´Connor, Madison Wolfe, Lauren Esposito, Benjamin Haigh

   El mayor miedo que esta película podía provocar era saber si estaría a la altura de su precursora, de aquel Expediente Warren (2013) que tanto hizo por la revitalización del género de terror al hacerlo regresar a sus esencias, a lo sugestivo, a lo cotidiano, recuperando la atmósfera ominosa y reconocible (y por eso mucho más pavorosa) de los clásicos de los años 70, mostrando lo justo, sin truculencias, atacando directamente la imaginación de los espectadores, recurriendo a los miedos más ancestrales e inevitables. James Wan ha jugado sobre seguro al reproducir el tono, el ritmo, la estructura de la anterior, al no ceder a las posibles tentaciones sanguinolentas, al no dejarse arrastrar por el efectismo más palmario y absurdo (consigue algunos sobresaltos precisamente porque, al dar pistas de que llega el motivo para el mismo, al hacerlo patente, al final éste llega por un lugar diferente al esperado y, así, la sorpresa es tal y no una reacción al susto más obvio, al golpe en la banda sonora, a la brusquedad en el montaje), en definitiva, ha conseguido otra película que se ve con creciente tensión, con angustia, sintiéndose partícipe del horror.
   El escenario es ya un acierto, la dirección artística, es impresionante, el modo en que James Wan juega con los espacios y presenta la casa en la que sucede gran parte del metraje consigue crear esa sensación de realidad que hace más verosímil (y por lo tanto más temible) lo que allí sucede, nos hace temblar sólo con un juguete que llega de vuelta hacia la habitación desde la que se lanzó, dosifica el ritmo con enorme efectividad para hacer contener la respiración en un minuto y temblar (e incluso gritar) al siguiente, integra las secuencias que requieren mayores efectos con enorme naturalidad, sólo necesita iluminar de determinada manera un cuadro (y colocar frente al mismo a la estupenda Vera Farmiga) para que sintamos un escalofrío recorrer nuestro cuerpo. Con una Frances O´Connor que vuelve a demostrar las excelencias de la escuela británica de interpretación (sobre todo para quien la tenga reciente por The Missing (2014), en un rol muy diferente -sólo similar en el hecho de ser una madre preocupada por el destino de sus hijos-), el tándem formado por Patrick Wilson (es ya un nombre imprescindible para el género) y Vera Farmiga brilla con luz propia porque desprenden una química impactante, son realmente un matrimonio que lleva muchos años trabajando en unión y que se preocupan el uno por el otro: su juego de miradas, lo que sus cuerpos comunican, sus enfrentamientos, sus complicidades, todo en ellos destila verdad y, sobre todo, empatía, superior incluso a la que despiertan las víctimas (ellos también lo son, de ahí que nos importen). El mejor homenaje que podía hacérsele al cine de terror que adoró una generación era demostrar su vigencia e insuflarle nuevos ánimos: eso es lo que ha conseguido James Wan, confiemos en que haga bueno el refrán de que no hay dos sin tres, complete lo que podría ser una magnífica trilogía y olvidemos pastiches como la estrepitosamente fallida Annabelle (2014), decepción antológica, casi tanto como ya lo son las dos películas protagonizadas por el matrimonio Warren.

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