AÑO DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN:
J. A. Bayona GUIÓN: Sergio G. Sánchez MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA. Óscar
Faura REPARTO: Naomi Watts, Ewan McGregor, Tom Holland
Son muchos los creadores que hablan del pánico ante la segunda obra,
sobre todo cuando la primera ha tenido repercusión, ha sido alabada, ha concitado
el interés de muchas personas, ha despertado expectativas que el público (que
no suele gozar de excesiva paciencia cuando así lo decide) quiere ver
satisfechas rápidamente; de ese modo, tras reventar taquillas, subvertir un
género y conquistar a la industria (no sólo a la de este país –ah, bueno, si en
realidad en España no podemos considerarla como tal-) con esa pieza maestra de
terror psicológico, heredera mucho más de La
semilla del diablo (1968) que de Los
otros (2001)-aunque con más puntos en común de lo que algunos, empeñados
sólo en establecer paralelismos de estilo y ambientación o en hablar de
supuesto plagio, pudieran pensar-, con ese trabajo de orfebrería, con ese
magnífico y bien engrasado mecanismo de relojería titulado El orfanato (2007), J. A. Bayona se decantó por una historia muy
alejada de aquella que le dio bien ganado prestigio, tal vez para marcar
distancias y no quedarse en director de un solo género, tal vez buscando nuevas
vías de expresión, tal vez para ponerse a prueba, tal vez por la ambición de
manejar un abultado presupuesto y estrellas internacionales, a buen seguro
porque le interesaron las implicaciones de lo que más de uno reduce a la
expresión “una historia de supervivencia”, la auténtica vivida por una familia
española durante el tsunami que asoló la costa del Sudeste asiático en las
Navidades de 2004. Pero, quizás inconscientemente, Bayona y su guionista de
cabecera (Sergio G. Sánchez) encontraron en Lo
imposible la oportunidad de seguir abundando en el verdadero eje central de
su ópera prima: la maternidad.
Si los mayores escalofríos que producía El orfanato, la angustia más desaforada, el paroxismo de cualquier
emoción (positiva o negativa), emanaban de una Belén Rueda en absoluto estado
de gracia en la que, por el momento, queda como su interpretación más acabada y
contundente (actuando en ocasiones sólo con el blanco de los ojos, cuajado de
dolor, desolación, miedo o determinación según el libreto lo demandase), sin
duda en Lo imposible es el personaje
de la madre, al que entrega todo su talento una inconmensurable Naomi Watts, el
que se erige como columna vertebral de la narración, incluso en las secuencias
en las que no aparece, puesto que el espectador conoce su grave estado, el
delgado y muy quebradizo hilo que la separa de la muerte, el mínimo aliento que
guarda en su pecho, antes de saber qué ha pasado con el resto de la familia. De
este modo, cuando Bayona, en la segunda parte de la cinta, centra su atención
en el padre al que aporta humanidad y verosimilitud un espléndido Ewan McGregor
ya ha inyectado interés e interrogantes en la audiencia, a pesar de que se esté
criticando que algunos medios y la misma promoción de la película estén
dinamitando las sorpresas (es lo que pasa cuando uno está mínimamente informado
y la historia se basa en hechos reales, es lo ocurre cuando revisamos clásicos
que lo son precisamente porque no basan sus supuestos méritos en la carambola
final, en la resolución, sino en cómo está construida la narración: nadie nos
priva del disfrute).
