lunes, 23 de diciembre de 2013

"EL MAYORDOMO": DEMASIADOS INGREDIENTES


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: The Butler DIRECCIÓN: Lee Daniels GUIÓN: Danny Strong (basado en el artículo A Butler Well Served by This Election de Wil Haygood) MÚSICA: Rodrigo Leáo FOTOGRAFÍA: Andrew Dunn MONTAJE: Brian A. Kates, Joe Klotz REPARTO: Forest Whitaker, Oprah Winfrey, David Oyelowo, Lenny Kravitz, Terrence Howard, Alan Rickman, John Cusack, Jane Fonda

 

   A pesar de las multiples decepciones que uno ha sufrido en su larga trayectoria como espectador, no puede evitar sentir un cosquilleo muy especial, un aceleramiento en el pulso, cuando se anuncia una película con un reparto de campanillas, con unos cuantos nombres que invitan a soñar (incluso cuando algunos de los convocados no sean de los favoritos); es cierto que, en la mayoría de las ocasiones, casi ninguno de ellos tiene un personaje digno de ser llamado así, que son apariciones muy breves, que hay que estar ojo avizor para que no se escape nadie, que el guión casi nunca responde a las expectativas, que la excusa que propicia esa reunión es mínima, pero debe ser una reminiscencia de aquellos años en que consumía cine compulsivamente (en realidad, el ritmo no ha menguado, todo lo contrario) y topaba con títulos como El coloso en llamas (1974) o Asesinato en el Orient Express (1974), que, de alguna manera, eran un curso acelerado para conocer los astros de Hollywood (y de otras nacionalidades). Por ese motivo, resultaba imposible resistirse al anuncio de que en el mismo filme coincidían Forest Whitaker, Oprah Winfrey, John Cusack, Jane Fonda, Terrence Howard, James Marsden, Vanessa Redgrave, Robin Wiliams, Alan Rickman, Liev Schreiber y algunos más; el interés aumentaba cuando se iban conociendo algunos aspectos de la historia real que inspiraba el guión, pero el ensueño empezaba a trocar en pesadilla al conocer que el encargado de llevarla a la pantalla, el director elegido era Lee Daniels.

   Realizador de prestigio obtenido a costa de transformar excelentes novelas en un alarde de encuadres imposibles, ralentizaciones innecesarias, abigarramiento exagerado, rimbombancia estética que dejaba a las claras una clamorosa falta de estilo e instinto cinematográfico, perpetrador de dos de las cintas más desagradables de mirar de los últimos años –Precious (2009) y El chico del periódico (2012)-, Lee Daniels resultaba una de las peores elecciones para dirigir una película que, necesariamente, tenía que poseer un aliento clásico, no salirse de lo establecido, caminar por unas pautas reñidas con cualquier tentación de estrambótica modernidad, de ese complejo que tanto abunda entre la nueva hornada de cineastas (aunque algunos no demuestran merecer ese nombre, precisamente por ese afán en retorcer lo lógico); y, sin embargo, sin llegar a lo logrado por Steve McQueen en Doce años de esclavitud (2013) –tiempo habrá para abundar en uno de los títulos más estimulantes y estremecedores del año-, Daniels ha sabido aparcar toda su fatuidad, su empeño por estar presente en cada plano, su sobrecarga de intenciones, para ponerse al servicio de lo narrado, para confiar en el material entregado y en los actores elegidos y ofrecer un producto bien acabado, interesante en sus planteamientos, un tanto errático en su desarrollo, pero que consigue mantener el interés durante su extenso metraje.

   Hubiesen hecho falta la inspiración y el talento de Peter Morgan en The Audience, su último éxito teatral, para dar a cada personaje histórico la misma importancia, la misma posibilidad de lucimiento, el acierto para elegir el momento, la fotografía, lo que se narra de cada uno, para dar aliento al guión y que no quedase reducido a unas cuantas secuencias enhebradas con más o menos pericia, reduciendo muchos personajes a la mínima expresión, confiando en el conocimiento de los espectadores para rellenar todos los huecos. Y es que gustaría ver más en pantalla a los enormes Alan Rickman y Jane Fonda que reviven a los Reagan con inteligencia y mordacidad, sin ningún tono paródico y con altas dosis de vitriolo (y al mismo tiempo con verosimilitud y tacto) o que la fantástica encarnación de Nixon a cargo de John Cusack tuviese un mejor lucimiento o que James Marsden pudiese demostrar su oficio y carisma dando algo más de entidad a Kennedy; aun así, es un placer contemplar a estos y otros grandes actores dejando claro que la escasa extensión del papel no impide que destilen algunas gotas de su inmenso arte. Pero la columna vertebral de la película es, necesariamente, la casi constante presencia del enorme Forest Whitaker, quien de nuevo hace patente su categoría, su enormidad interpretativa, su facilidad para hacer creíble cualquier emoción, su economía de recursos, su ductilidad para vivir las diferentes edades de su rol; del mismo modo, junto a él, la espléndida Oprah Winfrey (añorada y admirada como actriz desde que El color púrpura (1985) le permitiese graduarse con todos los honores), a pesar de que su personaje está sólo utilizado como soporte, de que no extraen todas las esencias que atesora, aprovecha cualquier oportunidad para grabarse indeleblemente en la mente del espectador, alternando tonos, jugando con la voz, haciendo comprensible una personalidad muy compleja y con múltiples facetas.

   El necesario activismo que recorre el filme carga demasiado las tintas en el hijo de la pareja (interpretado por un meritorio David Oyelowo) y deja de lado lo que sería un aporte interesante: cómo vivía esos acontecimientos el rol de Whitaker desde la Casa Blanca y cómo afectaron a los diferentes gobiernos. No obstante, puesto que han sabido convertir su Historia en algo muy conocido e interesante (ejemplo que debería tomarse en otras filmografías), es fácil para el espectador situarse en el momento concreto y extraer conclusiones. Su tono amable la hace cercana y, aunque al mismo tiempo provoca que pierda fuste, perspectiva y crítica, constituye un curioso acercamiento a hechos no por sabidos totalmente analizados (y es una felicidad que Lee Daniels se limite a narrar, a filmar, a exponer, sin andarse por las ramas o tomar la deriva que sus títulos anteriores hacían temer e incluso querer evitar).

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