TÍTULO ORIGINAL: Savages AÑO DE
PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Oliver Stone GUIÓN: Shane Salerno, Don Winslow,
Oliver Stone (basada en la novela homónima del segundo) MÚSICA: Adam Peters
FOTOGRAFÍA: Dan Mindel REPARTO: Taylor Kitsch, Aaron Johnson, Blake Lively,
John Travolta, Benicio del Toro, Salma Hayek
En nuestra tendencia a querer tenerlo todo controlado, etiquetado,
constreñido a unas cuantas pautas, sin capacidad para la sorpresa, vamos
reproduciendo denominaciones que fueron válidas en un momento pero que ahora
sólo pueden aceptarse con matizaciones, añadidos, enriquecimientos, enmiendas,
lo que en realidad habla de su vigencia, de su permanente evolución, aunque
algunos sigan negando con la cabeza mientras murmuran como un mantra: “No es
eso, no es eso”. Fue uno de los grandes creadores del género, Raymond Chandler,
el que cimentó las bases de lo que durante mucho tiempo se denominó como “novela
negra” en su ensayo El simple arte de
matar, publicado en 1950, cuando empezaba a quedar atrás la realidad que había
hecho posible su nacimiento y proliferación: las secuelas de la Gran Guerra
(1914-1918), a la que hubo que empezar a llamar Primera Guerra Mundial después
de lo sucedido entre 1939 y 1945; la Depresión sufrida tras el crac de la Bolsa
en 1929; la Ley Seca en vigor entre 1920 y 1933. Sería muy prolijo, y excedería
con creces el motivo del presente escrito, describir las diferentes fases,
corrientes, versiones y adaptaciones que el género ha experimentado en los
diferentes países en los que ha arraigado o cómo determinados autores han
dinamitado la columna vertebral del mismo, han
actuado como revulsivo precisamente para engrandecerlo aún más, sin
perder de vista algo fundamental: la novela negra bien entendida acepta
múltiples apellidos, siempre que, como tuve oportunidad de que me contase una
de sus máximas valedoras en la actualidad, la escritora argentina Claudia
Piñiero, nos hable de una sociedad, de su malestar, de sus enfermedades
morales, de sus corrupciones, de sus difusas fronteras, de sus múltiples zonas
grises. Y de eso, sin olvidar sus orígenes (publicaciones baratas, textos
básicos, acción sin orden ni concierto), es de lo que viene hablando en sus
textos Don Winslow.
Una literatura muy personal, tendente al solipsismo (cuando no
directamente empapada del mismo) con el autor convertido en un narrador
integrado en la trama, apelando continuamente al lector, con diálogos rápidos,
con dobles (y triples) sentidos, con guiños a lo que publica la prensa casi al
mismo tiempo que él escribe, hablando en ocasiones para iniciados, pero
sabiendo engarzar tramas adictivas, no permitiéndose ni un segundo de reposo,
recreándose sólo en determinados pasajes que, sin embargo, no contienen ni una
sola palabra prescindible. No resulta extraño que un director como Oliver Stone
se fijase en tanta adrenalina, explosiones, persecuciones, idas de olla,
flashbacks, narración sincopada, y decidiese trasladar este universo a la
pantalla, sobre todo porque resulta muy parecido a lo que pretendió contar en
aquel despropósito conocido como Asesinos
natos (1994). Sin duda, cuando uno lee a Winslow piensa que sólo Quentin
Tarantino, un Guy Ritchie que regresara a sus inicios o el propio Stone podrían
ilustrar con imágenes lo que el autor neoyorquino plasma en sus escritos,
teniendo en cuenta que cualquier acercamiento se quedará en la superficie, en
lo físico, en lo más elemental, ya que el auténtico protagonista del texto,
como se decía antes, es el autor y es muy difícil desligarlo de la historia,
aunque se recurra como en Salvajes a
sustituirlo por la voz en off de uno de los personajes.