Sin embargo, la mayor rémora de Lo
imposible aparece en este punto ya que, queriendo evitar lo obvio, lo tremendista,
lo elemental, todo el conjunto mantiene una frialdad excesiva que provoca
distancia y cierto hastío; por un lado, no siempre consigue sus objetivos y hay
momentos de cierto sonrojo por la solemnidad con que se utiliza la partitura a
ratos rimbombante de Fernando Velázquez y por no resistir determinadas
tentaciones de apelar a lo básico buscando la lágrima fácil (lo que en un
principio resulta una plausible elipsis acaba convirtiéndose en una secuencia
patética en su subrayado) o por detenerse en flecos que no llevan a ninguna
parte (aunque siempre sea un placer contemplar unos segundos a la esplendorosa
Geraldine Chaplin); por otro, aunque esto pueda resultar contradictorio, está
tan maravillosamente dirigida, tan impecablemente rodada, que el envoltorio
engulle todo lo demás con más fuerza que la ola que se abate sobre los
turistas. Eso no impide que, como ya sucediese en El orfanato, determinados detalles que Bayona sirve con mimo y
pudor logren conmover al más reticente (Ewan McGregor hablando con su hijo
mediano, el pequeño de la familia corriendo a abrazarse con su hermano mayor,
éste reprochando a su madre que le ha abandonado), aunque sin ninguna duda las
secuencias que uno va a recordar durante mucho tiempo serán la del inmenso
intérprete de Moulin Rouge (2001) o El escritor (2010), uno de los actores
más versátiles del momento, haciendo una llamada telefónica o la de la soberbia
actriz de Mulholland Drive (2001) o 21 gramos (2003) luchando contra la
fuerza imparable del agua que la arrastra junto a su primogénito y arrasa todo
lo demás, intentando rescatarle y ponerle a salvo.
Y aquí surge la polémica porque algunas voces dicen que no se puede
jugar con el dolor de las víctimas o lucrarse con una tragedia o no sé cuántas
zarandajas más que nadie citó cuando, por ejemplo, se estrenó un título como En el nombre del padre (1993), gracias
al que se hizo una denuncia necesaria y se restauró el nombre de personas que
lo merecían, o cuando Paul Greengrass, aún interesado por lo humano y no sólo por
los malabarismos visuales, dejó testimonio para el futuro de sucesos que no
deben ser olvidados en Domingo sangriento
(2002) y United 93 (2006).
Precisamente una de las mayores virtudes de Lo
imposible es no mostrar lo innecesario, no caer en el tremendismo, hurtar a
nuestros ojos lo que sí ofrecieron y siguen ofreciendo informativos televisivos
o contenidos a los que se puede acceder en Internet a veces con un único clic;
como decíamos antes, precisamente querer huir de ello provoca que el guión
caiga en cierta laxitud, pierda fuelle y tensión, aunque nos premie con
secuencias que el virtuosismo y cuidado de Bayona convierten en inolvidables
(estaríamos ante la mejor dirección del año en lo que a España se refiere, de
no ser porque Fernando Trueba, gracias a El
artista y la modelo (2012), se ha colocado muy por encima del resto).
Normalmente, las películas englobadas en ese subgénero llamado "cine de catástrofes" basan su éxito de captación de público en un trailer que, ofrece las 3 o 4 secuencias más espectaculares. Poco más se encuentra el espectador durante la proyección, resultando, en la mayoría de las veces, filmes argumentalmente huecos basados en unos cuantos impactos visuales. No ocurre así en Lo Imposible, pues a mi juicio consigue mantener el interés y la emoción del espectador durante todo el metraje, gran parte debido, como dices Óscar, a la gran calidad de las interpretaciones de los protagonistas (en especial de una Naomy Watts espléndida). Técnicamente es impecable, no teniendo nada que envidiar a un blockbuster norteamericano, y combina a la perfección una importante dosis de drama con el género de aventuras (que mayor aventura que la lucha por la supervivencia en condiciones absolutamente hostiles)logrando. a mi entender,un perfecto equilibrio. Creo que debemos felicitarnos de que un director español, como ya logró Amenábar,nos coloque internacionalmente en lo más alto y consiga que el cine español pueda competir de tú a tú con las Majors yanquis que tantos bodrios con buenos resultados de taquilla logran hacer tragar al público español con la falsa premisa de que el sello USA es, en cine, sinónimo de calidad en toda su producción.Enhorabuena Bayona.
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