TÍTULO ORIGINAL: Frankenweenie AÑO
DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Tim Burton GUIÓN: John August MÚSICA: Danny Elfman
FOTOGRAFÍA: Peter Sorg MONTAJE: Chris Lebenzon, Mark Solomon REPARTO (VOCES):
Martin Short, Catherine O´Hara, Charlie Tahan, Winona Ryder, Martin Landau
Conviene ver las dos caras de cualquier moneda, perdón por la obviedad,
mucho más a la hora de hablar sobre arte o el mundo del espectáculo porque si
bien es cierto que son muchos los creadores que sufren un bloqueo (más o menos
momentáneo) y no son capaces de evolucionar o que, directamente, eligen el
camino fácil de repetir la fórmula que les otorgó el éxito, el público demanda
en muchas ocasiones que su artista favorito siga haciendo siempre lo mismo,
rechazando cualquier innovación o aporte, exigiendo que vuelva por sus fueros
si osa salirse de la senda marcada. Tal vez lo anterior no pueda aplicarse
estrictamente a Tim Burton, aunque lo cierto es que fue él el que nos
acostumbró a la sorpresa continua, a la admiración casi permanente y, tal vez,
el miedo a no estar a la altura o a resultar incomprendido (como lo fue con su
vilipendiada versión de El planeta de los
simios (2001), ciertamente por debajo de lo que se esperaba pero aun así
con más garra y rebaba de la reconocida), le ha convertido en prisionero de su
estilo, de los laureles del pasado, en un cineasta que no arriesga (¡Él, que no
se ponía límites y batía cualquier marca de imaginación y fluidez narrativa sin
engreimiento ni sandeces autorales!), que recorre una y mil veces el camino más
trillado, plagiándose descaradamente sin recato ni rubor (con la excepción de
su esplendorosa y sobresaliente adaptación del musical de Stephen Sondheim Sweeney Todd, el barbero diabólico de la
calle Fleet (2007)). De un tiempo a esta parte, lo que filma Burton provoca
hastío, suena a visto (aunque episódicamente reaparezca su brillantez) e
incluso podríamos intercambiar secuencias entre varios títulos sin percibir la
diferencia; continuando con esa dinámica, el autor de obras de la magnitud de Eduardo Manostijeras (1990), Ed Wood (1994) o Sleepy Hollow (1999) ha vuelto sus ojos hacia uno de los cortos que
rodó para la Disney en los inicios de su carrera, rompedores, transgresores,
insólitos, que llevaron a los directivos del estudio a despedirle, intentando
recuperar el merecido prestigio alcanzado en el cine de animación con su
producción Pesadilla antes de Navidad (1993)
dirigida, no conviene olvidarlo, por Henry Selick.
Y no se puede negar que logra una película entrañable, que se sigue con
gusto, simpática y honesta, muy por encima de las decepcionantes Alicia en el país de las maravillas (2010)
y Sombras tenebrosas (2012), que no cae
en la arritmia de Charlie y la fábrica de
chocolate (2005), que no dinamita su conclusión lógica como hiciese con Big Fish (2003), al traicionar el
universo de la novela original en el último tramo (y, a pesar de ello, es la
cinta más maravillosamente burtoniana de la década pasada), pero que no supera
(ni iguala, claro) la sorpresa y emociones que aún sigue provocando el Frankenweenie original (rodado en 1984).
El perro protagonista mantiene intacto su carisma y está perfectamente
complementado por su amo, el niño Víctor Frankenstein, pero eso no es
suficiente para aguantar una historia que funcionaba con absoluta precisión en
el tramo corto pero que no lleva bien el estiramiento como largometraje porque
lo divertido, lo ocurrente, los guiños para cinéfilos, ya estaban en la
historia primigenia y, haciendo de nuevo hincapié en que ni de lejos siente el
público ganas de bostezar o de abandonar la sala, las incorporaciones no dejan
de resultar un relleno, tolerable pero relleno al fin y al cabo.
Es, sin duda, gratificante rencontrarse con un viejo amigo como Sparky
(con todo merecimiento, un personaje de culto), confirmar que continúa en plena
forma, que lo que gustó hace años no ha perdido su magia, pero nos hubiese complacido que
eso viniera de la mano de un director que demostrase de nuevo su vigor, su fertilidad
creativa, su capacidad para romper moldes, es decir, un Tim Burton que hubiese
rodado un Frankenweenie para el siglo
XXI y no la versión larga del cortometraje del siglo XX.
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