martes, 22 de enero de 2013

"LA NOCHE MÁS OSCURA": POR FIN, UNA DIRECTORA


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Zero Dark Thirty DIRECCIÓN: Kathryn Bigelow GUIÓN: Mark Boal MÚSICA: Alexandre Desplat FOTOGRAFÍA: Greig Fraser MONTAJE: Dylan Tichenor, William Goldenberg REPARTO: Jessica Chastain, Jason Clarke, Joel Edgerton, Jennifer Ehle, Mark Strong


   Es curioso cómo el prestigio puede ganarse en ciertas ocasiones por motivos no exactamente relacionados o muy alejados de la esfera profesional de cada uno, del trabajo desarrollado, o cómo puede sustentarse en consecuencias que éste destila, pero que no hablan directamente de la calidad ni contenido del mismo. Kathryn Bigelow obtuvo casi desde los inicios de su carrera el aplauso casi unánime de público y crítica por dirigir películas que no casaban con el estereotipo que algunos tienen en la cabeza de las historias que interesan o necesitan a una mujer detrás de la cámara, típica frase publicitaria que muchos cacarean sin poseer un verdadero conocimiento (más bien, ninguno) sobre la trayectoria de otras féminas que antes o al mismo tiempo que ella también han asumido la labor de dirigir un filme; de hecho, en España tenemos un magnífico ejemplo de una señora que, además, abogaba por utilizar la palabra “director” como si fuese neutra, cambiando sólo el artículo que la precediese, para no crear diferenciaciones ni dar pie a ciertos discursos y que jamás rodó títulos que pudieran catalogarse como previsibles u obvios por este tipo de mentes reduccionistas: Pilar Miró. Así las cosas, cintas como Acero azul (1989) o Le llaman Bodhi (1991) fueron recibidas con excesivo entusiasmo por los mismos que, de no estar firmadas por quién lo estaban, las hubiesen despachado en dos frases sin prestarles mucha más atención; los parabienes y encomios alcanzaron su máxima expresión cuando la Bigelow presentó En tierra hostil (2008), historia centrada en una unidad de élite de artificieros en Irak, que se consideró su cima, la eclosión de su estilo (en realidad, movimientos espasmódicos y temblequeos que se supone inyectan adrenalina a las secuencias de acción o tensión), y que concluyó con su entrada en la particular historia de los Oscar como la primera mujer en hacerse con una estatuilla a la mejor dirección del año (¡Y Barbra Streisand, la que fue ignorada por Yentl (1983) y El príncipe de las mareas (1991), aceptó entregárselo!), precisamente en una edición en que hubiesen podido ser premiadas con mucho más merecimiento la Jane Campion de la bella Bright Star (2009) –de no haber mediado Steven Spielberg con La lista de Schindler (1993), sería el nombre que pronunciaríamos a la hora de enumerar este hito junto a esa obra maestra llamada El piano (1993)- o la Lone Scherfig de la estimulante An education (2009).

   Puesto que el cine bélico o de acción militar o como quiera denominarse le había procurado tantas mieles (mientras nadie recordaba que Liliana Cavani había dirigido La piel en 1981), no resultó extraño que el nuevo proyecto de Kathryn Bigelow tras el Oscar tuviese puntos en común con su antecesora más inmediata y que, buscando una publicidad extra, pretendiese narrar la caza del líder de Al Qaeda, el terrorista más buscado, el enemigo número uno de Estados Unidos (y de cualquier parte), Osama Bin Laden. Y para los que nos temíamos una repetición de En tierra hostil, es decir, una película plana, cansina, torpe, sin vida, sin emoción, sin personalidad, llegó La noche más oscura a taparnos la boca y provocar nuestra admiración, precisamente por olvidarse de todos sus vicios, sus manierismos, su falsa modestia, su tufillo petulante, su preponderancia de lo netamente extracinematográfico (aunque, en honor a la verdad, eso lo fomentaban, glosaban y añadían otras voces más que la propia directora) y por manejar con tino un material complicado que puede embarrancar en muchos escollos y que el modélico guión de Mark Boal evita con maestría; jamás se consiente un tono triunfalista, de alarde, de superpotencia, no busca crear polémica recurriendo a trucos baratos o maniqueísmos tramposos, no intenta esconder la ambivalencia de lo narrado, las zonas oscuras, mantiene un equilibrio plausible a pesar de su clara postura ideológica ya que, en contra de lo que muchos han aplaudido, el filme no oculta de lado de quién está, pero lo integra en la historia sin caer en el proselitismo o la propaganda. Esta toma de partido puede rastrearse sobre todo en la primera parte, cuando no oculta las torturas sufridas por prisioneros a manos de militares y agentes de la CIA pero apenas hace hincapié en ellas, las filma muy rápido y centrándose más en el cambio que experimenta el personaje principal ante la práctica de las mismas que en el dolor infligido a los que las sufren; sin necesidad de mostrar escenas que nos hagan apartar la visión, tal vez ahí hubiese sido necesario alguien como la Pilar Miró de El crimen de Cuenca (1980) –aunque en Hollywood este nombre pueda sonarles más exótico que el de algunos cineastas orientales-, para hacer hincapié en el debate que provocó la muerte de Bin Laden, es decir, volver a poner entre interrogaciones el lema que alentaba las páginas de El Príncipe de Maquiavelo: ¿El fin justifica los medios?.

