viernes, 28 de diciembre de 2012

"EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO": POR BUEN CAMINO


 
 
TÍTULO ORIGINAL: The Hobbit: An unexpected journey DIRECCIÓN: Peter Jackson GUIÓN: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo del Toro (basado en la novela El hobbit de J. R. R. Tolkien) MÚSICA: Howard Shore FOTOGRAFÍA: Andrew Lesnie MONTAJE: Jabez Olssen REPARTO: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Ken Stott, Cate Blanchett, Hugo Weaving, Andy Serkis, Christopher Lee
 
   Hoy toca eso tan complicado de hablar de lo que debe considerarse “una obra en proceso”, puesto que es tan sólo la primera parte de lo que ha sido anunciada y confirmada como una trilogía que, en realidad, se concibe como una sola historia; pero, como ya demostrase en su anterior incursión en el universo tolkeniano, aunque Peter Jackson es consciente de que el público llega con la lección sabida, no pierde de vista que puede haber espectadores que se incorporen en cualquier capítulo o que no vean los siguientes e intenta que cada parte se explique como una película independiente, logrando ser conciso, sin detenerse demasiado en lo que ya pasó y dejando en el aire los interrogantes necesarios para que el interés no decaiga, sabiendo dosificar los “continuará” con mano firme. Aunque en este caso, que sin duda es un absoluto regalo y deleite para los millones que aplaudieron las tres maravillosas cintas que conforman ese monumento cinematográfico agrupado bajo el título común de El Señor de los Anillos –tal y como lo concibió su autor, al modo en que también presentase Gonzalo Torrente Ballester Los gozos y las sombras: un paraguas bajo el que cobijar tres volúmenes con denominación propia-, Jackson se va a los orígenes de la historia que narró y, aunque se permite mil y un guiños y muchos aportes para los seguidores de la que ahora habrá que llamar “la primera trilogía” (al modo de La guerra de las galaxias, aunque en ese caso la calidad de la filmada entre 1977 y 1983 supere con creces a la posterior), no tiene porqué explicar mucho más, ya que los sucesos que tantos conocen son posteriores a los aquí reseñados.

   El hobbit nació como cuento privado, sólo para los hijos de Tolkien, como parte del ingente trabajo que estaba desarrollando en la creación de su mundo literario, cuya obra cumbre debía ser El Silmarillion, en realidad un conjunto de historias en las que el autor nacido en Sudáfrica trabajó toda su vida, asumiendo la complejidad y dificultad de comprensión para el no iniciado, siendo rechazadas en varias ocasiones a pesar del éxito de sus otros libros precisamente por este carácter críptico, y que sólo vieron la luz tras su muerte en edición de su hijo Christopher; he ahí la primera, clara y notoria diferencia entre esta nueva entrega y las anteriores: su carácter más lúdico, más infantil si se quiere señalar así, menos trascendente, menos filosófico, menos hondo, más tradicional, más aventurero, con menos pretensiones (aunque el propio Tolkien renegó de algunos añadidos a los que se vio obligado por los editores para que el texto pudiese ser comprendido por lectores muy jóvenes). Y, sin embargo, sabiendo cuál es el grueso de la audiencia que va a congregar (es decir, público que ya se extasió  con La Comunidad del Anillo (2001), Las dos torres (2002) y El retorno del rey (2003) y que, por lo tanto, ha cumplido una década más de vida desde el principio), incorpora, recupera, integra personajes ya conocidos que no aparecen en las páginas del texto original para que estas nuevas cintas se integren perfectamente en el corpus narrativo de la Tierra Media que está llevando a cabo, equilibrando a la perfección los aspectos más joviales y podemos decir intrascendentes (lo que no significa infantilizar al héroe y sus avatares como sí han hecho hasta la saciedad y la irritación para los fieles de J. K. Rowling con Harry Potter en su traslación a la gran pantalla) con la carga de profundidad que supone la mitología que Tolkien desarrolla en sus escritos.

