martes, 18 de febrero de 2014

DIRECTORES NOMINADOS OSCAR 2013: TRES CINEASTAS, UNA ESTAFA Y UN CUARÓN






   La cita se va acercando, el tiempo, implacable como siempre, no da cuartel, los títulos a comentar se acumulan y los Oscar se entregan en menos de quince días; por lo tanto, para intentar trazar un panorama lo más amplio posible, vamos a dedicar unas cuantas entradas a glosar lo positivo o negativo que encontramos en los candidatos a los premios más golosos, a los que más se destacan, a los que despiertan mayor interés (lo que no será óbice para que algunos títulos tengan en su momento su crítica más extensa y personalizada –de hecho, ahí está muy reciente la de Nebraska, por ejemplo-), esos galardones presentados como “los importantes”. Comencemos, por lo tanto, por los directores:

ALFONSO CUARÓN POR GRAVITY:

   Una de las experiencias más abracadabrantes y al mismo tiempo emocionantes jamás contempladas en una pantalla, ganando por goleada tanto como gran espectáculo como en el tramo corto, en lo íntimo, en lo pequeño, combinando a la perfección la urdimbre que proporciona un género reconocible a las primeras de cambio, con una estética muy particular, con una visión muy particular del mismo, con una mirada propia, sólo es posible cuando sucede eso, es decir, cuando un director con personalidad planifica hasta el más mínimo detalle y consigue que el resultado sea gozoso, hipnótico, absorbente, sin pretender demostrar lo listo que es, lo bien que filma, creando una coreografía apabullante en la que todo sucede con la aparente facilidad, la estilización, la exquisitez con la que se mueve un gran ballet. Alfonso Cuarón se gradúa con todos los honores, creando un antes y un después, una página que ya queda grabada en letras muy doradas y que hace historia, un precedente que muchos querrán imitar y que pocos (o ninguno) alcanzarán: nunca la tercera dimensión cobró tanto sentido dramático ni fue utilizada con tanta inteligencia y en beneficio del producto final, como aporte no como tributo que pagar o elemento molesto e incluso innecesario, pocas veces se oyó a una sala de cine contener el aliento de esa forma, nunca una lágrima nos inundó el alma de esa manera. En esta temporada, resulta complicado (por no decir imposible, en esa capacidad de sorpresa reside gran parte de la magia del arte) alcanzar las cotas a las que se encumbra Cuarón, quien no debería tener miedo a que en el sobre esté escrito como ganador del Oscar otro nombre que no sea el suyo.

STEVE MCQUEEN POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:

   Con una dirección de mimbres y tintes clásicos, muy alejada por fortuna del manierismo que le otorgó fama y prestigio –aquella Shame (2011) de infausto recuerdo-, Steve McQueen da una vuelta de tuerca al en tantas ocasiones manido tema de la esclavitud (en el sentido de lo convencional de su tratamiento, en su obviedad plagiando lo ya hecho, en su excesiva edulcoración, en su maniqueísmo burdo que oculta la crudeza, la triste realidad, los porqués) y no da tregua al espectador con un tono seco, distante, tan frío que congela la sangre en las venas, consiguiendo momentos absolutamente terroríficos por su contención, por la naturalidad con que los filma, por su manera de implicarse/-nos sin que lo parezca, por mantenerse inmutable ante la tragedia, retratándola con toda su crudeza. Un prodigio de equilibrio que trabaja por acumulación y entrega una lección de buen cine, del que se queda dentro, del que escarba, del que acusa sin tapujos pero sin necesitar grandilocuencias porque muestra hechos, del que no se olvida.

ALEXANDER PAYNE POR NEBRASKA:
   
 Un estilo desnudo, cercano al documental pero concebido éste como un mero ejercicio de recoger lo grabado y exhibirlo (sin postproducción, montaje o cualquier otro tipo de manipulación), la vida captada con toda su hondura, con todas sus miserias, con las derrotas que van llenando el equipaje que cada uno arrastra lo mejor que puede, con su capacidad para seguir adelante, con su paso lento, con todo lo que va quedando atrás, en definitiva, una película que vivifica, que reconcilia, que emociona con honestidad, con sencillez, con sentido del humor. Alexander Payne desaparece detrás de la cámara (ese saber hacer que sólo algunos clásicos poseen) pero se percibe su control, el modo en que amasa con tiento y parsimonia el material entregado para conseguir ese milagro tan complejo y al alcance de unos cuantos dotados de que la vida pase, se asiente, exprese su verdad en la pantalla.

DAVID O. RUSSELL POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:
   
 El borrón dentro de esta candidatura (y de cualquiera –y son diez nada menos- en que aparece este globo demasiado hinchado de aire que al explotar sólo deja a su alrededor lo que contiene, es decir, el vacío), el niño mimado de Hollywood, un director que busca su lugar imitando a otros a los que no alcanza ni de lejos, aunque al menos, comparando con su candidatura del año pasado, aquella de ese espantajo titulada El lado bueno de las cosas (2012), en esta ocasión filma con algo más de gracia, de tino, de visión cinematográfica. Veremos si la Academia le compensa como guionista –aunque los libretos de Nebraska y Her deberían ser los únicos que se disputasen ese galardón y pudiera decirse que el segundo, esa estupenda historia trenzada por Spike Jonze, tiene todas las papeletas para llevarse el gato al agua- o, por el momento, sigue siendo el eterno nominado, considerando que con ese logro por cada filme que rueda ya tiene bastante, mientras que ocupa el hueco que debiera ser para otros de mayor talento (Jonze, sin ir más lejos, o el Stephen Frears de Philomena). En esta ocasión, demuestra su incapacidad para mover con agilidad una historia desmesurada, poniendo todo el acento en los disfraces, en las caracterizaciones de los actores, en su histrionismo sin tregua, en su permanente tono grotesco (con excepción de la siempre maravillosa Amy Adams, aunque no pueda demostrar todo su potencial).

MARTIN SCORSESE POR EL LOBO DE WALL STREET:
   
 Precisamente es a este señor, a este maestro, a este genio, al que más pretende acercarse Russell, al Scorsese desmadrado, incontenible, al de filmes de largo metraje y aliento como Toro salvaje (1980), Uno de los nuestros (1990), Casino (1995) O El aviador (2004), al Scorsese de esta película por la que es candidato, casi como si fuera un trasunto del personaje protagonista. Pero el querido Martin no se limita a copiarse, siempre busca nuevos caminos, siempre encuentra motivos para regocijar al espectador, demuestra que tiene su vena creativa llena y que mantiene intacta su capacidad para narrar, puesto que aunque El lobo de Wall Street adolece de secuencias innecesarias, de entretenerse en nimiedades, de no haber sabido sintetizar, su energía, su capacidad para hacer malabares con la cámara, su precisión en cada plano, hace que el espectáculo continúe, que la historia fluya, que el transatlántico no encalle y, aunque seamos conscientes de que le sobran minutos, no despeguemos los ojos de la pantalla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario