lunes, 14 de enero de 2013

GLOBOS DE ORO: COMO MUCHO, EN EL RECIBIDOR







      Durante mucho tiempo se ha mantenido (y aún se sigue afirmando en más de un foro de debate) que los Globos de Oro son la antesala de los Oscar, que marcan tendencia, la línea a seguir, que la Academia tiene muy en cuenta lo que opina la prensa extranjera afincada en Los Ángeles; si bien es cierto que en muchas ocasiones las listas de galardonados en unos y otros premios son intercambiables, el hecho de que algunas candidaturas diferencien géneros (las películas y los actores principales son premiados en drama y en comedia o musical -¡Cómo si fuese lo mismo!-) hace más fácil la coincidencia (son cuatro los elegidos) y por otro lado propicia la aparición de nominados y vencedores que ni siquiera llegan a la final del trofeo más codiciado (se diga lo que se diga) en el mundo del cine. Por otro lado, las implicaciones, querencias, filias y fobias de los votantes de los Globos tienen poco que ver con las de los convocados en los Oscar, aunque en ocasiones se parezcan puesto que aquellos dependen mucho de la relación que los grandes estudios mantengan con ellos a la hora de desarrollar su trabajo y, por eso, si analizamos su historia, nos encontramos con galardones mucho más conservadores, tópicos, obvios y repetitivos que los de la Academia (saben acariciar el lomo de aquel que les interesa, aunque quieran transmitir una imagen de independencia); y, por supuesto, siempre llegamos a un año en que todo el mundo consensua y una película, un director, un actor o actriz (o los cuatro a la vez) se convierte en lo único premiable, censurándose con saña cualquier otra posibilidad que no sea la de seguir aumentando las distinciones del bendecido de turno. La última edición de los Globos de Oro ha deparado muchas sorpresas y, sin embargo, no creo que haya hecho cambiar demasiado el curso de las apuestas de cara a los Oscar del próximo 24 de febrero, cuya partitura, por otro lado, algunos creen saber ya escrita y que en realidad se presenta llena de incógnitas y de variables, por mucho que algunas categorías parezcan muy claras y con escasa o nula probabilidad de cambiar, ahí sí, la letra ya pactada (no por ello menos merecida).

   Y, ahora, en pequeñas píldoras, algunas impresiones sobre lo vivido hace unas horas:

   -Tina Fey y Amy Poehler barrieron de un plumazo al cansino provocador Ricky Gervais, demostrando cómo ser cáusticas, satíricas, crueles y demoledoras, provocando auténticas carcajadas y ganándose al público sin alardear ni exhibir prepotencia, riéndose de sí mismas y de todo bicho viviente, con sentido del ritmo, del espectáculo y de la medida, sin saturar ni buscar protagonismos excesivos (todo lo contrario que Will Ferrell y Kristen Wiig, a los que bastaron dos o tres minutos en escena –que se hicieron eternos- para fatigar e irritar a gran parte de la audiencia; ¿por qué lo llaman comedia cuando quieren decir estupidez?).

   -Julianne Moore dejó claras una vez más su categoría y elegancia, alzándose con el premio en la categoría de televisión por su espléndida recreación de Sarah Palin (si Game Change se hubiese estrenado en cines, tanto ella como Ed Harris –también galardonado como secundario- obtendrían por fin un más que merecido Oscar). El único punto negro en este momento que uno aplaudió con fervor fue que, al considerar American Horror Story. Asylum como miniserie (aunque es su segunda temporada, el hecho de que cada una sea autoconclusiva así lo provoca), la inmensa Jessica Lange se quedó compuesta y sin Globo por su creación de la hermana Jude que, sin duda, ya ha pasado a engrosar con letras doradas la lista de interpretaciones a recordar.
   -Jodie Foster recogió el premio a toda su carrera, el Cecil B. de Mille, y al ver en un clip un recordatorio de gran parte de esta parece excesivo, aunque nadie pueda negarle dos o tres títulos memorables -Taxi Driver (1976) y El silencio de los corderos (1991)-. Su discurso de agardecimiento fue un tanto errático, a veces incluso contradictorio, sin abandonar del todo su sempiterno tono prepotente y distante, pero logró un momento cierta y sinceramente emocionante al mencionar a su madre.

