domingo, 21 de abril de 2013

"LOS ÚLTIMOS DÍAS": FALTA REALISMO






DIRECCIÓN: Àlex y David Pastor GUIÓN: Àlex y David Pastor MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Daniel Aranyó MONTAJE: Martí Roca REPARTO: Quim Gutiérrez, José Coronado, Marta Etura, Leticia Dolera, Lluís Villanueva, Mikel Iglesias


   En muchas ocasiones, la historia se escribe al revés o de manera diferente a como suele desarrollarse la mayoría de las veces; últimamente, además, hemos tenido varios ejemplos similares al que abordamos hoy: Guillermo del Toro confió en Andrés Muschietti tras visionar un cortometraje de tres minutos y le puso bajo su égida para que filmase Mamá (2013), Sam Raimi consideró a Fede Álvarez su heredero y, de este modo, la ópera prima del uruguayo ha sido el remake de la mítica Posesión infernal; tras tres películas cortas, el dúo formado por los hermanos Pastor debutó en la dirección de largometrajes con Infectados (2009), una cinta apocalíptica rodada en EEUU con escenarios y situaciones muy tributarios de la forma en que se acerca la meca del cine a este particular subgénero que mezcla el final del mundo con extrañas epidemias (en realidad, pandemias) que pueden transformar a los afectados en zombis voraces, despiadados y muy difíciles de matar. Se diga lo que se diga, la tierra siempre tira (o así queremos pensarlo al menos) y Àlex y David, sin reproches ni malestar por aquello de haberse tenido que ir fuera para ser reconocidos, optaron por situar su nueva historia, la nueva hecatombe, los últimos días de la humanidad, en Barcelona, su ciudad natal. Un punto de partida muy refrescante, puesto que supone ver calles, lugares, monumentos, localizaciones que a uno le son familiares por su cercanía, convertidos en el continente, en el verdadero protagonista de lo que en la película recibe el nombre de “el pánico”, un miedo irracional y visceral a abandonar la seguridad del edificio en que alguien se encuentra cuando empieza a experimentar los síntomas, una extraña enfermedad sin aparentes causas exógenas que puede terminar con la vida del que la sufre en cuestión de segundos si éste es obligado a salir al aire libre; desde el comienzo, Los últimos días sabe jugar la que es su mejor baza: un apocalipsis que nos resulta cotidiano, terriblemente cercano, no sucede lejos y lo que vemos en pantalla es extensivo a otras latitudes, directamente está ocurriendo al ladito de casa.

   Los hermanos Pastor demuestran su amplio conocimiento en este tipo de historias, puesto que entran directamente en el asunto, dosificando con oficio y tino algunos flashbacks en los que conocemos las realidades de los personajes antes de que lo ominoso y claustrofóbico de la situación (muy bien insertado este segundo elemento: ya que es el espacio abierto el que oprime y literalmente aplasta a las personas) les obligase a buscar una vía de escape subterránea para intentar reencontrarse con sus seres queridos. Esa es la columna vertebral de la cinta: el anhelo de unas personas por reunirse con sus íntimos, una carrera contrarreloj para localizarlos, todo ello sin poder salir a la superficie, sin pisar el asfalto letal. Sin embargo, a lo largo del desarrollo, determinados insertos y la necesidad de no querer dejar cabos sueltos (no tanto en lo relativo a la causa de la pandemia como en buscar una solución, una posible “cura” –dejémoslo ahí para no desvelar el desenlace), hacen que el espectador se distancie un tanto de los acontecimientos y el diseño de producción, con un acabado visual demasiado digitalizado, podría decirse demasiado bien hecho, excesivamente tratado, muy retocado, provoca que algo resulte irreal y la empatía e implicación del público vayan decayendo (es algo similar a lo que no hace demasiado comentábamos sobre La matanza de Texas (2003), con una fotografía espléndida, pero un tanto inadecuada para el tono del filme). Y, por otro lado, la facilidad con que los protagonistas saben moverse por los túneles, llegando siempre al destino deseado, no acaba de funcionar como convención del género, precisamente porque el realismo conseguido en el planteamiento se diluye y uno no puede evitar preguntarse cómo lo han hecho.

   Es curioso que, como ya sucediese en Celda 211 (2009) –a pesar de que sus compañeros la recompensasen con el Goya que, según la profesión, pedía a gritos desde su debut-, la participación de Marta Etura, aunque constituye el epicentro del drama personal que vertebra la historia, resulte totalmente prescindible, fundamentalmente porque la actriz vuelve a revelar su incapacidad para despertar simpatía, siempre rozando lo irritante, lo molesto, lo exasperante (o llegando a serlo). Por fortuna, es un Quim Gutiérrez muy alejado del envaramiento y soniquete de cintas como Todo es silencio (2012) o Una hora más en Canarias (2010) el que ocupa gran parte del metraje, haciendo un meritorio trabajo físico, aunque nos le presenten ya antes de que empiecen a sentirse los efectos de “el pánico” como un hombre desaseado, con un look que no va a sufrir alteraciones a lo largo de su camino en busca del amor. Junto a él un José Coronado que parece haberse convertido en presencia necesaria en cualquier título policiaco o de terror que se ruede en España, haciéndonos olvidar el bochornoso papel que desempeñó en El cuerpo (2012), pero sin lograr quitarse de encima ese tono Santos Trinidad que se le ha quedado después de No habrá paz para los malvados (2011) –un vulgar remedo y exageración de su estupenda composición, también a las órdenes de Enrique Urbizu en La caja 507 (2002)-; es el que más se beneficia de los flashbacks puesto que le sirven para trazar un arco interpretativo, un antes y un después, pero sale perjudicado (en el sentido de agotar al espectador) por cómo el guión le hace entrar y salir de escena más veces de las debidas.

   Los últimos días es muy estimable, especialmente por aportar un nuevo escenario, por sacar adelante un proyecto de esta envergadura como película netamente española y por no recurrir a lo puramente gráfico ni a lo sanguinolento o escabroso, despertando interés y creando tensión sin truculencias ni trampas (ese centro comercial aparentemente vacío, esa estación de metro en la que se hacinan cuerpos, miasmas y podredumbre); es una lástima que los hermanos Pastor no eviten la tentación de precipitar el montaje, de enloquecer la cámara, de recurrir a trucos manidos pensando que eso enriquece los logros conseguidos con prudencia y buen gusto.  

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