TÍTULO ORIGINAL: Trouble with the
Curve AÑO DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Robert Lorenz GUIÓN: Randy Brown
MÚSICA: Marco Beltrami FOTOGRAFÍA: Tom Stern MONTAJE: Joel Cox, Gary Roach
REPARTO: Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, John Goodman, Matthew
Lillard, Bob Gunton
Cuando se analiza una película en la que interviene, sea en la forma que
sea, alguien que es considerado legendario resulta inevitable poner en común
este último trabajo con toda su filmografía anterior, e incluso especular sobre
la posterior; aunque en ocasiones esto puede provocar que seamos injustos a la
hora de nuestra valoración (sobre todo para denostar algo, pero también para
encomiarlo excesivamente), parece complicado (casi un ejercicio imposible) obviar
el pasado y hablar de cualquier filme como si fuese único, especialmente cuando
el nuevo estreno supone el regreso como actor de alguien que anunció que jamás
volvería a combinar esa faceta con la de director y esa persona es uno de los
valores más firmes e interesantes (tropiezos incluidos) del Hollywood actual,
inquieto, activo y sorprendente, heredero del mejor clasicismo, capaz de
reinventarse sin que note la pirueta, una verdadera autoridad cuyo nombre
provoca la admiración de fans de distintas épocas y cuyo número sigue creciendo,
alguien que se ha ganado el prestigio a base de tesón y haciendo las mínimas
concesiones: Clint Eastwood. Los que siempre hemos tenido querencia por este
actor enjuto, hierático, inexpresivo, más una presencia que un verdadero
intérprete en las cintas que le dieron fama (pero ese era el cometido que
Sergio Leone le encomendaba y resulta insustituible en Por un puñado de dólares (1964) o La muerte tenía un precio (1965)), sentimos cierta desolación
cuando, en un principio, anunció que se retiraba de delante de las cámaras con Gran Torino (2008), sobre todo porque, a
pesar de ser lo mejor de una película excesivamente aplaudida, no dejaba de
suponer un remedo a ratos cómico a ratos patético (e inesperado) de su popular
Harry Callahan y dejaba un cierto regusto amargo, lejos de sus prodigiosas,
medidas y sinceras interpretaciones a las que nos venía acostumbrando en los
últimos tiempos, mereciendo lugar de honor la de Los puentes de Madison (1995) y, por encima de todas, la ofrecida
en Million Dollar Baby (2004), la que
hubiese debido coronarse con el Oscar (justamente compartido con sus compañeros
premiados, la inolvidable Hilary Swank y el estupendo Morgan Freeman) si, a la
hora de entregar galardones, el gremio actoral no se dejase deslumbrar (¡Parece
mentira!) por esfuerzos que saltan a la vista, por engolamientos y pérdida de
naturalidad y sencillez, en definitiva, por encumbrar a Jamie Foxx y su
meritoria encarnación del mítico Ray Charles (veremos si Tarantino demuestra
que merece los encendidos elogios que su nombre provoca).
Pero, como decíamos, o alguien tradujo o interpretó erróneamente, o el
propio interesado matizó su respuesta, el caso es que Clint Eastwood sólo
pensaba alejarse por un tiempo de la actuación, el necesario para seguir
volcado en su carrera como director (iniciada en 1971 con la muy interesante Escalofrío en la noche, aunque algunos
parezca que sólo valoran determinados títulos más recientes, o sea, de Sin perdón (1992) en adelante),
esperando que, como no sucedía desde que Wolfgang Petersen (acertando
plenamente -¡Lástima de carrera posterior!-) le pusiera al frente de En la línea de fuego (1993), otro
director le ofreciese un rol que le interesara; al final, como en tantas
ocasiones, la respuesta estaba muy cerca ya que la oportunidad de volver a
colocarse en el lado hacia el que apuntan los objetivos se la ha dado uno de
sus colaboradores más fieles desde 1995, el debutante Robert Lorenz, quien
aceptó el envite de poner en imágenes un guión del también novel Randy Brown en
la que no cuesta imaginarse a Eastwood detrás de las cámaras. De hecho, uno de
los aspectos más destacables de su dirección es cómo sabe captar la
invisibilidad de Clint cuando está detrás de la cámara, su apuesta por la
historia y los actores, pero para su desgracia no tiene el acierto natural (ni
el oficio ni el talento) del cineasta de El
jinete pálido (1985) o Bird (1988)
para el encuadre, aún tiene mucho camino que aprender para destilar encanto sin
resultar previsible o simple (puede revisar un par de ejemplos cercanos como Criadas y señoras (2011) o Mi semana con Marilyn (2011)); por otro
lado, en algunos momentos Eastwood se limita a repetir los gruñidos y
fruncimientos de labios que tanto entusiasmo provocaron en Gran Torino, pero sigue siendo un regalo cómo construye sus
personajes desde el aparente inmovilismo pero llenando de contenido sus miradas
(tan importantes aquí), transmitiendo desde la contención, trabajando con el
cuerpo, sin artificios ni trucos fáciles, emocionando desde la sencillez.
