TÍTULO ORIGINAL: Mama DIRECCIÓN:
Andy Muschietti GUIÓN: Neill Cross, Andy Muschietti, Barbara Muschietti MÚSICA:
Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Antonio Riestra MONTAJE: Michele Conroy REPARTO:
Jessica Chastain, Nikolaj Coster-Waldau, Megan Charpentier, Isabelle Nélisse,
Daniel Kash, Javier Botet
Aún está muy reciente la espléndida ceremonia de entrega de los Oscar conducida
por Seth MacFarlane que tanta polvareda está levantando entre las actrices
(todo por una cancioncilla picarona y graciosa), las mismas que, con sus votos,
propiciaron y avalaron uno de los momentos más dolorosos y decepcionantes de
los últimos años al encumbrar a Jennifer Lawrence y verse el galardón
refrendado por una platea puesta en pie, igualándola a Daniel Day-Lewis quien,
sin tropezar, subió al escenario momentos después y fue homenajeado del mismo
modo (tal y como mereció la poderosa Dame Shirley Bassey o Susan Sarandon,
Meryl Streep y otras diosas de la pantalla cuando han recibido premios). Todavía
es pronto para calibrar los efectos de este premio y su auténtica repercusión
en la intérprete, es decir, no se puede vaticinar si llegará algún día en que
demuestre poseer verdaderos merecimientos por los que glorificarla (como vienen
haciendo casi desde su debut tanto la crítica como la profesión) o su nombre se
irá perdiendo en la bruma de un reconocimiento demasiado temprano, pero ya
podemos afirmar que la más perjudicada por esta decisión de la Academia (ni en
nuestro sueño más perfecto íbamos a ver a Emmanuelle Riva recogiendo la
estatuilla), aunque se resarcirá y obtendrá su recompensa en forma de premio (y
tal vez no dentro de mucho tiempo –eso sí, confiemos en que sea por una
interpretación digna de tal y no le pase como a Al Pacino y tantos otros-), el
nombre que debería haber pronunciado Jean Dujardin hubiese debido ser el de
Jessica Chastain, actriz que en poco más de dos años se ha convertido casi en
legendaria, en sinónimo de calidad y versatilidad.
Ha sido capaz de hacernos creer que Helen Mirren tuvo sus rasgos cuando
era joven gracias a esa estimulante cinta titulada La deuda (2010), fue el perfecto sostén para una madre dolorida que
se alimentaba de la rabia –nada menos que la inmensa Vanessa Redgrave- en la
estupenda revisitación que Ralph Fiennes firmó del clásico shakesperiano Coriolanus (2011), revitalizó la
algarabía y jolgorio de su tocaya –la no menos maravillosa Jessica Lange- pero
sin imitarla y consiguiendo una de sus creaciones más acabadas en Criadas y señoras (2011), ha acariciado
el Oscar por su contundencia y energía al frente de La noche más oscura (2012) y, sin solución de continuidad, se
transforma en una mujer de apariencia frágil pero llena de nervio, camuflada
entre los tatuajes y los piercings, para insuflar algo de vida a la bastante
yerma y tópica Mamá que ahora nos
ocupa. Si resulta muy difícil –por no decir imposible- diferenciar un primer
plano de Jennifer Lawrence de otro, sólo el vestuario de alguno de sus filmes
desvela de cuál se trata porque el gesto es siempre el mismo, basta un simple
vistazo para identificar a qué película pertenece un fotograma con Jessica
Chastain dentro porque su capacidad camaleónica parece no tener límites, se
mimetiza con el personaje más allá de los cambios físicos que éste le exija –y
por esa razón más de un espectador no tenía claro quién era a su paso por la
alfombra roja, debido a las diferentes personalidades que ha encarnado en
pantalla hasta el momento-.
Mamá posee un inicio muy
prometedor, pleno de tensión y fuerza, creador de una atmósfera opresiva y al
mismo tiempo emotiva, centrado en una niña que muestra su desamparo pero se
crece ante las adversidades para salvar a su hermana, jugando la baza de
sugerir, de desdibujar, a partir de una carencia física –la miopía- de la misma,
inquietando, sobrecogiendo, manejando con acierto algunas de las convenciones
del género del terror, pero el pulso se ralentiza y Andy Muschetti desfallece
sin remisión, recurriendo a lo gráfico, a lo más elemental, a lo menos
sorpresivo para rematar su ópera prima. Al igual que ha sucedido con tantas
cintas de similar temática, el mayor error de ésta es resultar demasiado
gráfica, abandonar lo insinuante, lo que apela a los miedos del espectador, a
sus fantasmas ocultos y/o propios, a los temblores infantiles, para resultar
exageradamente explícita, para que veamos demasiado y lo más truculento parece
que se diluye ante la exposición total; por mucho que, desde que fuese lanzado
a la fama por [Rec] (2007), Javier
Botet se haya convertido en un actor necesario para hacer creíble el personaje
más estrambótico –sus particularidades físicas le permiten trabajar con el
mínimo maquillaje y con ausencia de efectos especiales-, para imprimir versatilidad
a lo a priori más susceptible de ser considerado fantástico, su encarnación de
la mamá que da título a la película muestra demasiado (no por culpa de su
interpretación, sino del guión y/o de la puesta en escena) y da la sensación de
que el director no tiene claro qué desea rodar o dónde frenar para no desleír
lo ominoso y perturbador de la primera parte del filme, escenas en las que juegan
un papel fundamental la jovencísima Morgan McGarry -con una dignidad y
capacidad para sobreponerse que sólo ofrece muy atenuadas Megan Charpentier
cuando se hace cargo del mismo rol al pasar el tiempo- y ese malestar que el
público siente brotar en lo más hondo de manera natural, como respuesta a los
buenos estímulos que llegan desde la pantalla -dejando al margen, claro, a Jessica Chastain, quien se esfuerza por mantener a flote el barco en todo momento, no desfalleciendo jamás su interpretación-.
Al margen de haber transformado un corto de apenas tres minutos que
conmocionó el Festival de Sitges en 2008 en un largometraje de unos cien –hay buenas
ideas que sólo dan como fruto un breve desarrollo-, el mayor lastre de Mamá puede encontrarse en lo que podría
llamarse “el toque Guillermo del Toro”, cineasta meritorio e interesante con
una aureola de creador genial que le queda bastante grande; gran parte de su
filmografía, tanto si asume tareas de dirección o sólo de producción, está
compuesta por títulos que no llegan a eclosionar como deberían haberlo hecho y
eso incluye El laberinto del fauno (2006),
cinta muy desequilibrada que sólo Maribel Verdú, Ivana Baquero y el trabajo
técnico y creativo de un espléndido equipo que obtuvo tres Oscar consiguen
sacar a flote, puesto que la parte realista es tosca, comete anacronismos y
abusa de la truculencia más gratuita (ya está la parte fantástica para
sorprendernos e inquietarnos). Sin llegar (por fortuna) a ciertos extremos, Mamá opta por tomar el camino más fácil
y no despegarse de lo previsible e incluso tropieza en uno de los peores
escollos del género: pecar de explícita, cuando lo ambiguo, lo que reconcome
porque no termina de comprenderse, lo que se resiste a la lógica, es lo que
nunca abandona el ánimo del espectador –como ejemplo reciente que se presenta
difícilmente superable, véase Sinister (2012)-.
Pero, al menos, nos permite el reencuentro con una actriz que, la merezcan más
o menos las películas en las que se involucra, no se adocena ni acomoda a lo ya
conseguido y sigue ennobleciendo el arte de la interpretación: Jessica
Chastain.
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