viernes, 14 de diciembre de 2012

"CÉSAR DEBE MORIR": LA EXPERIENCIA ES UN GRADO


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Cesare deve morire AÑO DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Paolo y Vittorio Taviani GUIÓN: Paolo y Vittorio Taviani (basado en la obra Julio César de William Shakespeare) MÚSICA: Giuliano Taviani, Carmelo Travia FOTOGRAFÍA: Simone Zampagni MONTAJE: Roberto Perpignani REPARTO: Cosimo Rega, Salvatore Striano, Giovanni Arcuri, Antonio Frasca, Juan Dario Bonetti, Vincenzo Gallo

   Pueden enumerarse muchos ejemplos de artistas que han revelado una gran parte o todas sus cualidades (incluso las más excepcionales) en sus primeros trabajos; del mismo modo, podríamos elaborar una lista con los que se agotaron en ellos e incluso en su ópera prima y nunca volvieron a brillar del mismo modo y los hay que han merecido la inmortalidad sólo por una obra. Pero, sin duda (y sin menospreciar o minusvalorar a nadie: es un a modo de generalización bastante cercana a la realidad), los autores más interesantes, los que más gustan, de los que más disfrutamos, son aquellos que van creciendo, mejorando, los que saben madurar y evolucionar, los que van depurando su estilo, enriqueciéndolo, matizándolo, los que no se duermen en los laureles ni viven de méritos pretéritos, esos que siguen trabajando con las mismas ganas y el mismo ímpetu aunque la experiencia les otorgue calma. Por desgracia, en el mundo del cine se tiende a jubilar demasiado pronto a los directores, las compañías de seguros y grandes productoras cierran el paso a creadores a los que consideran en peligro de muerte o al menos con una salud delicada, temiendo que la filmación no pueda llevarse a término, olvidando que esa que tantas veces se invoca como ley de vida no se cumple en el orden considerado lógico y que pueden ser Ernst Lubitsch o Ricardo Franco (el primero falleció con 55 años, el segundo con 48) los que no logren concluir un rodaje. Por fortuna, luchando contra viento y marea, empeñándose (literalmente), apoyados por otros artistas, refugiándose en la televisión, burlándose de la muerte, ganándole el pulso hasta el último “¡corten!”, nombres como Akira Kurosawa, Ingmar Bergman o John Huston siguieron trabajando casi hasta el último aliento, mientras las fuerzas se lo consintieron (caso excepcional es el de Manoel de Oliveira que acaba de cumplir 104 años y sigue en activo).

   Y es de este modo, sin tener nada que demostrar, con la paciencia y tranquilidad que confiere una carrera plagada de reconocimientos, alejados de tentaciones estilísticas que distorsionen el resultado, con la sabiduría que otorgan su veteranía y conocimiento del oficio, cuando podía pensarse que su tiempo había quedado atrás, cuando sus títulos apenas se revisan o se consideran periclitados, Paolo y Vittorio Taviani demuestran seguir en plena forma, saber aprovechar la vitalidad de sus 81 y 83 años respectivamente, y se descuelgan con una de las propuestas más estimulantes del momento, obteniendo con toda justicia el máximo galardón del último Festival de Berlín. Volviendo a las paradojas de las que hablábamos en el párrafo anterior, César debe morir entronca directamente con Vania en la calle 42 (1994), esa obra mirífica que cerró abruptamente la filmografía del genial Louis Malle (murió con 63 años, sólo uno después del estreno, cuando tanto le quedaba por hacer): en ambas lo que importa es el texto (de Shakespeare aquí, de Chejov allá), lo que los actores ensayan, el espectador pone todo lo demás o ni siquiera eso, porque no se necesita la escenografía, el vestuario, la iluminación, el maquillaje para arrebatarse y dejarse envolver por las palabras que, de ese modo, llegan sin estorbos, sin aditamentos, sin filtro, como aldabonazos que provocan seísmos, maremotos emocionales imparables pero deseables; es cierto que, a diferencia del cineasta francés, los italianos manejan un subtexto, hay mucho insinuado, se consienten y espolean diferentes lecturas, pero todo narrado desde la austeridad, desde el minimalismo, economizando datos, obviando hermetismos hermenéuticos propios de autores engolados, filmando con limpieza e incluso prudencia, casi con timidez, como meros testigos de la experiencia teatral de la que se da testimonio.

   Asistimos a los diferentes ensayos que van dando forma a un Julio César muy particular: el interpretado por los reclusos de la cárcel romana de Rebibbia, algunos condenados a cadena perpetua; lo que hubiese podido resultar un ejercicio de estilo, lo que podría haber devenido en un filme complejo, sólo para conocedores o entendidos, queda resuelto en manos de los Taviani con planos largos, muy abiertos, que buscan los rostros de los actores cuando es necesario, integrando perfectamente los versos de Shakespeare con las diferentes localizaciones, logrando que olvidemos que estamos en una cárcel, pero posibilitando que incorporemos reflexiones al hilo de lo que dicen esas personas que en ocasiones han cometido los mismos delitos (o peores) que los personajes que encarnan, recordando que esas rejas son reales pero que ellos las traspasan gracias a la interpretación. Sólo sabremos tres o cuatro datos sobre cada uno de ellos, algunos cuando termine la película, decisión muy inteligente por parte de los directores puesto que deja en el ánimo del espectador (pero muy al fondo) la verdadera historia de cada uno (al menos el resultado), pero sin entorpecer la vigencia, las implicaciones, el contenido de lo que se dice, permitiendo que cada quien establezca los paralelismos que desee y desentrañe las posibles metáforas a su modo (alguien, por cierto, debería reflexionar sobre la coincidencia en las carteleras de Reality y César debe morir, ambas con grandes interpretaciones a cargo de actores que cumplen condena, pero no seré yo el que lo haga). Tal vez se muestre innecesario mostrar un fragmento de la función tal y como se ofrece al público (o, al menos, volver a ello en una segunda ocasión), pero el conjunto tiene tanta potencia, es tan electrizante y rápido (todo un ejemplo de cómo aligerar un clásico sin trivializarlo o adulterarlo), huele tanto a amor por la palabra, por la imagen, por el arte, cuentan tanto los rostros, los gestos, los silencios de los que interpretan Julio César como si fuese la primera vez que se representa que uno no puede sino dar gracias a quien corresponda porque los hermanos Taviani hayan regresado tras la cámara.

 

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