viernes, 7 de diciembre de 2012

"FIN": MEJOR CON PUNTOS SUSPENSIVOS


 
 
 
AÑO DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Jorge Torregrosa GUIÓN: Sergio G. Sánchez, Jorge Gerricaechevarría (basado en la novela homónima de David Monteagudo) MÚSICA: Lucio Gody FOTOGRAFÍA: José David Montero MONTAJE: Carolina Martínez Urbina REPARTO: Daniel Grao, Clara Lago, Maribel Verdú, Carmen Ruiz, Andrés Velencoso, Miquel Fernández, Blanca Romero, Antonio Garrido

   El terror ante una catástrofe que no se puede evitar y que deja al ser humano aún más indefenso que de habitual, sea natural o provocada por la codicia o la inconsciencia de ese pretendido animal racional, ha sido reflejado por el séptimo arte desde sus inicios; ¡cómo no recordar de lo que fue capaz John Ford en Huracán sobre la isla (1937) aún en los albores del que para muchos seguía siendo un entretenimiento de feria! Y esta cinta es contemporánea de otras dos en las que se reproducía el terremoto que asoló San Francisco en 1906 –de hecho, algunas escenas descartadas en la primera se utilizaron para la segunda-: San Francisco (1936) -¿Para qué complicarse la existencia buscando otro título?- y Las hermanas (1938). Con el tiempo irían apareciendo películas que crearían un subgénero al acuñarse la etiqueta “de catástrofes” y en el que continúan siendo imbatibles El coloso en llamas (1974) y La aventura del Poseidón (1972) –que se lo pregunten al pamplinas de Wolfgang Petersen que osó volver a rodarla aburriendo a las plateas (no se le da bien este tipo de filmes, ya lo había dejado claro con La tormenta perfecta (2000))- y otras muchas que se englobarían bajo el adjetivo “apocalípticas” por fabular sobre un posible fin del mundo o por mostrar un futuro desolador, según la inspiración (a veces muy lejana, en otras no reconocida) viniese de textos como Soy leyenda de Richard Matheson o de otros que reflejaban el desencanto ante los horrores políticos del siglo XX, como pueden ser Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Es especialmente significativa la influencia del primero (cuyas adaptaciones cinematográficas se han quedado muy lejos del pavor que provoca el original e incluso de la metáfora que subyace en el mismo –aunque al menos El último hombre… vivo (1971) conserve un cierto encanto que no encontramos ni de lejos en Soy leyenda (2007), a pesar del enorme talento de Will Smith-), puesto que han sido muchos los autores que, siguiendo las páginas creadas por Matheson, han colocado a unas pocas personas (o a una sola) en el epicentro de una catástrofe que deviene en apocalipsis (con o sin intervención de zombis, a gusto de cada uno).

   David Monteagudo eligió esa fórmula para debutar como novelista y lo dejó claro desde el principio (valga la paradoja) titulando Fin a su ópera prima que, casi desde su publicación, gozó del aplauso de la crítica y el público, sin duda el mismo que ha devorado las diferentes versiones que sobre este (esperemos) lejano futuro ha pergeñado la inagotable imaginación de Stephen King, mientras que la primera se sigue decantando por fábulas a las que se ve la moraleja desde la primera línea, parábolas cargadas de intencionalidad, reflejo de la insolidaridad y depredación en que puede caer el hombre, premiando ejercicios de estilo que, a pesar de algunas bondades, aportan poco a la trayectoria de grandes escritores (el ejemplo más palmario es el Pulitzer concedido a Cormac McCarthy por La carretera, cuya peor consecuencia es que su autor debe haber pensado que ese es el colofón perfecto a su carrera, puesto que no publica una nueva novela desde 2006). No era raro, por lo tanto, que alguien pensase en trasladar Fin a la gran pantalla para continuar lo que ha dado en llamarse “nuevo terror español” que tan buenos réditos reporta en taquilla, aunque, como tantas veces, eso suponga agrupar bajo una misma definición títulos tan diferentes en planteamientos y resultados como ese mecanismo de relojería llamado El orfanato (2007) -¡Quién podría afirmar que comparte guionista con Fin!-, la truculencia mal utilizada y el ritmo irregular de [Rec] (2007) –pensar que ha dado para una saga y un remake en EEUU es como para frotarse los ojos y salir de la pesadilla- o sucesivos intentos por españolizar fórmulas muy trilladas en Hollywood que podemos rastrear en productos como La monja (2005).

