TÍTULO ORIGINAL: Zero Dark Thirty
DIRECCIÓN: Kathryn Bigelow GUIÓN: Mark Boal MÚSICA: Alexandre Desplat
FOTOGRAFÍA: Greig Fraser MONTAJE: Dylan Tichenor, William Goldenberg REPARTO:
Jessica Chastain, Jason Clarke, Joel Edgerton, Jennifer Ehle, Mark Strong
Es curioso cómo el prestigio puede ganarse en ciertas ocasiones por
motivos no exactamente relacionados o muy alejados de la esfera profesional de
cada uno, del trabajo desarrollado, o cómo puede sustentarse en consecuencias
que éste destila, pero que no hablan directamente de la calidad ni contenido
del mismo. Kathryn Bigelow obtuvo casi desde los inicios de su carrera el
aplauso casi unánime de público y crítica por dirigir películas que no casaban
con el estereotipo que algunos tienen en la cabeza de las historias que
interesan o necesitan a una mujer detrás de la cámara, típica frase publicitaria
que muchos cacarean sin poseer un verdadero conocimiento (más bien, ninguno)
sobre la trayectoria de otras féminas que antes o al mismo tiempo que ella también
han asumido la labor de dirigir un filme; de hecho, en España tenemos un
magnífico ejemplo de una señora que, además, abogaba por utilizar la palabra
“director” como si fuese neutra, cambiando sólo el artículo que la precediese,
para no crear diferenciaciones ni dar pie a ciertos discursos y que jamás rodó
títulos que pudieran catalogarse como previsibles u obvios por este tipo de
mentes reduccionistas: Pilar Miró. Así las cosas, cintas como Acero azul (1989) o Le llaman Bodhi (1991) fueron recibidas con excesivo entusiasmo por
los mismos que, de no estar firmadas por quién lo estaban, las hubiesen
despachado en dos frases sin prestarles mucha más atención; los parabienes y
encomios alcanzaron su máxima expresión cuando la Bigelow presentó En tierra hostil (2008), historia
centrada en una unidad de élite de artificieros en Irak, que se consideró su
cima, la eclosión de su estilo (en realidad, movimientos espasmódicos y
temblequeos que se supone inyectan adrenalina a las secuencias de acción o
tensión), y que concluyó con su entrada en la particular historia de los Oscar
como la primera mujer en hacerse con una estatuilla a la mejor dirección del
año (¡Y Barbra Streisand, la que fue ignorada por Yentl (1983) y El príncipe de
las mareas (1991), aceptó entregárselo!), precisamente en una edición en
que hubiesen podido ser premiadas con mucho más merecimiento la Jane Campion de
la bella Bright Star (2009) –de no
haber mediado Steven Spielberg con La
lista de Schindler (1993), sería el nombre que pronunciaríamos a la hora de
enumerar este hito junto a esa obra maestra llamada El piano (1993)- o la Lone Scherfig de la estimulante An education (2009).
Puesto que el cine bélico o de acción militar o como quiera denominarse
le había procurado tantas mieles (mientras nadie recordaba que Liliana Cavani
había dirigido La piel en 1981), no
resultó extraño que el nuevo proyecto de Kathryn Bigelow tras el Oscar tuviese
puntos en común con su antecesora más inmediata y que, buscando una publicidad
extra, pretendiese narrar la caza del líder de Al Qaeda, el terrorista más
buscado, el enemigo número uno de Estados Unidos (y de cualquier parte), Osama
Bin Laden. Y para los que nos temíamos una repetición de En tierra hostil, es decir, una película plana, cansina, torpe, sin
vida, sin emoción, sin personalidad, llegó La
noche más oscura a taparnos la boca y provocar nuestra admiración,
precisamente por olvidarse de todos sus vicios, sus manierismos, su falsa
modestia, su tufillo petulante, su preponderancia de lo netamente
extracinematográfico (aunque, en honor a la verdad, eso lo fomentaban, glosaban
y añadían otras voces más que la propia directora) y por manejar con tino un
material complicado que puede embarrancar en muchos escollos y que el modélico
guión de Mark Boal evita con maestría; jamás se consiente un tono triunfalista,
de alarde, de superpotencia, no busca crear polémica recurriendo a trucos
baratos o maniqueísmos tramposos, no intenta esconder la ambivalencia de lo
narrado, las zonas oscuras, mantiene un equilibrio plausible a pesar de su
clara postura ideológica ya que, en contra de lo que muchos han aplaudido, el
filme no oculta de lado de quién está, pero lo integra en la historia sin caer
en el proselitismo o la propaganda. Esta toma de partido puede rastrearse sobre
todo en la primera parte, cuando no oculta las torturas sufridas por
prisioneros a manos de militares y agentes de la CIA pero apenas hace hincapié
en ellas, las filma muy rápido y centrándose más en el cambio que experimenta
el personaje principal ante la práctica de las mismas que en el dolor infligido
a los que las sufren; sin necesidad de mostrar escenas que nos hagan apartar la
visión, tal vez ahí hubiese sido necesario alguien como la Pilar Miró de El crimen de Cuenca (1980) –aunque en
Hollywood este nombre pueda sonarles más exótico que el de algunos cineastas
orientales-, para hacer hincapié en el debate que provocó la muerte de Bin
Laden, es decir, volver a poner entre interrogaciones el lema que alentaba las
páginas de El Príncipe de Maquiavelo:
¿El fin justifica los medios?.
Pero esos matices no ensombrecen el estupendo espectáculo (dicho sin
tono peyorativo, sólo desde la perspectiva de alguien que paga una entrada y se
sienta en una butaca para dejarse llevar por el arte) que brinda La noche más oscura: una trama
completamente inteligible a pesar de los cargos, nombres, posición en el
escalafón, organizaciones, mil datos que se acumulan, capaz de sintetizar
información sin resultar prolija o caer en el didactismo más enervante (al modo
del peor Aaron Sorkin, o sea, el de La
red social (2010)), sin perder el pulso narrativo durante sus dos horas y
media, las cuales pasan en un soplo. Cuando uno pudiera pensar que en
determinado momento (especialmente en el último tramo) Kathryn Bigelow va a
caer en los errores tantas veces cometidos, la directora sabe contener su cámara,
acompasar el ritmo, no recrearse en lo innecesario, no subrayar nada, antes
bien, mantiene unas distancia y elegancia que posibilitan que el espectador
confirme o se replantee su punto de vista sin que nadie le manipule, ejecutar
sin lugar a dudas su trabajo más medido, más certero, el culmen de su carrera y
que, a pesar de los pronósticos, como en tantas ocasiones, ha quedado fuera de
las candidaturas a los Oscar, decisión que aún escuece más si pensamos que han
sido seleccionados David O. Russell por El
lado bueno de las cosas (2012) y Benh Zeitlin por Bestias del sur salvaje (2012), pero ya llegaremos a ambos títulos
en su momento.
Aunque es una película que se basa en los acontecimientos, en lo que
sucede, en la planificación, en el desarrollo de la captura del terrorista, la
columna vertebral de la misma recae sobre los hombros de la actriz más versátil
que hayamos podido conocer en los últimos tiempos, alguien que en poco más de
un año se ha convertido en un nombre imprescindible y que ya nos ha regalado un
puñado de interpretaciones dignas de los elogios más encendidos: Jessica
Chastain. Igual hace creíble haber sido la joven que con el paso del tiempo se
convirtió en la enorme Helen Mirren en La
deuda (2010), que se pone a la sombra de la inmensa Vanessa Redgrave dándole
un soporte enérgico equiparable al que ella desarrolla en Coriolanus (2011), como recupera el aire y espíritu de la
maravillosa Jessica Lange de Las cosas
que nunca mueren (1994) –sin imitarla jamás- en esa joyita conocida como Criadas y señoras (2011) y que supuso su
primera candidatura al Oscar. Ahora puede considerarse que es la encargada de
salvar el honor de La noche más oscura el
próximo 24 de febrero, si logra quitar de su camino a la que parece su única
contrincante para alzarse con el premio de la Academia a la mejor actriz (cuando
cualquiera de las otras tres nominadas le da cien vueltas, aunque sólo
Emmanuelle Riva alcance –y supere- lo excelso), es decir, Jennifer Lawrence; el
galardón premiaría una actuación sutil, matizada, que extrae oro de un rol
antipático, ambiguo, incómodo, polémico, al que Jessica Chastain sabe
humanizar, iluminar u oscurecer según convenga, imponiendo su presencia incluso
cuando la cámara apenas se fija en ella, cuando se integra en el conjunto,
rellenando con gestos y miradas el dibujo somero y a veces esquemático que
aparece en guión, suministrando mucha información con sus diferentes reacciones,
insuflando alma a esta mujer frágil y quebradiza que se va endureciendo y
afilando sus aristas, sin necesidad de caer en lo mesiánico para transmitir su
obsesión, su único pensamiento, su único objetivo: encontrar a Bin Laden.
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