TÍTULO ORIGINAL: The Hobbit: An unexpected journey DIRECCIÓN: Peter
Jackson GUIÓN: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo del Toro
(basado en la novela El hobbit de J.
R. R. Tolkien) MÚSICA: Howard Shore FOTOGRAFÍA: Andrew Lesnie MONTAJE: Jabez
Olssen REPARTO: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Ken Stott, Cate
Blanchett, Hugo Weaving, Andy Serkis, Christopher Lee
Hoy toca eso tan complicado de hablar de lo que debe considerarse “una
obra en proceso”, puesto que es tan sólo la primera parte de lo que ha sido
anunciada y confirmada como una trilogía que, en realidad, se concibe como una
sola historia; pero, como ya demostrase en su anterior incursión en el universo
tolkeniano, aunque Peter Jackson es consciente de que el público llega con la
lección sabida, no pierde de vista que puede haber espectadores que se
incorporen en cualquier capítulo o que no vean los siguientes e intenta que
cada parte se explique como una película independiente, logrando ser conciso, sin
detenerse demasiado en lo que ya pasó y dejando en el aire los interrogantes
necesarios para que el interés no decaiga, sabiendo dosificar los “continuará”
con mano firme. Aunque en este caso, que sin duda es un absoluto regalo y
deleite para los millones que aplaudieron las tres maravillosas cintas que
conforman ese monumento cinematográfico agrupado bajo el título común de El Señor de los Anillos –tal y como lo
concibió su autor, al modo en que también presentase Gonzalo Torrente Ballester
Los gozos y las sombras: un paraguas
bajo el que cobijar tres volúmenes con denominación propia-, Jackson se va a
los orígenes de la historia que narró y, aunque se permite mil y un guiños y
muchos aportes para los seguidores de la que ahora habrá que llamar “la primera
trilogía” (al modo de La guerra de las
galaxias, aunque en ese caso la calidad de la filmada entre 1977 y 1983
supere con creces a la posterior), no tiene porqué explicar mucho más, ya que
los sucesos que tantos conocen son posteriores a los aquí reseñados.
El hobbit nació como cuento
privado, sólo para los hijos de Tolkien, como parte del ingente trabajo que
estaba desarrollando en la creación de su mundo literario, cuya obra cumbre
debía ser El Silmarillion, en realidad
un conjunto de historias en las que el autor nacido en Sudáfrica trabajó toda
su vida, asumiendo la complejidad y dificultad de comprensión para el no
iniciado, siendo rechazadas en varias ocasiones a pesar del éxito de sus otros
libros precisamente por este carácter críptico, y que sólo vieron la luz tras
su muerte en edición de su hijo Christopher; he ahí la primera, clara y notoria
diferencia entre esta nueva entrega y las anteriores: su carácter más lúdico,
más infantil si se quiere señalar así, menos trascendente, menos filosófico,
menos hondo, más tradicional, más aventurero, con menos pretensiones (aunque el
propio Tolkien renegó de algunos añadidos a los que se vio obligado por los
editores para que el texto pudiese ser comprendido por lectores muy jóvenes).
Y, sin embargo, sabiendo cuál es el grueso de la audiencia que va a congregar
(es decir, público que ya se extasió con
La Comunidad del Anillo (2001), Las dos torres (2002) y El retorno del rey (2003) y que, por lo
tanto, ha cumplido una década más de vida desde el principio), incorpora,
recupera, integra personajes ya conocidos que no aparecen en las páginas del
texto original para que estas nuevas cintas se integren perfectamente en el
corpus narrativo de la Tierra Media que está llevando a cabo, equilibrando a la
perfección los aspectos más joviales y podemos decir intrascendentes (lo que no
significa infantilizar al héroe y sus avatares como sí han hecho hasta la
saciedad y la irritación para los fieles de J. K. Rowling con Harry Potter en
su traslación a la gran pantalla) con la carga de profundidad que supone la
mitología que Tolkien desarrolla en sus escritos.
