miércoles, 6 de marzo de 2013

"MAMÁ": UN CAMALEÓN LLAMADO JESSICA CHASTAIN


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Mama DIRECCIÓN: Andy Muschietti GUIÓN: Neill Cross, Andy Muschietti, Barbara Muschietti MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Antonio Riestra MONTAJE: Michele Conroy REPARTO: Jessica Chastain, Nikolaj Coster-Waldau, Megan Charpentier, Isabelle Nélisse, Daniel Kash, Javier Botet


   Aún está muy reciente la espléndida ceremonia de entrega de los Oscar conducida por Seth MacFarlane que tanta polvareda está levantando entre las actrices (todo por una cancioncilla picarona y graciosa), las mismas que, con sus votos, propiciaron y avalaron uno de los momentos más dolorosos y decepcionantes de los últimos años al encumbrar a Jennifer Lawrence y verse el galardón refrendado por una platea puesta en pie, igualándola a Daniel Day-Lewis quien, sin tropezar, subió al escenario momentos después y fue homenajeado del mismo modo (tal y como mereció la poderosa Dame Shirley Bassey o Susan Sarandon, Meryl Streep y otras diosas de la pantalla cuando han recibido premios). Todavía es pronto para calibrar los efectos de este premio y su auténtica repercusión en la intérprete, es decir, no se puede vaticinar si llegará algún día en que demuestre poseer verdaderos merecimientos por los que glorificarla (como vienen haciendo casi desde su debut tanto la crítica como la profesión) o su nombre se irá perdiendo en la bruma de un reconocimiento demasiado temprano, pero ya podemos afirmar que la más perjudicada por esta decisión de la Academia (ni en nuestro sueño más perfecto íbamos a ver a Emmanuelle Riva recogiendo la estatuilla), aunque se resarcirá y obtendrá su recompensa en forma de premio (y tal vez no dentro de mucho tiempo –eso sí, confiemos en que sea por una interpretación digna de tal y no le pase como a Al Pacino y tantos otros-), el nombre que debería haber pronunciado Jean Dujardin hubiese debido ser el de Jessica Chastain, actriz que en poco más de dos años se ha convertido casi en legendaria, en sinónimo de calidad y versatilidad.

   Ha sido capaz de hacernos creer que Helen Mirren tuvo sus rasgos cuando era joven gracias a esa estimulante cinta titulada La deuda (2010), fue el perfecto sostén para una madre dolorida que se alimentaba de la rabia –nada menos que la inmensa Vanessa Redgrave- en la estupenda revisitación que Ralph Fiennes firmó del clásico shakesperiano Coriolanus (2011), revitalizó la algarabía y jolgorio de su tocaya –la no menos maravillosa Jessica Lange- pero sin imitarla y consiguiendo una de sus creaciones más acabadas en Criadas y señoras (2011), ha acariciado el Oscar por su contundencia y energía al frente de La noche más oscura (2012) y, sin solución de continuidad, se transforma en una mujer de apariencia frágil pero llena de nervio, camuflada entre los tatuajes y los piercings, para insuflar algo de vida a la bastante yerma y tópica Mamá que ahora nos ocupa. Si resulta muy difícil –por no decir imposible- diferenciar un primer plano de Jennifer Lawrence de otro, sólo el vestuario de alguno de sus filmes desvela de cuál se trata porque el gesto es siempre el mismo, basta un simple vistazo para identificar a qué película pertenece un fotograma con Jessica Chastain dentro porque su capacidad camaleónica parece no tener límites, se mimetiza con el personaje más allá de los cambios físicos que éste le exija –y por esa razón más de un espectador no tenía claro quién era a su paso por la alfombra roja, debido a las diferentes personalidades que ha encarnado en pantalla hasta el momento-.

   Mamá posee un inicio muy prometedor, pleno de tensión y fuerza, creador de una atmósfera opresiva y al mismo tiempo emotiva, centrado en una niña que muestra su desamparo pero se crece ante las adversidades para salvar a su hermana, jugando la baza de sugerir, de desdibujar, a partir de una carencia física –la miopía- de la misma, inquietando, sobrecogiendo, manejando con acierto algunas de las convenciones del género del terror, pero el pulso se ralentiza y Andy Muschetti desfallece sin remisión, recurriendo a lo gráfico, a lo más elemental, a lo menos sorpresivo para rematar su ópera prima. Al igual que ha sucedido con tantas cintas de similar temática, el mayor error de ésta es resultar demasiado gráfica, abandonar lo insinuante, lo que apela a los miedos del espectador, a sus fantasmas ocultos y/o propios, a los temblores infantiles, para resultar exageradamente explícita, para que veamos demasiado y lo más truculento parece que se diluye ante la exposición total; por mucho que, desde que fuese lanzado a la fama por [Rec] (2007), Javier Botet se haya convertido en un actor necesario para hacer creíble el personaje más estrambótico –sus particularidades físicas le permiten trabajar con el mínimo maquillaje y con ausencia de efectos especiales-, para imprimir versatilidad a lo a priori más susceptible de ser considerado fantástico, su encarnación de la mamá que da título a la película muestra demasiado (no por culpa de su interpretación, sino del guión y/o de la puesta en escena) y da la sensación de que el director no tiene claro qué desea rodar o dónde frenar para no desleír lo ominoso y perturbador de la primera parte del filme, escenas en las que juegan un papel fundamental la jovencísima Morgan McGarry -con una dignidad y capacidad para sobreponerse que sólo ofrece muy atenuadas Megan Charpentier cuando se hace cargo del mismo rol al pasar el tiempo- y ese malestar que el público siente brotar en lo más hondo de manera natural, como respuesta a los buenos estímulos que llegan desde la pantalla -dejando al margen, claro, a Jessica Chastain, quien se esfuerza por mantener a flote el barco en todo momento, no desfalleciendo jamás su interpretación-.

   Al margen de haber transformado un corto de apenas tres minutos que conmocionó el Festival de Sitges en 2008 en un largometraje de unos cien –hay buenas ideas que sólo dan como fruto un breve desarrollo-, el mayor lastre de Mamá puede encontrarse en lo que podría llamarse “el toque Guillermo del Toro”, cineasta meritorio e interesante con una aureola de creador genial que le queda bastante grande; gran parte de su filmografía, tanto si asume tareas de dirección o sólo de producción, está compuesta por títulos que no llegan a eclosionar como deberían haberlo hecho y eso incluye El laberinto del fauno (2006), cinta muy desequilibrada que sólo Maribel Verdú, Ivana Baquero y el trabajo técnico y creativo de un espléndido equipo que obtuvo tres Oscar consiguen sacar a flote, puesto que la parte realista es tosca, comete anacronismos y abusa de la truculencia más gratuita (ya está la parte fantástica para sorprendernos e inquietarnos). Sin llegar (por fortuna) a ciertos extremos, Mamá opta por tomar el camino más fácil y no despegarse de lo previsible e incluso tropieza en uno de los peores escollos del género: pecar de explícita, cuando lo ambiguo, lo que reconcome porque no termina de comprenderse, lo que se resiste a la lógica, es lo que nunca abandona el ánimo del espectador –como ejemplo reciente que se presenta difícilmente superable, véase Sinister (2012)-. Pero, al menos, nos permite el reencuentro con una actriz que, la merezcan más o menos las películas en las que se involucra, no se adocena ni acomoda a lo ya conseguido y sigue ennobleciendo el arte de la interpretación: Jessica Chastain.  

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