domingo, 8 de diciembre de 2013

"VIVIR ES FÁCIL CON LOS OJOS CERRADOS": AQUELLOS PROFESORES QUE ERAN MAESTROS


 
DIRECCIÓN: David Trueba GUIÓN: David Trueba MÚSICA: Charlie Haden, Pat Metheny FOTOGRAFÍA: Daniel Vilar MONTAJE: Marta Velasco REPARTO: Javier Cámara, Natalia de Molina, Francesc Colomer, Ramón Fontseré, Rogelio Fernández Espinosa, Jorge Sanz, Ariadna Gil


   Podríamos enredarnos en un debate sobre la educación que no viene al caso, pero hemos optado por titular este texto en pasado ya que, por desgracia, cada vez se encuentran menos docentes que viven su oficio como una vocación, motivando, despertando, enseñando no como una obligación sino como una manera de estar en la vida, de comportarse, consiguiendo que el alumnado sienta nacer un verdadero deseo por aprender, que la curiosidad sea su motor, su acicate, que, de alguna manera, sienta el placer por estudiar (de ahí el matiz, la diferenciación entre profesor –aunque a muchos es una palabra que les viene grande- y maestro, el que marca, el que deja huella, el que despeja el camino, el que abre puertas, al que siempre se recuerda). Y se da la circunstancia de que el protagonista de la película que nos ocupa es un profesor de inglés en un colegio de Albacete, un personaje real que inscribió su nombre en la pequeña historia de la música pop al conseguir hablar con John Lennon durante el rodaje de Cómo gané la guerra (1967) que tuvo lugar en Almería y convencerle de la importancia de que las letras de sus canciones apareciesen en los discos, puesto que él las utilizaba como material didáctico en sus clases; pero, además, en su camino hasta el encuentro con su ídolo la película le hace tropezar con dos adolescentes para los que será un maestro de vida, incluso con sus defectos, con sus tropiezos (necesariamente con ellos para que el aprendizaje sea lo más completo posible), porque les ayudará a dar importancia a lo que verdaderamente lo tiene y a no dejarse envenenar por situaciones pasajeras, a sentirse adultos en la medida en que pueden serlo, a no dejarse empequeñecer aceptando las reglas del juego, puesto que la mayor rebelión es la que se fragua despacio y apenas es perceptible, es la que pilla desprevenido al contrario.

   El aliento del guión de David Trueba es una bocanada de aire fresco, pero por desgracia se queda en lo más superficial, casi en lo etéreo, con un par de sugerencias que el trío principal exprime hasta límites insospechados conformando una de esas interpretaciones grupales que dan entidad y peso y que resultan imposibles de parcelar; lo más acertado del tono que imprime el cineasta es esa apariencia de juego, de “batallita del abuelo”, de anécdota, de empeño, casi de sueño, de irrealidad (algo muy loable, puesto que lo habitual en los Trueba –da igual que nos centremos en Fernando, en Jonás o en el propio David- es tender al engolamiento, a lo pretencioso, a la palabrería con intención trascendente), lo malo es que esa atmósfera acaba jugando en su contra, sobre todo porque las primeras escenas nos han situado en la España de los años 60 del siglo XX y resulta un tanto chocante que un chaval como el encarnado por Francesc Moliner pueda llegar tan lejos en su huida del hogar familiar y que una muchacha como a la que da vida Natalia de Molina se pasee por ahí sin llamar la atención y haga y deshaga a su antojo (y no se trata de utilizar el maniqueísmo, lo reduccionista, el escollo en que tropiezan tantos cuando dibujan todo bajo el prisma político: se trata de no perder el realismo, podría decirse el costumbrismo, en que Trueba comienza a narrar y en el que se mantiene a pesar de estos agujeros por los que se escapa la credibilidad).

   Javier Cámara consigue una de las creaciones más rotundas e impresionantes de su carrera, en la que por desgracia abunda lo facilón, la repetición de tipos, la comicidad desaforada (y sin gracia), los gestos disparatados y los gritos a deshora (casi continuamente, en realidad –eso es lo que muchos entienden por comedia: que todo el mundo se desgañite todo el rato-): con comedimiento, con mesura, con esa aparente facilidad que sólo los grandes consiguen, transforma a su personaje en un ser entrañable, querible más allá de su apocamiento, de su ridiculez, de su obsesión (elementos que el actor dosifica con mano maestra para que prime lo sensible, lo auténtico, lo vital), manteniendo en todo momento un equilibrio casi imposible para no despeñarse por lo caricaturesco, refrenando su campechanía y soniquete más habituales, logrando una transformación plena para que su voz, su rostro, sus movimientos sean los del profesor y no al revés –cualidades sólo alcanzadas en Torremlonios 73 (2003) y Hable con ella (2002), sin desdeñar su talento cómico cuando no le obligan a forzarlo-. Después de sorprender en Pa negre (2010) y llevarse un Goya al actor revelación, Francesc Colomer se gradúa con honores en este filme al saber reflejar la ingenuidad, la bondad, el candor de su rol sin caer en lo ñoño o en lo risible, manejando con soltura la voz y el cuerpo, adolescente a punto de descollar y dar el paso a la edad adulta al que no se le permite semejante transición: sus ojos llenándose de experiencia, descubriendo otra vida (tal vez la auténtica, al menos una más rica en matices que la que encuentra en su cotidianidad), explican páginas de guión. Y completando el trío protagonista, el auténtico descubrimiento, puesto que hablamos de su primer largometraje: Natalia de Molina sabe combinar una temprana madurez forjada a base de tropiezos, equivocaciones, errores propios y ajenos, maltratos y encierros con una sensibilidad lógica en una joven que quiere comerse la vida y que no se deja amilanar; poseedora de una sonrisa que derrumba una muralla, la actriz demuestra unos recursos que uno creería patrimonio de alguien más experimentado en estas lides y la manera en que encaja con Cámara y Colomer provoca un absoluto esplendor (no podemos olvidar la participación de Ramón Fontseré, al que Trueba supo sacar un gran partido en Soldados de Salamina (2003), aportando una vis cómica necesaria en algunos momentos).

   Aunque las posibilidades de la historia no se aprovechan como debieran (sería más deseable no conocer de dónde vienen esos chavales, que su pasado/presente quedase en off, fuese tan sólo sugerido –porque, como se dijo antes, resulta bastante increíble que lo que se cuenta pudiera suceder en aquella España-), el trabajo de estos tres actores invita al espectador a vivir con ellos la peripecia que se convirtió en histórica, aunque llegado un punto de la película John Lennon es casi lo de menos (aunque todos deseemos que el peculiar héroe triunfe), ya que lo que despierta las simpatías y el interés de la platea es el vínculo que los une, su reafirmación como personas, su dignidad, su despertar vital y emocional, sus ojos abiertos, su mente y corazón aplicando las buenas enseñanzas recibidas.

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