jueves, 14 de marzo de 2013

"LAS VENTAJAS DE SER UN MARGINADO": ESTEREOTIPOS ESTEREOTIPADOS



TÍTULO ORIGINAL: The Pearks of Being a Wallflower DIRECCIÓN: Stephen Chbosky GUIÓN: Stephen Chbosky (basado en su novela homónima) MÚSICA: Michael Brook FOTOGRAFÍA: Andrew Dunn MONTAJE: Mary Jo Markey REPARTO: Logan Lerman, Emma Watson, Ezra Miller, Nina Dobrev, Johnny Simmons, Paul Rudd, Dylan McDermott, Kate Walsh, Joan Cusack


   Siempre se dice que todo escritor recurre a su propia vida para trazar su primera novela porque es lo que tiene más a mano; en realidad, incluso los autores más imaginativos y creativos se basan en aquello que conocen, en lo que han vivido en propia piel o en lo sucedido a personas cercanas o a otros de cuya peripecia vital han tenido conocimiento, si bien es cierto que los hay que fabulan mucho y, como suele decirse, “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia” o que se dejan atrapar por la inspiración y varían (y llegan a dar una vuelta de 180 grados) los sucesos que les inspiran o que fagocitan todo lo que ven, oyen, sienten, conocen (lo que no es malo: los grandes autores del XIX lo hacían y no paraban de producir obras maestras) –los personajes que más nos cautivan, llámense David Copperfield, Gandalf o Pepe Carvalho, lo hacen porque reconocemos rasgos propios o de personas de nuestro entorno-. También abundan (y por desgracia demasiado y para colmo gozando de gran predicamento y siendo muy aplaudidos y considerados) los autores que podríamos denominar “ombliguistas”, los que sólo hablan de ellos, considerándose lo suficientemente importantes e interesantes como para convertirse en objeto de estudio, en héroes, en argumento; conociéndole sólo por un título, resulta difícil juzgar si Stephen Chbosky pertenece a este grupo, pero se aprecian en su escritura gran parte de los defectos que suelen tener los creadores de este tipo y ninguna de las virtudes que podrían asegurarle la trascendencia, más allá de la alcanzada en un momento concreto (parece de esos bestsellers destinados a ser recordados sólo por aquellos con buena memoria que, al mismo tiempo, se quedan un poco anclados en las lecturas que les marcaron años atrás).

   Las ventajas de ser un marginado pertenece a un tipo de novelas con larguísima tradición (de hecho, Lazarillo de Tormes o Rinconete y Cortadillo podrían considerarse ilustres precedentes, sin obviar su lógica inclusión dentro del género picaresco): las que hablan, analizan, reproducen un proceso de aprendizaje, de inclusión o exclusión de la sociedad, de conformación de la personalidad, de construcción del adulto, de iniciación en el mundo, y, sin movernos de EEUU (lugar de nacimiento de Chbosky), son múltiples los ejemplos que, además, en muchos casos forman parte de las lecturas obligatorias en la educación secundaria o universitaria (Matar un ruiseñor, El guardián entre el centeno, por no citar a Goethe o nuevamente a Dickens –con lo que queda bastante claro que al final permanecen los textos con auténtica altura literaria-). Aunque el autor advirtió de su carácter semiautobiográfico cuando publicó esta novela –su ópera prima-, parece lógico rastrear la realidad en una historia que habla de los problemas de adaptación de un chaval con un mundo interior excesivamente rico y trabajado, que no siempre tiene clara la frontera entre lo real y lo que imagina, sueña, evoca, oculta, calla, teme; su carácter epistolar provoca que todo esté tamizado por los sentimientos del protagonista, incluso más allá de la omnisciencia de otras voces narrativas –tanto en primera como en tercera persona-, puesto que sólo tenemos acceso a lo que él plasma en el papel, apelando a un amigo al que no conocemos y del que ignoramos las posibles respuestas, y aunque haya aportes curiosos y momentos brillantes, el amaneramiento de la prosa, su anhelo por epatar y distanciarse de lo publicado hasta el momento provocan tedio y fatiga, pérdida absoluta de la naturalidad y sencillez que debería alentar un escrito de semejantes características, lastres que se han vuelto aún más pasados al trasladar el autor a imágenes sus palabras.

   Como película, Las ventajas de ser un marginado comete el error de querer sorprender en cada plano, de perderse en virguerías visuales, en un montaje pretenciosamente innovador que, como suele suceder cuando se busca a toda costa ser original, toma prestado de muchos lados (Danny Boyle, Gus Van Sant, David Fincher –queda claro qué camino quiere seguir Chbosky-) y se muestra incapaz de darle aliento propio y, muy especialmente, barroquiza lo exterior para anegar la historia con elementos prescindibles que motivan el distanciamiento del espectador. Y es una lástima porque lo que subyace demuestra la universalidad de comportamientos, de miedos, de roles asumidos o que se querrían asumir, de sensaciones que experimenta un adolescente, viva en el país que viva o reciba la educación que reciba: durante los primeros minutos de la película, uno no puede evitar sentir más de un cosquilleo, de un culebreo en la boca del estómago ante situaciones que reconoce, identificándose o identificando a personas a las que conoció en su época escolar, aunque poco a poco el castillo de naipes (las expectativas) se desmorona porque Chbosky está más pendiente de lucirse como cineasta y guionista que de profundizar en sus protagonistas, le importa más lo estético e incluso quedar bien que desarrollar la crítica, las cargas de profundidad con las que dinamitar a la que se considera buena sociedad, buena comunidad, trayendo a colación a destiempo y forzando excesivamente el tono de la cinta, intentando aportar un dramatismo, el esbozo de un trauma, cuando ya es tarde porque el a pesar de todo buen rollo que impera durante gran parte de la película ha desvirtuado lo que podría haber constituido uno de los títulos más reseñables del momento.

   Ni quedan claros ni son patentes el menosprecio, el acoso, el elitismo de que hacen gala ciertos privilegiados (bien por el dinero de sus padres, por su físico, por la posición que ocupan en la estructura escolar) ni –y nos lo avisan desde el título, en eso no nos dan gato por liebre- tampoco queda bien reflejado el orgullo con el que algunos hacen de la necesidad virtud y crean su propia élite a base de ser vilipendiados por los primeros, pasando muy por encima –cuando no obviando directamente- del desdén, la postergación, la humillación a que son sometidos los considerados diferentes por los que imponen las normas, arrinconando e incluso llenando de trivialidad asuntos como los trastornos alimenticios, las preferencias sexuales, el maltrato o los abusos. Sin duda, lo más acertado es el trío protagonista que se impone a los arabescos de Chbosky, a secuencias ridículas, a momentos en los que el director sólo se fija en la música, en la fotografía, en ser el más listo: Logan Lerman imprime sensibilidad, dubitación, calidez, a su rol, Emma Watson (despojada del esquematismo de la saga de Harry Potter que convirtió a su Hermione Granger en una caprichosa ñoñísima) nos hace albergar muchas esperanzas de cuál puede ser su futuro como actriz (a poco que se lo permitan y tenga fortuna en sus elecciones batirá a todas las Jennifer Lawrence que incluso ganan un Oscar) y Erza Miller logra romper el estereotipo para demostrar un equilibro interpretativo que actores más experimentados nunca han alcanzado y nos hace olvidar que fue uno de los Kevin de ese engendro en que transformaron una espléndida novela –hablamos, claro, de Tenemos que hablar de Kevin (2001), filme que sólo resultaba comprensible (en el sentido de comprender las causalidades, los comportamientos, por lo demás difícil entender cómo se puede perpetrar semejante atentado visual con esa historia) si uno tenía la lectura del original reciente-.  

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