Ya se sabe lo que sucede con los premios, distinciones y demás honores,
lo mismo que con la lluvia, o sea, que es difícil que contenten a todos y que
incluso aquel galardón que resulta de trayectoria impecable (porque coincide
con nuestras apreciaciones, con nuestro gusto, con nuestro criterio) llega un
día en que pierde nuestra complacencia porque va a parar a unas manos que no
nos parecen merecedoras; por eso es injusto utilizarlos como baremo según nos
convenga, hablar de ellos en su conjunto y tan pronto afirmar que se equivocan
siempre como transformarlos en nuestro mejor argumento para intentar tapar
bocas. Conviene hablar de cada uno en concreto, analizar por separado cómo, por
qué, superando a quién ganó tal persona la estatuilla, no mezclar churras con
merinas o comparar ediciones diferentes en las que las circunstancias que
motivaron la decisión final de la Academia (esa señora compuesta por un montón
de miembros, cada uno de su padre y de su madre) no se parecían ni remotamente.
Este año, las candidaturas masculinas dejan, en general, bastante que desear,
puesto que han quedado fuera interpretaciones portentosas como las de Joaquin
Phoenix en Her (2013) –sutil,
delicada, alejada de su habitual histrionismo-, Tom Hanks en Al encuentro de Mr. Banks (2013) –encarnando
con acierto a Walt Disney, aceptando encantado su cometido secundario,
sustentando la prodigiosa actuación de Emma Thompson, la gran damnificada en
esta ocasión (ya llegaremos a eso en un próximo texto)-, Steve Coogan en Philomena (2013) –la emocionante contención
del cómico que maneja con inteligencia el tono medio, la mesura, sin alardes ni
tentaciones de lucimiento, adecuándose a lo exigido en guión y dirección- o
Will Forte en Nebraska (2013) –un caso
similar al de Coogan, en este caso con el añadido de encarnar un personaje muy
desagradecido porque su mayor mérito es no hacerse notar, parecer que no está,
por lo que para muchos no tiene ningún mérito ni valor-. Dicho lo cual, veamos
lo que la Academia ha seleccionado:
INTERPRETACIÓN MASCULINA
PROTAGONISTA
-CHRISTIAN
BALE POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:
Uno de esos actores a los que se ha querido recubrir de prestigio desde
hace mucho tiempo y lo ha ido consiguiendo a base de disfraces, de muecas, de
pérdidas de peso, de lo que recubre, de lo aparente, de primar (y premiar) el
esfuerzo, la distorsión, la huida de sí mismo, el afeamiento, por encima de la
propia interpretación que a veces, como en el caso que nos ocupa, se basa
realmente en hacer notar la transformación, en el regodeo en lo que le recubre,
en la satisfacción con que se exhibe lo accesorio, lo que no se integra sino
que se convierte en valor. Galardonado no hace demasiado tiempo con un Oscar
que le viene muy grande –The Fighter (2010),
también a las órdenes de David O.Russell-, Bale debería actuar en esta ocasión
como invitado de piedra y limitarse a aplaudir al ganador –tal y como ha hecho
hasta el momento, excepto en distinciones obtenidas por el conjunto del
reparto-.
-BRUCE
DERN POR NEBRASKA:
Desde que la película pasó por Cannes y fue elegido como el mejor actor
del certamen (allá por el mes de mayo), el nombre de Bruce Dern empezó a sonar
como oscarizable y, en esta ocasión, la memoria de los académicos no ha sido
tan endeble como en muchas ocasiones. Actor de trayectoria sólida, aunque muy
desconocido para el gran público –su personaje más recordado en la pequeña
pantalla es en una serie como Big Love (2006-2011),
tan estupenda como incomprendida, desconocida o ignorada precisamente por ello,
incómoda por el asunto tratado-, Dern deja patente la grandeza adquirida a lo
largo de tantos años como actor en su manera de asumir el personaje central de
la cinta de Alexander Payne: sin trucos fáciles, sin concesiones a la galería,
sin fatuidades, sin veleidades de “estoy ante el papel de mi vida y tenéis que
daros cuenta”, limitándose a ser, a llenar de sentido los silencios, las
miradas perdidas, el permanente gesto a medias de estupor a medias de
ensoñación. Como ya se dijo hace poco, Will Forte y June Squibb se lo ponen muy
difícil, llegan a arrinconarle, lo que no es óbice para concluir que estamos
ante una de esas interpretaciones de muchos quilates, que se queda muy dentro y
que va creciendo en el recuerdo.
-LEONARDO
DICAPRIO POR EL LOBO DE WALL STREET:
Lo que en algunos se traduce en
virtud, en motivo de encomio y algarabía, se convierte para otros en una losa
muy pesada que sólo a duras penas logran retirar (y en muchas ocasiones ni eso).
Así, Leonardo DiCaprio parece tener que pedir siempre perdón por haber sido
ídolo juvenil, levantar pasiones, combinar títulos claramente comerciales con
proyectos muy personales o artísticos que salen adelante sólo gracias a su
concurso, tener un olfato muy fino para detectar dónde hay una historia que
merece la pena ser contada. Tras menospreciarle de manera clamorosa por su impactante
interpretación en Revolutionay Road (2008)
–que quedará como una cima en su carrera-, tras obviarle en la que fue
considerada la película del año –Infiltrados
(2006)-, tras ignorarle en J. Edgar (2011)
–lo que no hubiese sucedido de apellidarse Bale- o tras arrinconarle para
premiar lo mismo que ya habían premiado –o sea, a Christoph Waltz en Django desencadenado (2012)-, la
Academia distingue este año a DiCaprio por ponerse de nuevo a las órdenes de Martin
Scorsese –el director que mejor parece comprenderle, el cineasta al que más
apoya el actor cuando ejerce como productor-. Es asombroso cómo consigue dotar
de humanidad, despojar de los tintes más estrambóticos, esquivar el reductor
maniqueísmo con que puede ser abordado su rol para sustentar sobre sus hombros
una cinta un tanto elefantiásica que no pierde atractivo por su presencia y
entrega.