No tenía nada que demostrar en lo que a concepción de espectáculo, coreografía
de los movimientos de cámara, facilidad para convertir un universo mágico e
imaginario en algo real y tangible (ahí está esa obra maestra, a medias
desconocida, a medias olvidada, titulada Criaturas
celestiales (1994) para dejarlo claro), manejo perfecto de la grandiosidad
y lo épico sin apabullar ni perderse en vericuetos que intentan camuflar
carencias u ocultar desatinos (todo, absolutamente todo, se ve a la perfección,
perfectamente enfocado y encuadrado), alternancia de diferentes tonos para dar
a cada secuencia el carácter necesario, pero es un auténtico gozo rencontrarse con
el mejor Jackson, sin pretensiones ni adocenamientos, un espléndido narrador de
historias, alejado de ciertas tentaciones que convirtieron su King Kong (2005) en una cinta desigual,
soltando el lastre que suponía un material tan obsceno como el del éxito
editorial conocido en España como Desde
el cielo de Alice Sebold y con el que era imposible –incluso para él- que The Lovely Bones (2009) llegase a buen
puerto; tras muchos titubeos, miedos y renuncias (por fortuna, Guillermo del
Toro fue descartado como director), el neozelandés ha asumido que sólo con él a
los mandos esta nueva aventura tolkeniana puede funcionar.
Y la dirección artística, la fotografía, el montaje, el vestuario, el
maquillaje, todo vuelve a conseguir que los personajes de El hobbit y El Señor de los
Anillos cobren vida en tantos escenarios naturales imposibles en ocasiones
de distinguir de los creados por ordenador o de los nacidos como decorados; lo
mismo sucede con los seres digitalizados aunque provengan de movimientos de
actores (¿Para cuándo, al menos, una nominación al Oscar para Andy Serkis,
Gollum por y para siempre?), difíciles de señalar porque parecen seres vivos.
Mención especial merece, una y mil veces, la banda sonora, la impresionante
creación de Howard Shore, capaz de la mayor magnificencia, de remarcar lo más
grandioso, lo heroico, sin impostaciones ni falsas épicas, acunando cuando
corresponde las secuencias más íntimas, alternando momentos de gloria con los
oníricos, siendo siempre la mejor expresión de los sentimientos de los protagonistas,
suponiendo el mejor (el único) acompañamiento a cada escena. Y aunque esos tolkenianos
de nuevo cuño, esos ortodoxos a ultranza que se consideran los guardianes de
las esencias de la Tierra Media (debe ser cierto que el Anillo Único transforma
personalidades) vuelvan a rasgarse las vestiduras porque la línea 20 de la
página 93 no aparece reflejada tal cual o la 17 de la 108 ha sido ignorada (y
cuántas lecciones de narración cinematográfica dio Jackson con sus variaciones
sobre El Señor de los Anillos), es un
lujo que aparezcan Galadriel, Saruman o Elrond (o sea, Cate Blanchett,
Christopher Lee y Hugo Weaving) porque la historia se enriquece y amplía siendo
muy fiel a lo que Tolkien quiso contar (igualmente admirables son las
traiciones que Coppola y el propio Puzo cometieron en El Padrino (1972) y así tuvimos otras dos películas excelentes más
o la señorita Marple encarnada por la gran Margaret Rutherford que hasta la
propia Agatha Christie encomió, aunque no se parece en nada a la de sus
novelas).
Y ya que hablamos de heterodoxias que saben beber en las fuentes
originales, párrafo propio merece Morgan Freeman, al que tantos hemos
descubierto en la serie Sherlock (2010-2012),
esa interesante vuelta de tuerca de la inmortal creación de Conan Doyle en la
que él ha sido el mejor doctor Watson (ese personaje tantas veces
malinterpretado y mal interpretado) que podemos recordar, con permiso del
inmenso James Mason de Asesinato por
decreto (1979). Su Bilbo Bolsón hace historia por su perfecta adecuación al
original, por su enorme carisma, por su versatilidad, por sus ojillos
asustadizos e inquisitivos, por su sonrisa a ratos congelada a ratos franca y
pícara, en definitiva, por ser un hobbit, por hacernos creer que podríamos
encontrárnoslo a la vuelta de cualquier esquina. No negaremos que, a pesar de
las ganas de regresar a la Tierra Media y de la querencia por los textos de
Tolkien, sentimos cierto sudor frío cuando supimos de la idea de hacer una
trilogía con tan escaso material (una novela tan breve), pero viendo lo que ha
dado de sí esta entrega no podemos sino felicitarnos: primero, porque sólo es
posible la aventura si Jackson nos lleva de la mano; segundo, porque engrandece
el original e incluso lima ciertas rémoras del mismo (descripciones prolijas de
batallas que el director sabe transformar en pura acción); tercero, porque se abre
ante nosotros la posibilidad de tener una “segunda trilogía” que admirar y,
además, sin complejos ni reparos: aquella desde la grandeza, ésta desde la
diversión. ¡El viaje ha comenzado y aún nos quedan dos etapas! (eso es lo peor:
tener que esperar hasta 2014 para completar el recorrido).
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