Nadie puede negar a Oliver Stone su contundencia, su energía, la
electricidad que sabe inyectar a través del montaje (incluso para contar algo
que conocemos de sobra: la manera en que inicia JFK (Caso abierto) (1991) provoca que el público se remueva en la
butaca, creyendo que, tal vez, Kennedy podría salvarse), siempre que no se deje
llevar en exceso por lo alucinógeno o grandilocuente como en The Doors (1991) o Alejandro Magno (2004); en esta ocasión, la levedad del libreto, lo
innecesariamente que se alargan algunas situaciones, los lugares comunes en los
que embarranca sin posibilidad de enmienda, lo incomprensible del tono paródico
que funciona como perfecto contrapunto en la novela original, hacen que la
cinta sólo funcione a medio gas, que se siga con cierta guasa (sobre todo para
el que conoce a Winslow) pero no se logre evitar el hastío durante el tramo
final. A todo ello coadyuvan bastante los actores, aunque en algo podemos
exonerar al triángulo sobre el que pivota la trama (destacando lo camaleónico
de Aaron Johnson, casi irreconocible para los que vieron Nowhere Boy (2009) o Albert
Nobbs (2011) y a la espera de su participación en la Ana Karenina que ha preparado Joe Wright), puesto que originalmente
sus roles son así: descerebrados, irritantes, simplones, a pesar de haber sido capaces
de crear un imperio en torno al cultivo y tráfico de marihuana que despierta la
envidia de la competencia; sin embargo, fatiga ver a Benicio del Toro repetir
con el piloto automático y rebajando mucho la calidad lo que podría ser un
trasunto de su inolvidable interpretación en Traffic (2000), decepciona comprobar cómo John Travolta apenas
puede hacer algo con la ramplona manera en que el agente corrupto de la DEA al
que da vida ha sido vertido al celuloide y saca de quicio la burda, histérica y
forzada actuación de Salma Hayek, ridícula a no poder más.
En realidad, y debo reconocer que es lo que me ha llevado a escribir
esta crítica, hay que decir que Don Winslow se guardó lo mejor para sí, puesto
que Salvajes, editada en 2010, ha
tenido este mismo año una precuela, Los
reyes del cool, que ya ha aparecido traducida al español (forma parte de la estimulante colección Roja y Negra de la editorial Mondadori -todo un regalo para el aficionado al género-), en la que se
explica el pasado de los personajes principales de aquella, sus orígenes
familiares, cómo llegó la droga a Laguna Beach, en definitiva, una historia
mucho más completa, trepidante, enloquecedora y enloquecida, desopilante, tremenda,
que la que nos ofrece Oliver Stone (tal vez hubiese resultado todo esto si la
voz en off hubiese sido la del propio autor).
Coincido contigo Óscar en bastantes cosas. Creo que Oliver Stone ha perdido esa fuerza políticamente incorrecta que tenían obras anteriores suyas como "Platoon" o "Nacido en 4 de Julio".Con esa filosofía podría haber logrado una película mucho más notable. Por otra parte, ya basta de ese maniqueísmo: "los mejicanos son lo peor y los yanquis son camellos y corruptos pero tiene su ética y corazoncito". En cuanto al reparto, creo que Travolta está sobreactuado, al igual que la Hayek, aunque ese ciero aire de cómic violento que en ciertos momentos rezuma el film disculpa en parte un papel que tampoco le deja muchas opciones a la bella mexicana. Sin embargo, para mí,la mirada terrible, despiadada y , sin duda, salvaje, de un Benicio Del Toro inhumano, me erizó la piel en esos primeros planos en los que se lucen las profundas arrugas, casi surcos, de un personaje cuyo rostro se muestra tallado, sin duda, por el cincel de una infancia y juventud que adivinamos impregnada de pobreza y violencia. Creo que, en definitiva, Stone podría haber hecho algo mucho mejor y más impactante. Debería revisar las obras de un Pekimpah que tan bien supo llevar a la pantalla y sacar partido a relatos de escritores como Jim Thompson, y no empecinarse en esta "huida" hacia lo visualmente descarnado pero, en el fondo, poco sorprendente para el espectador curtido en el género negro y demasiado efectista.
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