-CHIWETEL
EJIOFOR POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:
El favorito de quien esto escribe, un absoluto prodigio de contención,
recubierto de una conmovedora dignidad que confiere a su interpretación tintes
más sombríos y patéticos que cualquier grandilocuencia y obviedad, el trazo
grueso en el que tantos tropiezan a la hora de abordar un asunto como el que
centra el estupendo filme de Steve McQueen. Sólo por el modo en que camina sin
pisar, deseando no llamar la atención, anhelando mimetizarse con el ambiente,
pasar inadvertido, no provocar las iras de los tiranos, sumido en el dolor por
la pérdida y en la incomprensión de la situación que vive, Chiwetel Ejiofor
merecería que un Oscar adornase alguna de las estanterías de su casa.
-MATTHEW MCCONAUGHEY POR DALLAS BUYERS CLUB:
A priori, tiene todas las papeletas para alzarse con el triunfo,
precisamente por lo mismo que se comentó sobre Christian Bale; desde hace
cierto tiempo, se viene queriendo reivindicar a este actor, conferirle
grandeza, todo porque ha abandonado los productos destinados al éxito de
taquilla, porque no se preocupa del físico (que deja para los anuncios de
fragancias), porque es capaz de adelgazar más allá de cualquier límite con tal
de vender gato por liebre, es decir, de hacer pasar por interpretación lo que
sólo es caracterización. Y eso que en esta película está mucho menos exagerado
que en Mud (2012), El chico del periódico (2012) e incluso
en su breve participación en El lobo de
Wall Street, aunque no logra que veamos otra cosa que a Matthew McConaughey
fingiendo ser otro (y, para colmo, el guión de la película no ayuda a que esto
sea de otra manera).
INTERPRETACIÓN MASCULINA SECUNDARIA
-BARKHAD
ABDI POR CAPITÁN PHILLIPS:
Una de esas excentricidades que gustan a la Academia, una de esas
distinciones que van más allá de lo meramente interpretativo, una de esas
decisiones con las que Hollywood se siente bien y cree reafirmar una supuesta
apertura, un sentido democrático e igualitario que en realidad subraya su
endogamia. Pudiera pensarse que esta nominación responde más al ánimo de
castigar este año al normalmente mimado Tom Hanks (quien, sin merecer excesivos
parabienes por el filme de Greengrass, al menos deja en el cajón su clásico
repertorio de muecas y compunciones) que de valorar la actuación de este
desconocido y novel actor somalí.
-BRADLEY
COOPER POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:
Actor del que tal vez con el tiempo podrá decirse lo mismo que de Bale,
McConaughey y tantos otros (sobre todo si empiezan a escribir sobre él en
parecidos términos encomiásticos), en este caso él mismo intenta quitarse de
encima el sambenito de físico potente, triunfador en la pequeña pantalla,
buscando otro tipo de personajes y filmes, sin importarle el género y sin
pretender venderse como el gran actor que por el momento dista mucho de ser. Consciente
de sus limitaciones, se aplica con tesón y dignidad a los roles que asume, sin
destacar especialmente pero sin resultar cargante o forzado, manteniéndose en
un adecuado tono medio que permite ver sus cualidades y progresiva evolución.
-MICHAEL
FASSBENDER POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:
Las paradojas de la vida y las decisiones de la Academia, provocan que
este actor, quien nunca ha despertado mi entusiasmo (antes bien, todo lo
contrario), sea mi favorito en esta candidatura; al margen de haber preferido que
tuviera otros contrincantes de más peso (y que sin duda estarían más arriba en
mi consideración), es la primera vez que me resulta creíble, es más, me
estremeció, me hizo temblar, me acorraló con su interpretación más acabada y
alejada de cualquier numerito exhibicionista (en todos los sentidos: nunca un
plano de determinada parte de una autonomía provocó tanto entusiasmo crítico).
-JONAH HILL POR EL LOBO DE WALL STREET:
Ejemplo de un cómico al que se quiere otorgar carta de naturaleza como
intérprete, para lo que debe alejarse del género que le ha hecho popular (lo
que, vaya usted a saber por qué, no sirve para Will Forte o Steve Coogan –aunque
éste, al ser inglés, les importa mucho menos-). Y, en realidad, aunque sea
dirigido por Scorsese, Jonah Hill resulta tan cargante, previsible y convencido
de su gracia como en Supersalidos (2007)
o Hazme reír (2009), tan innecesario
como en Moneyball (2011), su primera
nominación al Oscar, sin duda, uno de los varios lastres que arrastra la
película, pero al que la Academia gusta recibir como uno de los suyos.
-JARED LETO POR DALLAS BUYERS CLUB:
Al igual que su compañero Matthew McConaughey, Leto se presenta como el favorito
en casi todas las quinielas, en gran parte por las mismas razones que aquel en
lo que a transformación física y huida de sus posibilidades físicas se refiere.
En este caso, su enorme naturalidad, su facilidad para desaparecer y hacer
creíble el personaje, su ausencia de un amaneramiento forzado o excesivamente
ridículo, suman enteros, los mismos que quedan en agua de borrajas ante el modo
en que el guión desperdicia este rol, anulando sus posibilidades dramáticas,
convirtiéndole en mera comparsa, coadyuvado por una dirección que se contenta
con el primer vistazo, con el estereotipo, con lo externo, camuflando,
perdiendo, distorsionando una meritoria interpretación que no puede (no se lo
consienten) terminar de cristalizar.
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