   Pero esos matices no ensombrecen el estupendo espectáculo (dicho sin tono peyorativo, sólo desde la perspectiva de alguien que paga una entrada y se sienta en una butaca para dejarse llevar por el arte) que brinda La noche más oscura: una trama completamente inteligible a pesar de los cargos, nombres, posición en el escalafón, organizaciones, mil datos que se acumulan, capaz de sintetizar información sin resultar prolija o caer en el didactismo más enervante (al modo del peor Aaron Sorkin, o sea, el de La red social (2010)), sin perder el pulso narrativo durante sus dos horas y media, las cuales pasan en un soplo. Cuando uno pudiera pensar que en determinado momento (especialmente en el último tramo) Kathryn Bigelow va a caer en los errores tantas veces cometidos, la directora sabe contener su cámara, acompasar el ritmo, no recrearse en lo innecesario, no subrayar nada, antes bien, mantiene unas distancia y elegancia que posibilitan que el espectador confirme o se replantee su punto de vista sin que nadie le manipule, ejecutar sin lugar a dudas su trabajo más medido, más certero, el culmen de su carrera y que, a pesar de los pronósticos, como en tantas ocasiones, ha quedado fuera de las candidaturas a los Oscar, decisión que aún escuece más si pensamos que han sido seleccionados David O. Russell por El lado bueno de las cosas (2012) y Benh Zeitlin por Bestias del sur salvaje (2012), pero ya llegaremos a ambos títulos en su momento.

   Aunque es una película que se basa en los acontecimientos, en lo que sucede, en la planificación, en el desarrollo de la captura del terrorista, la columna vertebral de la misma recae sobre los hombros de la actriz más versátil que hayamos podido conocer en los últimos tiempos, alguien que en poco más de un año se ha convertido en un nombre imprescindible y que ya nos ha regalado un puñado de interpretaciones dignas de los elogios más encendidos: Jessica Chastain. Igual hace creíble haber sido la joven que con el paso del tiempo se convirtió en la enorme Helen Mirren en La deuda (2010), que se pone a la sombra de la inmensa Vanessa Redgrave dándole un soporte enérgico equiparable al que ella desarrolla en Coriolanus (2011), como recupera el aire y espíritu de la maravillosa Jessica Lange de Las cosas que nunca mueren (1994) –sin imitarla jamás- en esa joyita conocida como Criadas y señoras (2011) y que supuso su primera candidatura al Oscar. Ahora puede considerarse que es la encargada de salvar el honor de La noche más oscura el próximo 24 de febrero, si logra quitar de su camino a la que parece su única contrincante para alzarse con el premio de la Academia a la mejor actriz (cuando cualquiera de las otras tres nominadas le da cien vueltas, aunque sólo Emmanuelle Riva alcance –y supere- lo excelso), es decir, Jennifer Lawrence; el galardón premiaría una actuación sutil, matizada, que extrae oro de un rol antipático, ambiguo, incómodo, polémico, al que Jessica Chastain sabe humanizar, iluminar u oscurecer según convenga, imponiendo su presencia incluso cuando la cámara apenas se fija en ella, cuando se integra en el conjunto, rellenando con gestos y miradas el dibujo somero y a veces esquemático que aparece en guión, suministrando mucha información con sus diferentes reacciones, insuflando alma a esta mujer frágil y quebradiza que se va endureciendo y afilando sus aristas, sin necesidad de caer en lo mesiánico para transmitir su obsesión, su único pensamiento, su único objetivo: encontrar a Bin Laden.

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