viernes, 12 de agosto de 2016

"REGRESO A CASA": A FUERZA DE ESPERAR





TÍTULO ORIGINAL: Gui lai DIRECCIÓN: Zhang Yimou GUIÓN: Zou Jingzhi (basado en la novela homónima de Yan Geling) MÚSICA: Chen Qigang FOTOGRAFÍA: Zhao Xiaoding MONTAJE: Meng Peicong, Zhang Mo REPARTO: Gong Li, Chen Daoming, Zhang Huiwen, Guo Tao, Yan Ni, Li Chun

   En esta ocasión, el texto es excesivamente personal, en realidad siempre lo es, se trata de un análisis particular, una reflexión propia, pero hoy se impone la primera persona, y se pide perdón de antemano por dejarla escapar, pero enfrentarse a la última película de Zhang Yimou recién incorporada a la cartelera española (ojalá llegase a muchísimos cines, por desgracia es un estreno muy limitado) ha supuesto todo un ejercicio de evocación, de recuerdos, de constatación de que sigue siendo uno de mis directores favoritos, ya que si repaso su filmografía me topo con varias películas que me parecen imprescindibles, sólo en una ocasión me ha decepcionado estrepitosamente -Keep Cool (1997)-, aunque no siempre me haya emocionado, entusiasmado, clavado a la butaca, aunque haya algunos títulos que podría calificar de irregulares -La joya de Shangai (1995), la para mí un tanto sobrevalorada Héroe (2002), Las flores de la guerra (2011)-, nunca he salido del cine sintiendo que me habían estafado, en general me he sentido muy complacido, son títulos que dejaron un buen sabor de boca que se mantiene fresco y actualizado cada cierto tiempo. Vi Sorgo rojo (1987), su ópera prima, tiempo después de su estreno, de su revelación, de su triunfo en el Festival de Berlín, cuando ya me había rendido a su talento, cuando mi corazón de cinéfilo universitario se había entregado a las maravillosas Ju Dou (1990) y La linterna roja (1991), cuando queríamos descubrir otros sentires, otras voces, cuando consumíamos cine con afán, con entrega, con devoción (aunque se procura no perder ese ánimo, aunque el amor por el séptimo arte se mantiene vivo y bien alimentado -e incluso es más intenso al haber encontrado el cómplice ideal, otro corazón de celuloide-, no cabe duda que la juventud, las ganas por reivindicarse como adulto, como espectador interesado, como estudioso vocacional, la fiebre de aquellos años es irrecuperable). En un primer momento, su exuberancia colorista y estética arrebató, impactó, inundó las pupilas, se instaló en las retinas, pero ese envoltorio preciosista sólo aparecía cuando era necesario, cuando expresaba y explicaba emociones de los personajes, Yimou dejó claro muy pronto que eso era lo que más le interesaba, que podía ser austero, sombrío, mundano para dejar al desnudo las psicologías de sus personajes -Qiu Ju, una mujer china (1992)-, para trazar con mano muy firme el recorrido anímico de sus protagonistas -la propia La linterna roja sorprende cuando se revisa porque, debido a la fuerza de los sentimientos y las situaciones que plantea, uno añade muchos colores al conjunto-, fuimos familiarizándonos con su impresionante capacidad para la sugerencia, para dotar de sentido un detalle mínimo al que transformar en definitorio, para narrar sin artificios, para despojarse de cualquier aditamento, incluso de los básicos -en ese sentido, una de sus cumbres es la primera parte de ese prodigio titulado Ni uno menos (1999), cinta lacerante en su desnudez, en su abandono-, demostró que podía inocular contenido sensible a la acción -La casa de las dagas voladoras (2004)-, que sólo recurría al barroquismo si coadyuvaba al estallido de las pasiones -La maldición de la flor dorada (2006)-.
   Y de nuevo con Gong Li, su musa más perdurable, el rostro impasible capaz de expresar emociones sin alterar el gesto, una belleza nada afectada, poseedora de un poder de fascinación por encima de maquillajes, una intérprete de enormes facultades con pleno dominio de las mismas, que sabe dosificar con maestría, conmoviendo, espantando, doliendo o divirtiendo según convenga, aunque habían limado las asperezas tras su ruptura sentimental y profesional con un magnífico reencuentro -La maldición de la flor dorada-, Zhang Yimou recurre a su actriz fetiche para entregarnos una película emocionante, perturbadora, toda una metáfora de los estragos provocados en la población considerada disidente por la Revolución Cultural, sólo es necesario asomarse a la mirada apagada de Gong Li para comprender su sufrimiento, para visualizarlo, para que nos golpee, para que nos conmueva, para que sus ojos anegados en lágrimas que no puede dejar manar para no llamar la atención nos desagarren, esa mirada que se irá transformando, mirada que se queda perdida en el ayer (como la Penélope de la canción de Serrat), que no reconoce a su esposo cuando sea liberado, que se empeña en seguir viendo aquel pasado que no le dejaron vivir, es una mujer que a fuerza de callar, ocultar, cercenar afectos, ha hecho retroceder su mente, su corazón, sus pulsiones, sus instintos, no comprende otra realidad que no sea la de seguir esperando, la han abocado a la derrota y opta por la demencia como forma de rebelión, no acepta el borrón y cuenta nueva, su patética figura en permanente espera, su memoria cada día más mermada que sólo recuerda una fecha, su deambular junto a aquel que ya ha vuelto pero no reconoce es la denuncia más palmaria y vívida de los desmanes cometidos por los antiguos dirigentes. Es impactante cómo alguien con el brillo y la fuerza de Gong Li puede apagarse sin recurrir a trucos ostensibles, velando las retinas, desenfocando la mirada, encogiéndonos el corazón cuando la deja vagar por los rostros de los recién liberados, buscando lo que nunca encuentra porque pertenece a un tiempo finiquitado, cómo nos duele su cuerpo encogido, su entrega febril y obsesiva a la constante repetición de rutinas preparando la pancarta para que su marido la encuentre, sus ojos indiferentes ante el anhelo del que ya ha regresado (un, por cierto, espléndido Chen Daoming) y al que ella siempre ve por primera vez. Yimou transita de la melancolía a la desolación con enorme facilidad, con precisión de orfebre, manejando con exquisitez un material muy sensible, confiando en las capacidades de Gong Li para cautivar a la audiencia, centrándose en su rostro, en sus manos, en su voz, en esos ojos envueltos en la bruma del pasado, en esa mirada perdida que reclama una ayuda que nadie puede prestar.

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