   Lo más interesante de la novela de Monteagudo es que sabía combinar a la perfección ciertas convenciones del género con toques a lo Agatha Christie (los protagonistas son reunidos en un lugar alejado de la civilización a instancias de otro que no aparece, hay una cuenta pendiente de la que nadie quiere hablar o reconocer y empiezan a desaparecer uno a uno… ¿Recuerdan Diez negritos?), sustentando el peso de la narración en unos diálogos al más puro estilo de los que convirtió en legendarios Rafael Sánchez Ferlosio en El Jarama, premio Nadal en 1955, muy naturales, definitorios de cómo son los personajes, que explican más que las acciones, sin duda lo más logrado junto a la perfecta creación de atmósfera y a la consecución del terror con muy pocos elementos, despojado de efectismos, resultando claustrofóbico al aire libre. El diseño de producción de la película la convierte en prisionera de sí misma: la estética, la fotografía, la dirección artística, todo lo que envuelve la trama, resulta artificioso y apocalíptico desde el primer momento, perdiendo ese enrarecimiento de lo cotidiano que acogota al lector, esa opresión creciente que crispa los nervios; lo que en la novela es una amenaza sorda, inexplicable, que cada personaje interpreta a su forma por su manera de pensar, sus relaciones con los demás, las sombras que arrastra desde el pasado, su temor o deseo de que el verdadero anfitrión aparezca, se convierte en el filme en una tabla rasa que iguala a todos los caracteres, que los transforma en estereotipos, en roles planos que sólo han de asustarse, enfadarse, llorar o gritar según corresponda, que impide la identificación o rechazo del espectador, ambivalencia necesaria ante lo que se está contando.

   De este modo, resultan aún más notorias las diferencias existentes en el reparto, los desequilibrios provocados por la probada solvencia de algunos, el poco recorrido que otros tienen y la inexperiencia como actor de uno de ellos; en el primer grupo nos encontramos con Maribel Verdú, aquí un tanto perdida pero aceptando el papel que le toca desempeñar (un tanto gris, pero mejor definido –como el resto- en el original), Clara Lago, sin duda la mejor del reparto ya que es la extraña del grupo, la nueva, y sabe transmitir con su mirada las preguntas que cada uno puede hacerse en su butaca, Daniel Grao, al que le faltan hechuras para ser el líder, y Carmen Ruiz, demasiado afectada; en el segundo, aparecen Antonio Garrido, que siempre parece estar recitando o presentando (mal) un concurso, Miquel Fernández, reducido a un bufón que no funciona como contrapunto porque no tiene a qué dárselo, y Blanca Romero, que nunca pierde su forma de hablar interprete lo que interprete; completa el reparto Andrés Velencoso en su debut, demasiado inexperto para transmitir las oscuridades de su personaje y más con el material que le han entregado.

   Jorge Torregrosa, en su primer largometraje, se muestra como un director con poca mordiente que deja la tensión al montaje, a los efectos, a los rostros de los actores, logrando un par de secuencias que evocan los aciertos de David Monteagudo y despeñándose por la misma pendiente que el autor a la hora de ir cerrando la historia, el uno porque no logra despegarse de lo que ya lograron algunos (citemos de nuevo a Matheson especialmente) con mejor fortuna y más pericia literaria (por no hablar de talento), el otro porque, en contra de lo que hace el escritor al que toma como referente, se empeña en explicar demasiado o en cerrar mucho lo que el espectador quiere concluir él, hay desasosiegos que es mejor dejar sólo aletargados, eso anida en el que ya conoce la historia y provoca que de una forma u otra no la olvide y regrese a ella; en ese sentido, lo más decepcionante de Fin es eso mismo (y esto no significa que la hayamos destripado, para empezar porque la propia película anticipa lo que va a pasar en un momento dado).

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