   -Los miserables fue la cinta mejor considerada al obtener tres premios, desmesurado el que la corona entre los filmes de comedia o musical, pero recibido con alegría ya que supuso apear de su pedestal a El lado bueno de las cosas, título rodeado de una aureola que no merece y que va cosechando distinciones y parabienes por donde quiera que pasa. Congratula ver a Hugh Jackman como mejor actor por estar al margen de las trapisondas de Tom Hooper y, como el resto del reparto, emocionar desde la interpretación, más que desde el lucimiento vocal o la partitura; en este sentido, merece mención especial (y todo lo que está recibiendo) Anne Hathaway por hacernos vibrar en poco más de tres minutos y grabarse con tinta indeleble en la memoria del espectador a pesar de desaparecer de escena cuando aún quedan algo más de dos horas de metraje. No supera a la Helen Hunt de Las sesiones ni a la Sally Field de Lincoln, pero no su triunfo no puede calificarse de injusto, y tuvo la clase y el buen gusto de centrar buena parte de su discurso de agradecimientos en los muchos méritos artísticos de la segunda.

   -Daniel Day-Lewis se alzó, como era lo esperado, con el Globo de Oro como mejor actor en un drama por su cuidada y matizada asunción de un personaje icónico, Abraham Lincoln, huyendo del artificio y pomposidad que suele acompañar a este tipo de interpretaciones. Puesto que en los Oscar le han evitado el enfrentamiento con el John Hawkes de Las sesiones y el Jean-Louis Trintignant de Amor (ninguneado en la casi totalidad de galardones que se entregan, tal vez algún día podamos encontrar explicación), es, con permiso de Hugh Jackman, el único merecedor de la estatuilla.

   -Jennifer Lawrence, la actriz más sobrevalorada de los últimos tiempos, ganó de una sola tacada a intérpretes tan superlativas como Judi Dench, Maggie Smith (que, por lo menos, fue galardonada en el apartado de televisión por su insuperable Lady Violet en Downton Abbey), Meryl Streep y Emily Blunt por una de las composiciones más anodinas, absurdas y carentes de alma que jamás puedan contemplarse y fue coronada en el apartado de comedia. Aunque todo apunta a que pudiera repetir reconocimiento en febrero, esperemos que la camaleónica Jessica Chastain vuelva, como anoche, a salvar el honor de la estupenda La noche más oscura y junte a su Globo de Oro como mejor actriz de drama el Oscar y deje a la muchacha con el mismo gesto de estupor que siempre pasea (todo ello, claro, sin dejar de desear que todo el mundo se rinda a la evidencia y el nombre oculto en el sobre sea el de Emmanuelle Riva quien, directamente, juega en otra Liga).

   -Django desencadenado ganó contra pronóstico dos galardones: los de mejor guión (sorprendente que distingan un libreto tan sangriento, desaforado e incluso apologético, que busca la risa sin recato aunque muestre tantas barbaridades) y mejor actor secundario (que parecía destinado a Leonardo DiCaprio por la misma cinta –demasiado grotesco, aunque es lo que le pide Tarantino- y fue a las manos de Christoph Waltz, el cual repite gestos, tics y casi movimientos de su recordada y estupenda interpretación en Malditos bastardos (2009), a las órdenes del mismo director).

   -Argo dio la campanada al auparse a lo más alto como mejor película dramática y suponer para Ben Affleck el premio a la mejor dirección; sin batir las marcas alcanzadas por Kathryn Bigelow y Ang Lee, es un muy justo ganador por recuperar una manera clásica de narrar, por no tener pudor en ponerse a la sombra de grandes maestros, por evitar cualquier tentación autoral o de modernización a la que más de uno (léase Tom Hooper, que estaba sentado cerca) nos tiene acostumbrados. Es el triunfo de la constancia, del trabajo bien hecho, de una cinta que nos devuelve el sabor del cine que nunca pasa de moda.

   -Y Michael Haneke recogió (¡De manos de Stallone y Schwarzenegger –austriaco, recuérdenlo-¡) el Globo de Oro a la mejor película en lengua extranjera por Amor que, tal vez, quede como la mejor de la década e incluso del siglo. Sí, puede sonar exagerado, pero es tan impresionante, tan demoledora, tan impactante, tan obra maestra, que todo parece poco para encomiarla y reconocerla.

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