DIRECCIÓN: Àlex y David Pastor
GUIÓN: Àlex y David Pastor MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Daniel Aranyó
MONTAJE: Martí Roca REPARTO: Quim Gutiérrez, José Coronado, Marta Etura,
Leticia Dolera, Lluís Villanueva, Mikel Iglesias
En muchas ocasiones, la historia se escribe al revés o de manera
diferente a como suele desarrollarse la mayoría de las veces; últimamente,
además, hemos tenido varios ejemplos similares al que abordamos hoy: Guillermo
del Toro confió en Andrés Muschietti tras visionar un cortometraje de tres
minutos y le puso bajo su égida para que filmase Mamá (2013), Sam Raimi consideró a Fede Álvarez su heredero y, de
este modo, la ópera prima del uruguayo ha sido el remake de la mítica Posesión infernal; tras tres películas
cortas, el dúo formado por los hermanos Pastor debutó en la dirección de
largometrajes con Infectados (2009),
una cinta apocalíptica rodada en EEUU con escenarios y situaciones muy tributarios
de la forma en que se acerca la meca del cine a este particular subgénero que
mezcla el final del mundo con extrañas epidemias (en realidad, pandemias) que
pueden transformar a los afectados en zombis voraces, despiadados y muy
difíciles de matar. Se diga lo que se diga, la tierra siempre tira (o así
queremos pensarlo al menos) y Àlex y David, sin reproches ni malestar por
aquello de haberse tenido que ir fuera para ser reconocidos, optaron por situar
su nueva historia, la nueva hecatombe, los últimos días de la humanidad, en
Barcelona, su ciudad natal. Un punto de partida muy refrescante, puesto que
supone ver calles, lugares, monumentos, localizaciones que a uno le son
familiares por su cercanía, convertidos en el continente, en el verdadero
protagonista de lo que en la película recibe el nombre de “el pánico”, un miedo
irracional y visceral a abandonar la seguridad del edificio en que alguien se
encuentra cuando empieza a experimentar los síntomas, una extraña enfermedad
sin aparentes causas exógenas que puede terminar con la vida del que la sufre
en cuestión de segundos si éste es obligado a salir al aire libre; desde el
comienzo, Los últimos días sabe jugar
la que es su mejor baza: un apocalipsis que nos resulta cotidiano, terriblemente
cercano, no sucede lejos y lo que vemos en pantalla es extensivo a otras
latitudes, directamente está ocurriendo al ladito de casa.
Los hermanos Pastor demuestran su amplio conocimiento en este tipo de
historias, puesto que entran directamente en el asunto, dosificando con oficio
y tino algunos flashbacks en los que conocemos las realidades de los personajes
antes de que lo ominoso y claustrofóbico de la situación (muy bien insertado
este segundo elemento: ya que es el espacio abierto el que oprime y
literalmente aplasta a las personas) les obligase a buscar una vía de escape
subterránea para intentar reencontrarse con sus seres queridos. Esa es la columna
vertebral de la cinta: el anhelo de unas personas por reunirse con sus íntimos,
una carrera contrarreloj para localizarlos, todo ello sin poder salir a la
superficie, sin pisar el asfalto letal. Sin embargo, a lo largo del desarrollo,
determinados insertos y la necesidad de no querer dejar cabos sueltos (no tanto
en lo relativo a la causa de la pandemia como en buscar una solución, una posible
“cura” –dejémoslo ahí para no desvelar el desenlace), hacen que el espectador
se distancie un tanto de los acontecimientos y el diseño de producción, con un
acabado visual demasiado digitalizado, podría decirse demasiado bien hecho,
excesivamente tratado, muy retocado, provoca que algo resulte irreal y la
empatía e implicación del público vayan decayendo (es algo similar a lo que no
hace demasiado comentábamos sobre La
matanza de Texas (2003), con una fotografía espléndida, pero un tanto
inadecuada para el tono del filme). Y, por otro lado, la facilidad con que los
protagonistas saben moverse por los túneles, llegando siempre al destino
deseado, no acaba de funcionar como convención del género, precisamente porque
el realismo conseguido en el planteamiento se diluye y uno no puede evitar
preguntarse cómo lo han hecho.
Es curioso que, como ya sucediese en Celda
211 (2009) –a pesar de que sus compañeros la recompensasen con el Goya que,
según la profesión, pedía a gritos desde su debut-, la participación de Marta Etura,
aunque constituye el epicentro del drama personal que vertebra la historia,
resulte totalmente prescindible, fundamentalmente porque la actriz vuelve a
revelar su incapacidad para despertar simpatía, siempre rozando lo irritante,
lo molesto, lo exasperante (o llegando a serlo). Por fortuna, es un Quim
Gutiérrez muy alejado del envaramiento y soniquete de cintas como Todo es silencio (2012) o Una hora más en Canarias (2010) el que
ocupa gran parte del metraje, haciendo un meritorio trabajo físico, aunque nos
le presenten ya antes de que empiecen a sentirse los efectos de “el pánico”
como un hombre desaseado, con un look que no va a sufrir alteraciones a lo
largo de su camino en busca del amor. Junto a él un José Coronado que parece
haberse convertido en presencia necesaria en cualquier título policiaco o de
terror que se ruede en España, haciéndonos olvidar el bochornoso papel que
desempeñó en El cuerpo (2012), pero
sin lograr quitarse de encima ese tono Santos Trinidad que se le ha quedado
después de No habrá paz para los malvados
(2011) –un vulgar remedo y exageración de su estupenda composición, también
a las órdenes de Enrique Urbizu en La
caja 507 (2002)-; es el que más se beneficia de los flashbacks puesto que
le sirven para trazar un arco interpretativo, un antes y un después, pero sale
perjudicado (en el sentido de agotar al espectador) por cómo el guión le hace
entrar y salir de escena más veces de las debidas.
Los últimos días es muy
estimable, especialmente por aportar un nuevo escenario, por sacar adelante un
proyecto de esta envergadura como película netamente española y por no recurrir
a lo puramente gráfico ni a lo sanguinolento o escabroso, despertando interés y
creando tensión sin truculencias ni trampas (ese centro comercial aparentemente
vacío, esa estación de metro en la que se hacinan cuerpos, miasmas y
podredumbre); es una lástima que los hermanos Pastor no eviten la tentación de precipitar
el montaje, de enloquecer la cámara, de recurrir a trucos manidos pensando que
eso enriquece los logros conseguidos con prudencia y buen gusto.
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