   No tenía nada que demostrar en lo que a concepción de espectáculo, coreografía de los movimientos de cámara, facilidad para convertir un universo mágico e imaginario en algo real y tangible (ahí está esa obra maestra, a medias desconocida, a medias olvidada, titulada Criaturas celestiales (1994) para dejarlo claro), manejo perfecto de la grandiosidad y lo épico sin apabullar ni perderse en vericuetos que intentan camuflar carencias u ocultar desatinos (todo, absolutamente todo, se ve a la perfección, perfectamente enfocado y encuadrado), alternancia de diferentes tonos para dar a cada secuencia el carácter necesario, pero es un auténtico gozo rencontrarse con el mejor Jackson, sin pretensiones ni adocenamientos, un espléndido narrador de historias, alejado de ciertas tentaciones que convirtieron su King Kong (2005) en una cinta desigual, soltando el lastre que suponía un material tan obsceno como el del éxito editorial conocido en España como Desde el cielo de Alice Sebold y con el que era imposible –incluso para él- que The Lovely Bones (2009) llegase a buen puerto; tras muchos titubeos, miedos y renuncias (por fortuna, Guillermo del Toro fue descartado como director), el neozelandés ha asumido que sólo con él a los mandos esta nueva aventura tolkeniana puede funcionar.

   Y la dirección artística, la fotografía, el montaje, el vestuario, el maquillaje, todo vuelve a conseguir que los personajes de El hobbit y El Señor de los Anillos cobren vida en tantos escenarios naturales imposibles en ocasiones de distinguir de los creados por ordenador o de los nacidos como decorados; lo mismo sucede con los seres digitalizados aunque provengan de movimientos de actores (¿Para cuándo, al menos, una nominación al Oscar para Andy Serkis, Gollum por y para siempre?), difíciles de señalar porque parecen seres vivos. Mención especial merece, una y mil veces, la banda sonora, la impresionante creación de Howard Shore, capaz de la mayor magnificencia, de remarcar lo más grandioso, lo heroico, sin impostaciones ni falsas épicas, acunando cuando corresponde las secuencias más íntimas, alternando momentos de gloria con los oníricos, siendo siempre la mejor expresión de los sentimientos de los protagonistas, suponiendo el mejor (el único) acompañamiento a cada escena. Y aunque esos tolkenianos de nuevo cuño, esos ortodoxos a ultranza que se consideran los guardianes de las esencias de la Tierra Media (debe ser cierto que el Anillo Único transforma personalidades) vuelvan a rasgarse las vestiduras porque la línea 20 de la página 93 no aparece reflejada tal cual o la 17 de la 108 ha sido ignorada (y cuántas lecciones de narración cinematográfica dio Jackson con sus variaciones sobre El Señor de los Anillos), es un lujo que aparezcan Galadriel, Saruman o Elrond (o sea, Cate Blanchett, Christopher Lee y Hugo Weaving) porque la historia se enriquece y amplía siendo muy fiel a lo que Tolkien quiso contar (igualmente admirables son las traiciones que Coppola y el propio Puzo cometieron en El Padrino (1972) y así tuvimos otras dos películas excelentes más o la señorita Marple encarnada por la gran Margaret Rutherford que hasta la propia Agatha Christie encomió, aunque no se parece en nada a la de sus novelas).

   Y ya que hablamos de heterodoxias que saben beber en las fuentes originales, párrafo propio merece Morgan Freeman, al que tantos hemos descubierto en la serie Sherlock (2010-2012), esa interesante vuelta de tuerca de la inmortal creación de Conan Doyle en la que él ha sido el mejor doctor Watson (ese personaje tantas veces malinterpretado y mal interpretado) que podemos recordar, con permiso del inmenso James Mason de Asesinato por decreto (1979). Su Bilbo Bolsón hace historia por su perfecta adecuación al original, por su enorme carisma, por su versatilidad, por sus ojillos asustadizos e inquisitivos, por su sonrisa a ratos congelada a ratos franca y pícara, en definitiva, por ser un hobbit, por hacernos creer que podríamos encontrárnoslo a la vuelta de cualquier esquina. No negaremos que, a pesar de las ganas de regresar a la Tierra Media y de la querencia por los textos de Tolkien, sentimos cierto sudor frío cuando supimos de la idea de hacer una trilogía con tan escaso material (una novela tan breve), pero viendo lo que ha dado de sí esta entrega no podemos sino felicitarnos: primero, porque sólo es posible la aventura si Jackson nos lleva de la mano; segundo, porque engrandece el original e incluso lima ciertas rémoras del mismo (descripciones prolijas de batallas que el director sabe transformar en pura acción); tercero, porque se abre ante nosotros la posibilidad de tener una “segunda trilogía” que admirar y, además, sin complejos ni reparos: aquella desde la grandeza, ésta desde la diversión. ¡El viaje ha comenzado y aún nos quedan dos etapas! (eso es lo peor: tener que esperar hasta 2014 para completar el recorrido).        

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