domingo, 14 de abril de 2013

"POSESIÓN INFERNAL": DÉJÀ VU, PERO MENOS


 
 
TÍTULO ORIGINAL: Evil Dead DIRECCIÓN: Fede Alvarez GUIÓN: Fede Alvarez, Rodo Sayagues (basado en el guión original de Sam Raimi) MÚSICA: Roque Baños FOTOGRAFÍA: Aaron Morton MONTAJE: Bryan Shaw REPARTO: Jane Levy, Shiloh Fernandez, Lou Taylor Pucci, Jessica Lucas, Elizabeth Blackmore


   Cada generación tiene sus ídolos, sus mitos, los necesita, los busca, los fabrica, esos nombres (tanto de personajes ficticios como reales) que, de alguna manera, servirán para definirla, para explicarla, para reconocerla dentro de un tiempo (o sea, cuando otra generación esté creando su identidad o ya la tenga –o así lo crea- y se compare con las que la precedieron). Sin embargo, esta afirmación choca frontalmente con lo que viene haciéndose en el cine hace ya unos años, especialmente con el de terror, en el que continuamente se regresa a lo de antes, a los hitos, a los nombres imperecederos; pero como parece que no es posible heredar y compartir admiraciones, se prefiere copiar, hurtar, tomar prestado, inspirarse, cuando no plagiar descaradamente, repetir lo que ya se hizo pero dándole el toque del momento, reconvertir los títulos más o menos legendarios en cintas del siglo XXI (que, como sólo lleva poco más de doce años de andadura, vaya usted a saber cómo será recordado cuando los androides sueñen con ovejas eléctricas –por cierto, en el cuento de Philip K. Dick esto sucedía en 1992-); así, y con la pujanza que la ficción televisiva sigue poseyendo, acaban de estrenarse dos series que pican muy alto, ya que una narra la adolescencia de Norman Bates (pero haciéndola transcurrir en el presente, por lo que no sabe uno cómo van a hacerla enganchar con Psicosis (1960), aunque no parece que eso, por el momento, preocupe demasiado a los creadores de la misma) y la otra las andanzas del doctor Lecter antes de ser encarcelado (tras un primer capítulo carente de emoción, con un estilo alambicado, y la transmutación del psiquiatra caníbal en un detective algo peculiar, uno se teme lo peor, a no ser que la gran Gillian Anderson aporte vigor y mordiente –nunca mejor dicho-).

   Centrándonos en el séptimo arte, a pesar de buscar nuevas fórmulas de éxito, la imaginación no parece ser el fuerte de los que diseñan películas de terror, ya que se repiten hasta la saciedad esquemas, situaciones, supuestas sorpresas, muertes, escalofríos; sin duda, parte de este yermo panorama es responsabilidad del público más fanático que sólo acepta aquello que considera pertinente, desconociendo en muchas ocasiones la tradición, los antecedentes, los referentes, los filmes homenajeados o literalmente copiados (o conociéndolos, pero hablando de ellos como si hubiesen vivido el momento del estreno, hubiesen sido parte activa en la creación del mito), tratando con displicencia e incluso poco o nulo respeto a espectadores con más experiencia, considerándose la única voz autorizada, concediendo y negando calificativos positivos según los cineastas respondan a las expectativas alimentadas por ellos mismos (y así, como ejemplo reciente, han glorificado hasta la extenuación una cinta tan convencional como The Cabin in the Woods (2011), que tras un espectacular arranque pliega velas y parece un episodio más de la saga de Viernes 13, tal vez temerosa de ser rechazada por demasiada originalidad o voz propia). Si hemos ido volviendo con profusión (y con redundancia) a Elm Street, a la noche de Halloween, a Texas o al campamento Crystal Lake, parecía lógico que en algún momento alguien volviese la vista hacia una película que, alternado ciertos parámetros y haciendo de la necesidad virtud, rompió moldes, impulsó la carrera de un director y atesoró (y mantiene) una legión de fans: Posesión infernal (1981) de Sam Raimi.

   Revisado hoy día, aquel título parece haber perdido fuerza o al menos la atmósfera enrarecida, el malestar, el pánico que iba instilando en el ánimo del espectador de aquellos años, y aparecen potenciados los elementos que la convirtieron en una rara avis: los toques guiñolescos, no siempre con la pretensión de resultar humorísticos, a que obligó el magro presupuesto, las rupturas de la tensión con frases aparentemente fuera de lugar, el efectismo desaforado, señas de identidad que el propio Raimi exacerbó en las otras dos cintas que dedicó al personaje encarnado por Bruce Campbell -Terroríficamente muertos (1987) y El ejército de las tinieblas (1992)-, cayendo en ocasiones en el ridículo más sonrojante pero contentando a los seguidores de la saga. A la hora de volver a rodar Posesión infernal, Fede Alvarez (en el que es su primer largometraje) ha optado por un terror que apenas se despega de parámetros utilizados hasta la saciedad, dosificando las bromas, sin caer en lo chusco, intentando que las secuencias más gore sean las más hilarantes, lo que sólo logra en un par de fogonazos, dejando patente lo poco que ha aprendido de señores como David Lynch, Peter Jackson o David Cronenberg e incluso el primer Quentin Tarantino, capaces de provocar una mueca de asco (o el tener que apartar la vista de la pantalla) y una carcajada en el mismo plano.

   Una de las mayores sorpresas del remake de La matanza de Texas (2003) –hablemos del que puede ser considerado como tal y olvidemos el innecesario viaje a los orígenes o ese engendro en 3D que se ha estrenado en enero de EEUU- fue la elección del mismo director de fotografía de la cinta de 1974 con la que Tobe Hooper clavó en la butaca a tantos espectadores; si en la por derecho propio mítica cinta se jugaba con la sugerencia, con la elipsis, mostrando poco, adoptando un estilo documental y disparando el terror en un espacio abierto con un sol deslumbrante y abrasador, Daniel Pearl optó esta vez por crear atmósfera desde lo estético, permitiéndose todos los caprichos que no pudo concederse treinta años atrás, filmando con gusto, conformando una película que no resulta vano calificar de bella, distanciando demasiado al espectador en cuanto al miedo, pero dando una interesante vuelta de tuerca. Aquí, sin llegar a esas cotas de perfección visual, podríamos señalar algo similar: se ha mantenido con acierto un estilo sencillo, directo, básico, reconocible, pero se ha cuidado el ambiente, lo que rodea a los personajes, se prescinde de efectismos torpes o de estrambóticos movimientos de cámara que en realidad intentar suplir o camuflar carencias, aceptando sin rubor que se está rodando un filme de género que no quiere descubrir nada (en todo caso, remitir al original) pero que tampoco va a jugar con deshonestidad la baza de la nostalgia o el querer congraciarse con aquellos que, al menos en sueños, han trazado su propio storyboard de esta nueva versión. Y, por supuesto, hay sótano y Libro de los Muertos y un protagonista que, sin pretenderlo, sin imitar, recoge con empaque el testigo de Bruce Campbell (y que tiene más carisma que Robert Pattinson -aunque eso puede decirse hasta de una pintura al óleo-, aunque éste se llevase el personaje de la saga Crepúsculo por el que ambos pujaron).

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