Sin duda, Golpe de efecto hubiese
podido dar más de sí con algo más de brío, sobre todo aprovechando mejor el
fantástico dúo que Eastwood conforma con Amy Adams, una de las actrices más
versátiles y espontáneas que pueden disfrutarse en una pantalla, capaz de dotar
de verismo un rol tan imposible como el de Encantada
(2007) o de estar a la altura de Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman (con
el que vuelve a coincidir en The Master (2012),
uno de los estrenos que más anhelo) y Viola Davis en La duda (2008); su presencia ilumina la pantalla, sabe mezclar
emociones sin resultar predecible ni tropezar con los muchos lugares comunes de
que le siembran el camino, combina a la perfección unas dotes de comedianta parejas
a las de la gran Judy Holliday con una hondura dramática que conmueve con sólo
el poder de sus ojos. Completando el trío protagonista, un muy adecuado Justin
Timberlake que despliega más carisma del que se le querrá reconocer, aunque
tantos se rindiesen a su despliegue de morisquetas en su participación en una
de las secuencias más irritantes de la en sí misma exasperante La red social (2010).
Y aunque podría decirse que la mayoría de los personajes de la cinta
responden a estereotipos, lo cierto es que en la vida diaria los reproducimos
mucho más de lo que pensamos o nos gustaría; así, si en lugar de sobre un club
de béisbol, estuviésemos hablando sobre una emisora de radio de ámbito nacional
podríamos encontrar un directivo tan grimoso, fatuo, que se burla cruelmente de
los que debería tomar como ejemplo, como el encarnado por Matthew Lillard (que
provoca todas estas sensaciones por sí mismo, no hay más que evocar en lo que
convirtió al simpático Shaggy en ese atentado al buen gusto llamado Scooby Doo (2002)) o a una estrellita
que se considera por encima del bien y del mal, falócrata, despótico y con
gusto por la humillación de los que considera y trata como inferiores, con
escasos talentos y muchos defectos, como la que pretende descubrir Matthew
Lillard (y es que gente huera y liliputiense de mente la hay en todos los
sitios). A pesar de todo, Golpe de efecto
se deja ver, aunque anhelando que Eastwood se desdiga de nuevo y vuela a
dirigirse como sabe o, al menos, que regrese pronto detrás de las cámaras (aún
tenemos fresco el placer de la visión de J.
Edgar (2011), tan denostada por aquellos que sólo quieren ver la parte de
la Historia que a ellos les conviene).
Un actor que no deja de sorprenderme, tanto delante como detrás de las cámaras. Me dejó conmovida en Los Puentes, tocada en Million dollar, y extasiada en el Gran Torino. Sin embargo espero aún más como director, creo que todavía tiene mucho que decir, y desde luego será interesante verlo. para mí, en el cine hay pocas imágenes que digan tanto como Clint bajo la lluvia, en Los Puentes, en silencio, desgarrador, fantástica escena. Dan ganas de tirarse del sillón y traspasar la pantalla para protegerlo y darle consuelo.
ResponderEliminarDefinitivamente, espero aún más, y sé que lo veré.
Yo, como he dicho en la crítica, soy muy fan de él desde que veía en vídeo sus éxitos de los sesenta y setenta y, sobre todo, desde que asistí (con unos trece o catorce años) a la reposición de "La muerte tenía un precio". Sí, ya sé que no es el mejor actor del mundo ni el más completo, pero tampoco lo ha pretendido nunca y, aún así, deberían revisarse "La leyenda de la ciudad sin nombre" o "El seductor" antes de afirmar lo contrario tan rotundamente. Como director, siempre estoy dispuesto a que me sorprenda, como ocurrió recientemente con "J. Edgar", aunque esos que siempre tienen que demostrar su supuesta militancia izquierdista (ríome yo) arrugasen el hocico... ¿Qué parte "ya es hora de que yo cuente la historia" dicha por DiCaprio en la primera secuencia no han entendido? (al margen de que entra en las muchas partes oscuras del personaje, pero ya sabe que algunos nunca están contentos si la banda no toca la sinfonía como ellos quieren).
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